Mérida, Abril Jueves 18, 2024, 04:40 pm
A veces me cuesta definirme porque eso encapsula y también petrifica.
Cuando me presento ante un público suelo afirmar que soy académico y
escritor, porque responde a la verdad y así me siento. Cuando alguien me
llama con el apelativo de poeta no me siento identificado. No sé, la
sociedad gusta de poner etiquetas, de encasillar, como si con esto
quisiera nombrar el mundo y su vasta realidad. Los creadores de
cualquier área nos sentimos halagados con las etiquetas ya que
reafirmamos el “ego” y la vanidad, por cierto, muy propios de quienes
configuramos una obra, pero en realidad los escritores, pintores,
escultores, cantantes, músicos y demás, no somos “rara avis”,
sino que, como el resto, salimos del seno de una familia y nos dedicamos
a lo nuestro; pero hasta allí. Nada especiales. En nosotros afloran
sentimientos y emociones y muchas veces nos dejamos arrebatar por las
pasiones. Puede que nuestra sensibilidad sea mayor (por el contacto
estrecho que tenemos con una arte), pero todos somos necesarios para
constituir la sociedad que anhelamos. Soy académico y escritor, repito,
pero también un ciudadano, un hombre que busca reacomodo en esa trama
compleja que es la existencia. Así de sencillo, sin muchas vueltas.
El ejemplar anhelado
Amo
mi biblioteca, pero a veces me siento un avaro; es decir, alguien que
durante años ha acumulado libros sobre libros sin mirar atrás. Es más,
nunca he estado completamente satisfecho con los libros que tengo,
porque siempre está el ejemplar esquivo, el que no quiere llegar a casa,
el que huye de mis voraces manos de coleccionista. Cada vez que abro
las páginas de las editoriales se aviva el fuego, el deseo de poseer,
porque es un vicio que no se sacia, que nunca dice “hasta aquí”. El
ejemplar anhelado nunca está en nuestros anaqueles, sino en la otra
orilla, siempre se hace inalcanzable, siempre será una excusa para
continuar con una historia que nunca termina. El libro es un bien
cultural, pero un bien a fin de cuentas, es decir, un objeto palpable,
apetecible, deslumbrante, que atrae nuestra mirada y nuestros deseos. Ya
en mi casa no tengo espacio para más libros, pero esas ansias no cesan,
esos anhelos librescos son superiores a mis fuerzas, y me veo impelido
cada semana a ir a las pocas librerías que quedan en la ciudad, en un
afán fuera de toda lógica, en un impulso ciego, hasta caer abatido por
el desengaño: comprar libros hoy es tarea imposible. Vuelta a casa con
las manos vacías.
Un tipo aburrido
Recuerdo que mi
esposa solía afirmar que yo de entrada caigo mal, y tal vez a eso se
deba (esto lo reflexiono yo) que tenga pocos amigos. En otras palabras:
no sé cultivar amistades. Desde muy joven me dio la impresión que
generaba rivalidad con los de mi mismo sexo, y esto de alguna manera ha
sido un freno a la hora de acercarme a los otros para establecer lazos
lo suficientemente sólidos como para mantenerse en el tiempo. Y si a
esto aúno mi propensión de llevarles la contraria a los otros, pues los
resultados no podían ser distintos. Claro, no puedo ocultar que otro
factor decisivo en esto de las amistades ha sido mi nulo interés por los
deportes y las juergas cerveceras de los fines de semana. Lo mío
siempre ha sido el pensamiento, la lectura, la escritura, el estudio, la
actividad académica y la reflexión, razones por las cuales no luzco
“atractivo” a los ojos de mis potenciales amigos.