Si a alguien le quedaban dudas de que el deporte y el
arte mueven multitudes, alimentan el espíritu, permiten soñar en grande y
revolucionan los sentidos hasta un sitial que sólo el amor puede igualar, probablemente
se las haya sacado con la ceremonia inaugural de los terceros Juegos de la
Juventud. El fuego olímpico está en la Argentina. Lo encendieron Santiago Lange
y Paula Pareto después de que lo transportaran Luciana Aymar, Sebastián
Crismanich,Walter Pérez, Gabriela Sabatini, Pedro Ibarra y Cecilia Carranza
Saroli arriba de una carroza y miles de relevistas por el hermoso territorio
nacional. Una nación llena de gente que merece ser respetada, más allá de que
siempre haya crisis cíclicas -causadas por humanos, no por aliens- que se
empeñen en destruir proyectos de vida.
La bienvenida a Buenos Aires 2018 la dio una fiesta
inaugural que combinó con justeza la belleza impactante de un Obelisco
convertido en escenario por Fuerza Bruta, con acróbatas subiendo y bajando sus
caras, el sentimiento musical y el reconocimiento al impacto que generan
atletas legendarios de un país que no puede ni debe descuidar el valor
inclusivo del deporte social y el ejemplo de los atletas de alto rendimiento. Y
las entre 200 y 215.000 personas que se acercaron a la 9 de Julio así lo
entendieron.
Habían pasado las dos horas de shows previos para que
la multitud se entretuviera con baile y versiones de música electrónica sobre
canciones de enormes cantantes o bandas argentinas cuando la gran avenida se
apagó. Las pantallas LED que son moneda corriente a la altura del Obelisco ya
estaban negras para no interferir con la luz que vendría. Y comenzó la cuenta
regresiva. Las caras del Obelisco se fueron decorando con Caminito o un filete
bien porteño. Hasta que el “1” llegó y dio paso a los fuegos artificiales a la
altura de la avenida Córdoba.
Con la animación de Matías Martin y el baile de un
grupo de vestuario bien colorido, entraron gran parte de los 4.000 atletas de
entre 15 y 18 años que desde hoy competirán en los primeros Juegos con igualdad
de género y hasta en pruebas en las que hacen pareja o equipo con deportistas
de otros países. Nada de formalismos. Al lado de un japonés había un
guatemalteco, un nigeriano y un colombiano. Esa confraternidad que se iluminó
en la Villa Olímpica estaba ahora caminando hasta delante del escenario. Ellos
y ellas son los auténticos protagonistas de estos Juegos de la Juventud.
Entonces, el silencio. El impacto del primer acorde
pensado por Blas Parera. El Himno Nacional. Y ella, en las alturas. Allá
arriba, en la punta del Obelisco, una mujer vestida de negro hacía flamear una
enorme bandera argentina. A medida que el público cantaba la canción patria,
caminaba por la cara Sur... hacia abajo. Sin dramas. El celeste y el blanco
teñían todo mientras Ángela Torres cantaba los versos de Vicente López y
Planes. Demoledor para los sentidos y para el alma. Sensacional.
El protocolo marcó el desfile de los abanderados,
algunos con la indumentaria deportiva y otros con un vestuario tradicional de
su cultura. De Grecia, como señala la tradición olímpica, a la aplaudida de
Venezuela y a la ovacionada de la Argentina, con el velista Dante Cittadini
como abanderado, un honor bien ganado como campeón mundial juvenil de la clase
Nacra 15.
Y nuevamente el impacto. Los cinco anillos, todos
blancos, colgando de una grúa con acróbatas haciendo de las suyas en lo alto:
dos varones y tres mujeres. Chispas a los costados y a medida que bajaban, agua
rociando a los atletas que estaban debajo, en primera fila de semejante show
artístico.
Todos se quedarían anonadados con lo que faltaba: el
Obelisco convertido en sede deportiva. La cara Sur era de golpe una pista de
atletismo con tres andariveles y tres deportistas arrodillados listos para
largar. Un intento y una caída. Otro intento y otra caída. Claro, no tenían la
técnica correcta con las palmas bien rectas. Entonces sí las colocaron bien y
hubo festejo en lo alto.
El Obelisco era una avenida y subían cinco bicicletas
por lado. Luego le tocó a una chica con peluca rubia en rollers. Surgió el agua
en las imágenes proyectadas desde dos edificios y un bote amarillo echó a andar
hacia arriba. El remero iba bien hasta que lo acechó otro por su izquierda y lo
alcanzó para el fotofinish. Llegó el turno de los saltos ornamentales y el
clavadista literalmente se lanzó al vacío desde la mitad del monumento. Madre
santa. Pasaron dos garrochistas y el final quedó a cargo de cuatro ciclistas de
BMX que hicieron piruetas con los arneses hasta la ovación final.
De vuelta a la tierra. A la seriedad. Al ingreso de
la bandera olímpica, portada por seis medallistas argentinos históricos: los
velistas Carlos Espínola y Serena Amato, las Leonas Magdalena Aicega y Karina
Masotta, el voleibolista Javier Weber y el basquetbolista Leonardo Gutiérrez.
La posta la tomó un sexteto de medallistas en pasados Juegos de la Juventud: la
jinete Martina Campi, el velista Francisco Saubidet Birkner, la tiradora
Fernanda Russo, el rugbier Lautaro Bazán, el lanzador de jabalina Braian Toledo
y la jugadora de hockey sobre césped María Eugenia Garraffo.
El Himno olímpico fue interpretado por Leo y Luna
Sujatovich. Los juramentos llegaron con la presencia de Teresa Romairone,
Lorena Mac Coll y Carlos Retegui, en representación de los atletas, jueces y
entrenadores.
No podía faltar el tango. El clásico de las orquestas
de la avenida Corrientes y de los cantantes de fuste. Y esa marca registrada de
clase mundial con el estilo de Astor Piazzolla. Por algo cerca de la punta del
Obelisco, un bandoneonista miraba desde bien alto a Buenos Aires. Los
bailarines coparon hasta las habitaciones de un edificio, de cara al palco
presidencial. Allí Mauricio Macri inauguró oficialmente los Juegos después de
las palabras de Gerardo Werthein, presidente del Comité Organizador, y de
Thomas Bach, presidente del COI.
Pasó la ceremonia de apertura de Buenos Aires 2018. Costó 10 millones de dólares, pero cada uno será el responsable de darle el valor que tuvo este impacto en sus vidas. Más allá de todo.
CLARÍN