Mérida, Marzo Viernes 29, 2024, 01:07 am
Al General
Liborio Otaiza, mi bisabuelo
Los vaivenes de la guerra de independencia trajeron a
la ciudad un saldo de pobreza y de despropósitos. Muchas de las familias
quedaron desarticuladas, hundidas en el duelo y la miseria. Si bien por su
lejanía Mérida no sufrió con mayores rigores su adhesión a la causa patriota
como otras provincias y la propia Caracas, la pléyade de acontecimientos de
orden político estremeció su economía, su paz y su sosiego. El quiebre del
orden colonial y el abrazo dado a la causa republicana, de alguna manera
desarticularon su rostro en el que desde siempre se reflejaron las claves de la
merideñidad: tierra, iglesia, vida académica, así como tradiciones y cultura,
aparejadas a las bases anteriores.
La guerra de independencia significó en nuestras
tierras la diáspora, el desarraigo, el resquebrajamiento del trabajo, la
pérdida de cuantiosos recursos, el abandono de haciendas y de conucos, el
pillaje, el odio ancestral, la división de la iglesia local en bandos
enfrentados (un cisma, ni más ni menos) y, con ella, la pérdida de
instituciones como el convento de Santa Clara, el Seminario y la Catedral (que
implicaba además la sede episcopal y el Cabildo Eclesiástico), que con la
excusa de no hallarse en la ciudad devastada por el terremoto un “espacio” ni
condiciones adecuadas para sus ingentes
tareas, se desgarraron de nuestra entidad para ser llevadas a la lejana
Maracaibo. Tiempo después fueron restituidas a Mérida la Silla Episcopal, el
Cabildo Eclesiástico y el Colegio Seminario gracias a un decreto del Congreso
General de Colombia, durante la presidencia del General José Antonio Páez, pero
ya las huellas del desarraigo, de la mano de clérigos como Francisco Javier
Irastorza y Mateo Mas y Rubí quedarán grabadas en la memoria de nuestra ciudad.
La larga Guerra de Independencia, y más tarde la no
menos cruenta Guerra Federal, dejaron en nuestra entidad máculas significativas
con la pérdida de importantes tradiciones y de hechos culturales, hasta
entonces arraigados desde el mestizaje dado a partir de la conquista y que se profundizara
en la colonia. Ni qué decir, para ratificar esto, de la pérdida dolorosa en
cuanto a órdenes clericales, gastronomía, educación, urbanidad, música,
vestido, bailes, jergas, literatura, jurisprudencia, entre otras cuestiones. El
odio inoculado a las nuevas generaciones por lo hispano, creció en el corazón y
en el espíritu hasta transformarse en pérdida y en olvido. El abrupto quiebre
con el orden colonial, en aras de una autonomía política y de otros órdenes
crematísticos e ideológicos, echó por tierra más tres siglos de configuración y
sedimentación en lo social y en lo cultural.
Como queda dicho: ya nada sería igual…
@GilOtaiza