Twitter: @perezlopresti
Fastidiado y enjuto, por ausencia de locura, o loco
por exceso de fastidio, viendo punticos negros por el hambre, finalmente me
senté ante la funcionaria que no terminaba de mirarme a los ojos, cuando ya le
había dado la información suficiente para poder armar medio rompecabezas sobre
mi vida. Sereno por estar sentado y ya viendo en technicolor nuevamente, me
hizo varias preguntas atinentes a mi profesión y mostró enorme curiosidad en
saber cuál era mi opinión en relación al exceso de patologías emocionales que
afecta a grandes grupos humanos.
Como sigo siendo un docente, y nadie me quita lo
bailao, le expliqué que uno de los elementos que protege de tanta enfermedad
propia de la mente es la movilidad genética, que impide un reciclaje circular
de los mismos orígenes propios de la biología y permite que las taras se vayan
diluyendo conforme nos vamos mezclando entre verdes y azules. La mujer, que
suele respirar todos los días de cada día los aires que apenas compartí durante
seis horas y media, mostró un rostro iluminado para completar la frase: “-¿O
sea, que esta gente que está migrando nos puede ser útil?”.
-No sólo útil, sino que su trabajo es fundamental para que el mundo mejore-, fue la manera como le respondí. Agregando que ella estaba ahí para abrir puertas y ventanas a quienes van de un lado para otro, unos en busca de la más trivial aventura y otros huyendo del horror, de la desesperanza, de los callejones ciegos y las peores formas de crueldad. El mundo, con la pesada carga a cuesta de injusticias, perversiones, caminos retorcidos y las más inimaginables formas de ceguera, de mirar hacia otra parte o jugar al tuerto como manera de conducirse. Ante estos escenarios, el bien es la movilización positiva imparable que debe atajar cualquier resquicio del mal. En una eterna batalla sin descanso el bien y el mal van juntos y de la mano, justificándose entre sí, tratando de imponerse uno sobre el otro.
La diáspora de grandes grupos humanos es la condición propia de la tragedia que marca y define las tipologías culturales, pero particularmente morales. Se emigra, no por capricho, sino porque vamos en busca de la quimera necesaria para seguir viviendo o porque estamos escapando del infierno. Derrotado en mi propio patio, vencido en mi tierra de origen, habiendo capitulado mil veces mil, dando tumbos propios del errante que sabe que su destino ha sido transgredido por el mal, solo purgándonos del odio podemos sobrevivir a estos entuertos y hacer lo posible por tratar de recomponer nuestras vidas.