Mérida, Abril Viernes 19, 2024, 06:51 pm
Una amiga me señalaba que tenía dos temores que la marcaban, el hacer el
ridículo y el de fracasar. Lo he escuchado tantas veces que de tanto
amasarlo, podríamos considerarlos dos temores clásicos y generalizados.
Temor a hacer el ridículo
Es bastante improbable
que se pueda llegar a metas sin parecer que somos un tanto extraños,
potencialmente inadecuados o que estamos completamente fuera de lugar.
Mientras mayor sea nuestro nivel aspiracional en relación con las metas
que aspiramos concretar, más destacamos en el contexto de la manada y
podemos parecer raros a los demás. Esa misma rareza es la que hace
posibles cosas tan deseables como el buen liderazgo o la capacidad de
innovar. El temor que muchos tienen de hacer el ridículo ante el ojo
ajeno es como la bola de plomo que limita nuestros movimientos en la
cárcel de las convenciones. Vencer este temor es imprescindible para
tratar de trascender en la cotidianidad de los días.
Temor al fracaso
En
realidad, visto de manera puntillosa, no se fracasa. A lo sumo podemos
ir dando tumbos obteniendo resultados que no queremos o que no
esperamos. El “fracaso” es un término de carácter condenatorio que lejos
de aclarar, conduce a generar una visión catastrófica de cuanto nos
ocurre. En la amplia gama de resultados que la vida nos conmina a tener
que aceptar, la variedad de matices es enorme. Si lo miramos con la
retrospectiva que da el tiempo, es posible que, si miramos bien, muchos
supuestos fracasos fueron en realidad grandes avances en nuestras vidas.
Certezas placenteras
La
sensación de tranquilidad que genera el estar apegado a un sistema de
creencias rígido es más atinente a la necesidad de estar envuelto en el
confort que en la posibilidad de llegar a pensar con inteligencia. Los
recetarios de ideas o creencias inexorablemente están reñidos con la
persona que se atreve a abstraerse en los laberintos de las ideas.
Muy adorable incertidumbre
La
incertidumbre, lejana al confort y a la aquiescencia, es la chispa que
enciende la mecha del hombre de pensamiento. La vacilación intelectual
es capaz de movilizarnos por dentro y puede llevarnos a los caminos del
ordenamiento del pensamiento, lo cual finalmente hace que nos
cuestionemos esos espacios oscuros que necesitan ser iluminados. Esa
incertidumbre, que podemos abrazar con entusiasmo, es la energía que se
necesita para cavilar una y otra vez cada día que asomamos en nuestro
mundo interior, la necesidad de transitar la existencia con entusiasmo y
creatividad.
@perezlopresti