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La literatura como utopía por Ricardo Gil Otaiza

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La literatura como utopía por Ricardo Gil Otaiza


La literatura importa, a pesar de lo sinuosos que puedan resultar sus designios, cada obra parte de la premisa fundamental de refundar el mundo, de erigirse en un ideal que le mete baza al hombre y a la mujer de su tiempo, y puede saltarse las barreras tempo-espaciales, cada cual sentirá al leer un texto narrativo, o un ensayo, o un poema, que le hablan de su propia historia personal, que se hacen parte de sí mismo, que su vida está inexorablemente unida a aquella obra, porque cuando nos identificamos con un autor y con un libro, nos sentimos conjuntados en su interioridad, nos susurran al oído, nos hacen partícipes de sus improntas, connotan cuestiones que se parecen o se acercan a nuestros propios intereses, y de allí su magia, su halo extraordinario y dichoso, porque nos atrapan en sus redes y sabemos que nunca más seremos ajenos a su brillo, a sus historias y a sus personajes, y nos narran a nosotros, formamos parte de su mundo, estamos conectados por hilos invisibles, pendemos de ellos, los hacemos nuestros y los eternizamos en los más profundos sueños.

Si bien mucho se habla de la literatura como el “no lugar”, como el espacio ilusorio que nos arroba desde su “nada”, estamos conscientes de que ello es y no es así, porque si bien se parte muchas veces de lo fantástico y esas historias y esos personajes jamás han existido, o no se han dado como tales en la vida real, podrían serlo, porque la existencia es el magma que nos permite los artificios de la creación, es ella la que nos empuja a fantasear, a crear mundos paralelos, a mejorar los existentes, a erigir como existencia todo aquello que nos atrapa en la lectura, a sentirnos parte y todo de la obra, que es la vida con todas sus aristas y variables, y la que nos proporciona las herramientas del hecho literario, la que nos hace echar a andar por los caminos de la fábula, pero siempre teniendo como referente a la realidad, y esto no lo podemos obviar, de allí que nos sintamos impelidos a creer lo que se nos cuenta, por ello nuestro éxtasis, y por más que los hechos contados nos parezcan inauditos, la vida es en esencia la posibilidad cierta de lo contado, en ella se dan circunstancias que ponen en juego nuestras creencias y nuestra propia imaginación, es la complejidad de la vida la que articula todo aquello, la que nos lanza por mundos imposibles, por senderos oscuros y por caminos extraviados.

La literatura como utopía es mero concepto de la razón, es puro artificio del intelecto, son sus páginas las que nos pueden explicar la vida en sus más profundos intersticios, las que nos hacen entender lo que resulta cuesta arriba y espantoso, son ellas las que nos muestran el corazón de lo humano, su espíritu y su esencia, son ellas las artífices de todo aquello que nos sublima y nos eleva, o nos hunde en el dolor y la tragedia.

La literatura es vaso comunicante entre la realidad y la ficción, la que nos interna en los meandros del Ser, la que nos impele a proseguir a pesar de las dudas y de los desatinos del día a día, y en sus páginas hallamos respuestas a las oscuridades de la noche de nuestro tiempo, en ellas nos reencontramos con nuestra niñez, porque la azuzan, la interpelan, la conducen de la mano por sus agrestes senderos, para así tomar las pretendidas lecciones y que no volvamos a repetir los errores del ayer.

Es la utópica literatura el espejo en el que nos vemos, conocemos en ella los rostros y los argumentos de la existencia en toda su completitud, desde sus espacios ideales o terribles urdimos circunstancias y nos asombramos frente al mundo, hallamos a cada instante las mismas perplejidades de la existencia, solo que son sus personajes quienes se prestan al juego de la seducción, y los miramos impertérritos, nos reímos o nos entristecemos, los acompañamos en sus búsquedas, los condenamos por sus errores, nos internamos con ellos en sus celdas, y sabemos así de la oscuridad del mundo y de sus tormentos, vestimos diversos ropajes y forjamos personalidades, y desde ellas actuamos y sentimos, escrutamos y juzgamos, o nos lanzamos en los brazos del desvarío para ser también victimas de sus terribilidades y de sus crueles miserias.

Y así vamos, pasando las páginas de sus utopías, haciendo de esos lugares inexistentes excusas para continuar, para seguir transitando nuestras propias vidas, para entretejernos en finas argucias y perdernos en las aventuras, pero sabemos que saldremos librados en lo físico, que eso no está en juego, aunque a lo interno quedemos atados, sujetos a sus designios, entrampados en sus propios juegos, encerrados en nuestros propios castillos, y desde sus torres oteemos el horizonte, mirando por encima de las circunstancias, sacando nuestras conclusiones, macerando el agradecimiento o el odio, siendo cómplices del héroe o sus canallas delatores.

Y todo discurre, nada se queda en las páginas, cada hecho es superado a nuestro agrado o para el dolor, pero la vida continúa, meciéndose en sus dimensiones, orquestando situaciones, hechos y peripecias que una vez consumados, no hay ya vuelta atrás, y es entonces cuando respiramos hondo, cuando nos decimos, no sin alegría, que eso es mera literatura, que al cerrar el libro todo se queda allí, pero… nos equivocamos, porque sus páginas están entre nosotros, y una vez leídas e interiorizadas son vida; y vida en profundidad.

rigilo99@gmail.com                                         





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