Mérida, Marzo Viernes 29, 2024, 01:54 am
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la coalición
de los partidos políticos opositores al chavismo, ha dejado formalmente de
existir, disuelta en su propia inoperancia. A su funeral no han asistido ni sus
propios miembros. Después de haber surcado un accidentado camino de casi 10
años, con sus tropiezos y algunos aciertos, y de haber encarnado la esperanza
de muchos venezolanos para derrotar a Nicolás Maduro y trascender la penosa
situación actual del país, su disolución se ha concretado de forma discreta, y
sin que las fuerzas opositoras hayan podido idear algún mecanismo alternativo
de concertación política.
La disolución de la MUD se ha materializado sin anuncios.
Sus estructuras comenzaron a languidecer desde 2017, conforme se fueron
erosionando las vías políticas y electorales para procurar un cambio pacífico
de gobierno, y en la misma medida en que la represión chavista hizo florecer
nuevas diferencias de enfoque entre sus integrantes.
Los dirigentes de los partidos opositores venezolanos
–Primero Justicia, Acción Democrática, Voluntad Popular, Un Nuevo Tiempo, Causa
Radical, Avanzada Progresista– se siguen reuniendo, y procuran apuradamente
allanar algún camino de coincidencias. Algunos de ellos hacen esfuerzos para
tenderle un puente a Vente Venezuela, el partido de Maria Corina Machado, el
primero en abandonar la Mesa en 2016, y el que tiene una actitud más
intransigente frente al chavismo. El excandidato presidencial y líder opositor,
Henrique Capriles Radonski, ha declarado que acaso el nuevo norte de las
fuerzas democráticas venezolanas es el de la Unión. Ya sin la MUD, puede que
sea demasiado hablar de Unidad.
El fin de la denominada “Unidad Democrática”, –la
fuerza política más votada de la historia electoral del país, más que
cualquiera del chavismo, en las pasadas elecciones parlamentarias de 2015– no
ha sido demasiado debatido públicamente. Sus integrantes asumen en privado la
circunstancia como un hecho consumado, sobre todo luego de las pasadas
elecciones presidenciales del 20 de Mayo, en virtud de su obsolencia. Parte
importante de la plana directiva de lo que era la MUD –Julio Borges, Carlos
Vecchio, David Smolansky, Antonio Ledezma, Freddy Guevara, Leopoldo López– está
en el exilio o en prisión.
El bloque opositor venezolano cursa hoy una lenta
metamorfosis, destinada a evolucionar para germinar en tres plataformas
“unitarias” más pequeñas, en las cuales quede recogida la interpretación de
cada una de ellas en la crisis venezolana.
Estas son: Soy Venezuela, integrada por el partido de
Machado, Antonio Ledezma y algunos independientes, con un discurso que coloca
la salida inmediata del poder de Maduro como previa condición a cualquier
acuerdo electoral. La Concretación por el Cambio, liderada por Henri Falcón y
su partido, Avanzada Progresista, de línea moderada, e interesada en recorrer
la vía electoral a cualquier costo, incluso con las condiciones que coloque
Maduro en cada nueva cita. Y un tercer grupo, el mayoritario, todavía sin
nombre, en el cual siguen existiendo los partidos que dominaban la antigua
Mesa, empeñado en una solución política con Maduro, pero hoy en día
particularmente dividido, incluso dentro de los propios partidos, en torno a
las decisiones inmediatas que tiene pendiente la Oposición. Aquí se ubican
Acción Democrática, Primero Justicia, Voluntad Popular, Un Nuevo Tiempo y Causa
Radical.
Fundada en 2009, e inspirada en la Concretación de
Partidos por la Democracia que organizaron los políticos chilenos como
alternativa frente a la dictadura de Augusto Pinochet, la MUD tuvo un tiempo de
vigencia y pertinencia popular. Aunque siempre fue muy criticada, durante unos
años, cuando las circunstancias político-electorales lo permitieron, logró
otorgar coherencia a las dispersas filas opositoras, y bajo la tesis de la
“acumulación de fuerzas”, el bloque comenzó a cursar un lento pero seguro
crecimiento electoral frente a la hegemonía de Hugo Chávez.
La MUD heredaba la franquicia de la denominada
Coordinadora Democrática, el primer ensayo unitario de la Oposición frente a
Chávez, con pegada en los sectores de la clase media, concebida en 2002 y
dominaba sobre todo por fuerzas de la sociedad civil, incluyendo centrales
obreras, empresarios, técnicos petroleros y Organizaciones No Gubernamentales,
en un momento de suma debilidad de las formaciones políticas en el país.
Por entonces, se hizo una conclusión compartida que
la lucha para rescatar la democracia en Venezuela debía ser liderada por
partidos y políticos, como símbolos de un régimen de libertades, y bajo ese
ánimo conoció la luz la MUD. Una vez consolidado su paraguas, la llamada
“Unidad” comenzó a ser interpretada como un instrumento estratégico de la
sociedad democrática venezolana. Se organizaron dos propuestas programáticas de
gobierno, complejas y ambiciosas, y los partidos pactaron con razonable
eficiencia planchas unitarias ante cada elección de presidente, gobernadores,
alcaldes o diputados convocada por el régimen de Chávez. Con un piso electoral
que basculaba en torno al 38 por ciento en 2009, la MUD, como plataforma del
antichavismo, obtuvo finalmente el 54 por ciento y la mayoría absoluta de los
escaños en las elecciones parlamentarias de 2015.
El colapso de la MUD comienza a hacerse visible durante 2016, conforme a los opositores les fue quedando claro que la victoria obtenida no iba a ser respetada por el poder chavista, y se acabaron las certidumbres en torno a las inexorables posibilidades de la vía electoral. La sensación de impotencia radicalizó frustrada a la población antichavista. Partidos y liderazgos comenzaron a maniobrar unos contra otros, en procura de un espacio para hacer buena una apuesta individual. La dificultad para acordar lastimó la coherencia de un movimiento que siempre fue acusado de reactivo y taimado. Las estructuras unitarias de la coalición eran notoriamente débiles frente al veto de los partidos grandes. Sin camino político claro, se impusieron las ambiciones medianas en una organización “yugoslavizada” en sus estructuras.
El País