Mérida, Abril Jueves 18, 2024, 01:14 am
La literatura importa, a pesar de lo sinuosos que puedan resultar sus
designios, cada obra parte de la premisa fundamental de refundar el
mundo, de erigirse en un ideal que le mete baza al hombre y a la mujer
de su tiempo, y puede saltarse las barreras tempo-espaciales, cada cual
sentirá al leer un texto narrativo, o un ensayo, o un poema, que le
hablan de su propia historia personal, que se hacen parte de sí mismo,
que su vida está inexorablemente unida a aquella obra, porque cuando nos
identificamos con un autor y con un libro, nos sentimos conjuntados en
su interioridad, nos susurran al oído, nos hacen partícipes de sus
improntas, connotan cuestiones que se parecen o se acercan a nuestros
propios intereses, y de allí su magia, su halo extraordinario y dichoso,
porque nos atrapan en sus redes y sabemos que nunca más seremos ajenos a
su brillo, a sus historias y a sus personajes, y nos narran a nosotros,
formamos parte de su mundo, estamos conectados por hilos invisibles,
pendemos de ellos, los hacemos nuestros y los eternizamos en los más
profundos sueños.
Si bien mucho se habla de la literatura como el
“no lugar”, como el espacio ilusorio que nos arroba desde su “nada”,
estamos conscientes de que ello es y no es así, porque si bien se parte
muchas veces de lo fantástico y esas historias y esos personajes jamás
han existido, o no se han dado como tales en la vida real, podrían
serlo, porque la existencia es el magma que nos permite los artificios
de la creación, es ella la que nos empuja a fantasear, a crear mundos
paralelos, a mejorar los existentes, a erigir como existencia todo
aquello que nos atrapa en la lectura, a sentirnos parte y todo de la
obra, que es la vida con todas sus aristas y variables, y la que nos
proporciona las herramientas del hecho literario, la que nos hace echar a
andar por los caminos de la fábula, pero siempre teniendo como
referente a la realidad, y esto no lo podemos obviar, de allí que nos
sintamos impelidos a creer lo que se nos cuenta, por ello nuestro
éxtasis, y por más que los hechos contados nos parezcan inauditos, la
vida es en esencia la posibilidad cierta de lo contado, en ella se dan
circunstancias que ponen en juego nuestras creencias y nuestra propia
imaginación, es la complejidad de la vida la que articula todo aquello,
la que nos lanza por mundos imposibles, por senderos oscuros y por
caminos extraviados.
La literatura como utopía es mero concepto
de la razón, es puro artificio del intelecto, son sus páginas las que
nos pueden explicar la vida en sus más profundos intersticios, las que
nos hacen entender lo que resulta cuesta arriba y espantoso, son ellas
las que nos muestran el corazón de lo humano, su espíritu y su esencia,
son ellas las artífices de todo aquello que nos sublima y nos eleva, o
nos hunde en el dolor y la tragedia.
La literatura es vaso
comunicante entre la realidad y la ficción, la que nos interna en los
meandros del Ser, la que nos impele a proseguir a pesar de las dudas y
de los desatinos del día a día, y en sus páginas hallamos respuestas a
las oscuridades de la noche de nuestro tiempo, en ellas nos
reencontramos con nuestra niñez, porque la azuzan, la interpelan, la
conducen de la mano por sus agrestes senderos, para así tomar las
pretendidas lecciones y que no volvamos a repetir los errores del ayer.
Es
la utópica literatura el espejo en el que nos vemos, conocemos en ella
los rostros y los argumentos de la existencia en toda su completitud,
desde sus espacios ideales o terribles urdimos circunstancias y nos
asombramos frente al mundo, hallamos a cada instante las mismas
perplejidades de la existencia, solo que son sus personajes quienes se
prestan al juego de la seducción, y los miramos impertérritos, nos
reímos o nos entristecemos, los acompañamos en sus búsquedas, los
condenamos por sus errores, nos internamos con ellos en sus celdas, y
sabemos así de la oscuridad del mundo y de sus tormentos, vestimos
diversos ropajes y forjamos personalidades, y desde ellas actuamos y
sentimos, escrutamos y juzgamos, o nos lanzamos en los brazos del
desvarío para ser también victimas de sus terribilidades y de sus
crueles miserias.
Y así vamos, pasando las páginas de sus
utopías, haciendo de esos lugares inexistentes excusas para continuar,
para seguir transitando nuestras propias vidas, para entretejernos en
finas argucias y perdernos en las aventuras, pero sabemos que saldremos
librados en lo físico, que eso no está en juego, aunque a lo interno
quedemos atados, sujetos a sus designios, entrampados en sus propios
juegos, encerrados en nuestros propios castillos, y desde sus torres
oteemos el horizonte, mirando por encima de las circunstancias, sacando
nuestras conclusiones, macerando el agradecimiento o el odio, siendo
cómplices del héroe o sus canallas delatores.
Y todo discurre,
nada se queda en las páginas, cada hecho es superado a nuestro agrado o
para el dolor, pero la vida continúa, meciéndose en sus dimensiones,
orquestando situaciones, hechos y peripecias que una vez consumados, no
hay ya vuelta atrás, y es entonces cuando respiramos hondo, cuando nos
decimos, no sin alegría, que eso es mera literatura, que al cerrar el
libro todo se queda allí, pero… nos equivocamos, porque sus páginas
están entre nosotros, y una vez leídas e interiorizadas son vida; y vida
en profundidad.
rigilo99@gmail.com