Mérida, Marzo Jueves 28, 2024, 04:33 am
El poder absoluto plebiscitado hace apenas seis semanas en las urnas por el presidente Recep Tayyip Erdogan amenaza con tambalearse con la rampante inestabilidad económica de Turquía. En caída libre, la lira ha perdido un 35% de su valor frente al dólar en lo que va año. El desplome de la moneda nacional se intensificó este viernes —llegando a perder hasta un 20% en el momento más crítico— pese a la promesa del nuevo ministro de Finanzas, Berat Albayrak, yerno del jefe del Estado, de devolver a Turquía a la senda de la ortodoxia financiara. Un tuit de Donald Trump acabó de apuntillar a la divisa con el anuncio de una severa subida de aranceles a las importaciones de acero y aluminio turco, impuesta como sanción por el presidente de Estados Unidos en medio del deterioro de las relaciones bilaterales.
Cuando se encontraba en la cima de su carrera
política tas ser reelegido en junio, ungido por vastas atribuciones
constitucionales después de tres lustros de victorias electorales encadenadas,
el presidente de Turquía asiste a una crisis económica sin precedentes desde la
convulsión bancaria de 2001, que propició la llegada al poder del islamista
Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus siglas turcas), fundado por
el propio Erdogan. El mandatario apeló este viernes a sus conciudadanos a
“cambiar los dólares y el oro que tengan bajo el colchón en una batalla
nacional” para frenar el desplome desbocado de la lira, que había llegado a
depreciarse durante la jornada en un casi un 20% frente a la moneda
estadounidense.
Las tensiones diplomáticas con Washington han
agravado el declive financiero, frente al que Erdogan ha llegado a apelar a los
turcos. “Si ellos tienen sus dólares, nosotros tenemos a nuestro pueblo y a
nuestro Dios”, enfatizó en la noche del jueves. De poco parece haber servido la
presentación del plan de reestructuración económica presentado por el ministro
Albayrak en el palacio otomano de Dolmabahçe, a orillas del Bósforo. El
flamante ministro de Finanzas, cuya designación desencadenó hace dos semanas el
desplome de la Bolsa de Estambul, garantizó la independencia del Banco Central
y la disciplina presupuestaria y su voluntad de contar con “inversores y fondos
internacionales en los proyectos de infraestructuras”. La ausencia de medidas
concretas en su programa de reformas fue recibida por los mercados con una
nueva caída de la lira.
A pesar de que el producto interior bruto (PIB)
registró un crecimiento del 7,4% el año pasado, la debilidad de la moneda, la
elevada inflación (11% en 2017) que golpea a productos básicos y, sobre todo,
la fuga masiva de capital extranjero, han desestabilizado de la economía turca,
aquejada además de un alto endeudamiento privado. Erdogan, que ha sustentando
en la bonanza económica y las grandes inversiones públicas en infraestructuras
y equipamiento público su imbatible popularidad electoral, ve peligrar ahora un
modelo de desarrollo basado en los bajos tipos de interés. Tras haber
revalidado el 24 de junio su mayoría absoluta presidencial y la de su partido
en el Parlamento, el líder turco afronta un impredecible cambio de paradigma
económico.
El único efecto beneficioso de la progresiva devaluación de la lira turca, que ya ha superado el listón de las seis unidades por dólar en las casas de cambio, ha sido la recuperación del turismo, atraído por los actuales precios de saldo frente a las divisas extranjeras.
En pleno desmoronamiento de la economía turca, la
Casa Blanca redobló su pulso con Ankara al anunciar que duplicará, en un plazo
por determinar, el tipo arancelario al acero (hasta el 50%) y el aluminio (20%)
procedente de ese país. El presidente Trump no tuvo reparos en jactarse en
Twitter del desplome de la lira turca ante el “muy fuerte dólar”, que se
acentuó todavía más con la represalia de Washington. “Nuestras relaciones con
Turquía no son buenas en este momento”, remachó el mandatario republicano.
La tensión entre ambos países aliados en la OTAN se
disparó la semana pasada cuando Washington decidió imponer sanciones a Ankara
en protesta por la detención del pastor protestante norteamericano Andrew
Brunson. El Departamento del Tesoro castigó a los ministros de Justicia,
Abdulhamit Gül, y de Interior, Suleyman Solu, con sanciones como la congelación
de sus activos en EE UU y la prohibición de llevar a cabo transacciones con
ciudadanos de EE UU.
Branson, que lleva 23 años viviendo en Turquía, fue detenido en 2016. Las autoridades turcas le acusan de estar detrás del fallido golpe de Estado de ese año y ha sido imputado por cargos de espionaje y vínculos con organizaciones terroristas. EE UU sostiene que el clérigo es inocente y debería ser liberado. Branson se encuentra ahora en régimen de arresto domiciliario y se enfrenta a una pena de 35 años de cárcel. Delegaciones de ambos países trataron, sin éxito, el miércoles en Washington de hallar una salida del contencioso.
“Estados Unidos está preparado para afrontar la
crisis. Turquía ha ido demasiado lejos y ahora la Administración quiere imponer
correctivos para lograr lo que quiere”, dice Aaron Stein, experto del Atlantic
Council, un laboratorio de ideas en Washington. Sin embargo, sostiene que es
incierto el impacto que tendrá la disputa en la relación bilateral y hasta
dónde pueden llegar sus repercusiones.
A ojos de Turquía, la relación entre Trump y Erdogan empezó con muy buen pie. En abril de 2017, el estadounidense felicitó a su homólogo de Ankara por su victoria en el referéndum de reforma constitucional pese a las acusaciones de posibles irregularidades por parte de la comunidad internacional. Un mes después, le recibió en la Casa Blanca, simbolizando un cambio de era tras el enorme distanciamiento de su predecesor, Barack Obama, con el mandatario turco en sus últimos años en el Despacho Oval.
Pronto, sin embargo, afloraron las tensiones. Trump autorizó la entrega de armas a milicias kurdas aliadas de EE UU en Siria, desoyendo las quejas turcas. Ankara considera que las milicias Unidades de Protección de Pueblo son extensión del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), alzado en armas en el sureste de Turquía desde los años ochenta y ha sido declarado grupo terrorista por EE UU. El pasado octubre, Washington suspendió durante casi tres meses la concesión de visados en Turquía tras de la detención de un empleado de su Consulado en Estambul, al que se acusa de participar en el golpe de Estado y tener lazos con Fethulá Gülen, clérigo musulmán turco que reside en EE UU y al que Erdogan acusa de orquestar la fallida sublevación militar de julio de 2016. EL PAÍS