Existe actualmente una borrasca social muy peligrosa,
destructiva, que ha ido creciendo de manera desproporcional, peor que la
xenofobia, se trata de la Aporofobia, del griego á-poros, sin recursos,
indigente, pobre y fobos, miedo; se refiere al miedo hacia la pobreza y hacia
las personas pobres. Se diferencia de la xenofobia, ya que socialmente no se
discrimina ni margina a personas inmigrantes o a miembros de otras etnias
cuando estas personas tienen recursos económicos. Esta discriminación en
realidad no es reciente, la venimos arrastrando desde hace más de dos mil años,
cuando la imprudencia de la cultura de las famosas conquistas y los
entrometidos que nos impusieron la cruz hizo que un sector de la llamada clase
alta y autodenominados elegidos, sometieran a otra que denominaron humildes,
que hoy se ha proliferado por todo el planeta para el control del ser humano
por ser pobre. A este sector social le duele ser pobre y despreciado, la forma
como son tratados, la mirada de frialdad, por estar inserta a un status que
etiquetaron como lo más malo de un colectivo y que nos banalizó el capitalismo.
La aporofobia se ha convertido en el nuevo instrumento del capitalismo contra
los pobres, suena duro, pero es la cruel realidad. Este fenómeno social que se
ha radicalizado más en nuestros tiempos es provocado desde el imperio. Las
aberrantes declaraciones del presidente Donald Trump contra los inmigrantes
latinos, especialmente hacia mexicanos; o las agresiones contra los venezolanos
especialmente por parte de los países latinos vienen alimentadas por las
políticas imperiales contra el gobierno venezolano, a los fines de
desequilibrar y tumbar el gobierno bolivariano. El propósito es culpar a Maduro
de la crisis migratoria, lograr ver a los países que ofrecen “ayuda” de manera
hipócrita a nuestros hermanos como la oportunidad de vida y no como una
explotación de mano de obra, pero en realidad no son bien recibidos por su
condición social, por su poca capacidad económica que perciben, situaciones
éstas a las cuales la OEA no se pronuncia. El verdadero apetito que tienen los
pobres ahora es porque se les reivindique a plenitud su dignidad, sentirse como
un Ser útil a la sociedad, que se les trate por lo que son: como HUMANOS y no
por lo que no tienen, porque ellos solo tienen como todos los pobres que
trabajan, que aspiran, que sueñan, deseos de liberarse de este yugo al que han
sido esclavizados, como tú, como yo, como todos. No podemos permitir, como
revolucionarios, que se siga invisibilizando, ignorando, o despreciando a los
pobres, porque la lucha sería vacía. El primer desafío es asumirlo como un
problema colectivo y devolver a plenitud su dignidad humana.