Mérida, Noviembre Martes 12, 2024, 05:45 am
Cruzó el escenario con pasos cortos, apurados y algo desarmados. Se paró rígida frente al jurado y el público que llenaba el teatro enorme. Tenía 47 años pero parecía de más edad. El pelo revuelto, como si se hubiera olvidado de peinar. Las cejas nutridas, sin depilar. Era robusta y su vestido, aunque prolijo y discreto, no la beneficiaba. Sin moverse, como si un yeso la cubriera desde el cuello a los tobillos, esperó las preguntas. Cada tanto bajaba la cabeza y la papada desbordaba por los costados. Mientras respondía, largó alguna carcajada y hasta contoneó las caderas.
Simon Cowell, el jurado de American Idol y de Britain’s Got Talent, siempre tuvo pocas pulgas y nunca frecuentó el eufemismo, ni la diplomacia. Ese día se lo veía particularmente hastiado. Parecía que quería que el paso de la mujer por el escenario fuera fugaz: su ánimo no estaba siquiera para disfrutar del escarnio como había hecho tantas veces (tiempo después Cowell confesó que ese día el jetlag lo atormentaba). Tal vez pensó que se trataba de otro de esos números involuntariamente paródicos que los productores solían mechar entre participantes talentosos, esos en los que el que cantaba no era consciente de su falta de cualidades y se convertían en motivo de burla, eran ridiculizados. Y que producían la risa del público a costa de la humillación del participante y de sus ilusiones trituradas ante millones.
Mientras le hacían las preguntas, ella dijo que quería ser cantante, que ese era su sueño. Le preguntaron a quien quería parecerse. Ella no lo dudó, como un relámpago respondió: Elaine Paige, la reina de las comedias musicales inglesas. Paige no sólo tiene una voz celestial sino que su presencia es sutil, casi etérea, elegante y sofisticada, una maestra en su arte que triunfó también en Broadway y que protagonizó desde Evita hasta Cats: cada gran obra musical de las últimas décadas pasó por su voz. Ese fue el momento en que los jurados no ocultaron su risa sardónica y en la que el director de cámaras no se privó de mostrar las expresiones burlonas de varios espectadores. Ella, sobre el escenario, pareció no darse cuenta de nada, sólo esperaba que la pista con la música empezara a sonar. Iba a cantar a I Dreamed a Dream, de la obra Los Miserables.
Apenas entró su voz provocó una explosión en el teatro. Fue el vuelco más radical en la percepción de un artista en las últimas décadas. Nadie podía que esa mujer tuviera esa voz. Los jurados abrían sus ojos con sorpresa, los espectadores aullaban. Ella siguió cantando, sin errar una nota, sin registrar lo que había sucedido. Y lo que había pasado fue excepcional.
Había prendido fuego el teatro. Ese momento, esos tres minutos de interpretación, cambiaron la vida de Susan Boyle para siempre.
Apenas cantó la última nota se produjo otro momento extraordinario. Mientras recibía la ovación merecida con todo el público de pie (también dos de los jurados), Susan bajó el micrófono, giró y con los mismos pasos breves y algo cómicos del principio encaró hacia la salida. No esperó la devolución, no la necesitaba. Ella había cumplido su sueño había cantado para la televisión, se había presentado ante un teatro repleto. Y había dado la talla. En realidad, había superado, destrozado, cualquier expectativa. La tuvieron que llamar para que volviera a escuchar las alabanzas de sus juzgadores que habían reemplazado el gesto sobrador por la perplejidad ante lo único.
Simon Cowell cuenta que el día que se emitió el capítulo de Britain’s Got Talent en el que apareció Susan Boyle, él estaba trabajando en Estados Unidos. A la mañana siguiente, mientras se cambiaba en su hotel, puso la televisión. La noticia central del noticiero matutino era la presentación de la cantante de 47 años. Pensó que se trataba de un error, o que alguien le había hecho una broma y era una grabación que habían filtrado especialmente para él. Cambió de canal y otra vez Susan. Y así en cada noticiero o programa de interés general. Ni hablar de las notificaciones apenas agarró su teléfono. No habían pasado más de diez horas de la emisión original y el fenómeno ya se había disparado. El resto lo harían las reproducciones de YouTube y las redes sociales. Cowell, pese a su experiencia en este tipo de certámenes y pese a haber estado en la grabación, no calculó la dimensión de lo que había sucedido.
Susan Boyle se convirtió en la nueva sensación. En la segunda ronda, para aumentar la expectación de la audiencia, la hicieron cantar en último lugar entre todos los semifinalistas. Llegó a la final del programa pero perdió contra un grupo de danza urbana. No importaba demasiado. El fenómeno ya había estallado y parecía imposible de detener. Tal vez los productores creyeron que como Susan no podía ser más famosa de lo que era, podían aprovechar y potenciar a otros participantes. O, tal vez, que el verdadero giro en la historia fuera que la gran revelación, al final, no se llevara el gran premio.
La misma noche de la final comenzaron los problemas para Susan Boyle. Las luces, la persecución de los fans, los flashes de los periodistas, los micrófonos golpeando su cara a cada paso, la tensión de la final, las decenas de millones de espectadores. Ese cóctel produjo el colapso. Alguien pensó que se había excedido con la bebida o que estaba drogada; quizá se trataba de las veleidades de su nuevo status de estrella, la primera manifestación de los típicos caprichos de los famosos; también estuvo el que creyó que sólo era una mala perdedora, que estaba llamando la atención. Pero lo cierto es que primero se ocupó la seguridad del hotel, después llegó la policía hasta que alguien pidió de urgencia una ambulancia. El médico de guardia se dio cuenta muy rápido que el cuadro lo superaba y pidió con urgencia atención psiquiátrica. Esa noche Susan fue internada en una clínica psiquiátrica.
Hubo dudas de cómo podría seguir todo. Simon Cowell salió a aclarar que no era necesario que ella integrara la gira de más de un mes que harían los finalistas del programa por estadios de todo Estados Unidos. Apenas fue dada de alta, Susan se incorporó al elenco y pudo participar de 20 de los 24 shows previstos.
No pasó demasiado tiempo para que saliera su primer disco. Había que aprovechar el momento. Pero el éxito superó todas las expectativas. Vendió más de 10 millones de copias. A los pocos meses, el segundo. También llegó a la cima de los charts. Se convirtió en la primera artista después de los Beatles en tener dos álbumes en llegar al número uno en un mismo año tanto en Inglaterra como en Estados Unidos.
Lo más evidente que mostró el fenomenal suceso fue que no se debe juzgar a partir de la experiencia y que siempre hay que dar oportunidades a la gente para mostrar su talento. Los prejuicios no deben imponerse.
Susan fue la novena hija de un matrimonio de un veterano de la Segunda Guerra Mundial y minero. La madre era taquígrafa. Tenía 47 años (la misma edad que Susan cuando llegó a la fama) cuando dio a luz a su última hija. Por la edad avanzada y por sus problemas de presión alta, los médicos le recomendaron interrumpir el embarazo. La mujer decidió seguir adelante. En el parto hubo problemas. Susan pasó un tiempo largo con hipoxia, sin oxígeno. A partir de ese momento todos los problemas que tuvo a lo largo de su vida, su familia los atribuyó a esos minutos iniciales en el mundo.
Ella era, tal como Silvina Ocampo se llamaba a sí misma, el etcétera de la familia. Nadie esperaba nada de ella. Su rendimiento escolar fue pobre, sepultada por la incomprensión, por la falta de integración y el bullying cruel. Después vivió con sus padres hasta que estos murieron. Primero el padre en 1997 y luego la madre, a los 91 años, en 2007. Susan los acompañaba y los cuidaba. Nunca tuvo novio y hasta el momento de su aparición fulgurante nadie la había besado. En una entrevista declaró que era virgen.
Susan no tenía un trabajo estable. Iba de empleo en empleo. Quería cantar. En la escuela los mejores momentos, los pasó en el coro. Su hermana mayor, que era quien la cuidó y estuvo más cerca tras la muerte de los padres, le decía que tenía una voz hermosa. Una tarde a principios del nuevo milenio, Susan gastó todos sus ahorros en un par de sesiones de grabación. Llevó el demo a varias discográficas y a varios productores. Nadie lo escuchó. Ninguno de sus llamados fue devuelto.
Hasta que llegó Britain Got Talent y decidió probar suerte. Se anotaron más de 50 mil participantes en toda gran Bretaña. El héroe anónimo de esta historia es ese productor que en una ciudad cercana a Glasgow escuchó a esta mujer, no se dejó llevar por su aspecto, y la eligió. Su ojo (y oído) entrenado le debe haber indicado que en esa brecha entre su aspecto y la voz había una historia que podía llegar a llamar la atención. Nadie, ni el más experimentado, pudo prever el fenómeno que sobrevendría.
Más allá de los millones de copias vendidas, un año después de su irrupción llegó la confirmación definitiva de su triunfo: Susan Boyle cantó a dúo con Elaine Paige.
En 2013, después de varios episodios de conductas erráticas y de pequeños escándalos en ocasionales sociales, llegó el diagnóstico con 49 años de retraso: sus episodios de depresión y de ansiedad, su dificultad para la vida social, se debían a que estaba dentro del espectro autista. A Susan Boyle le diagnosticaron Asperger. Los estudios determinaron, también, que tenía un alto coeficiente intelectual.
Ya publicó 8 discos y se convirtió en una súper estrella de la canción. Ganó mucho dinero. Se calcula que su fortuna supera los 40 millones de dólares. Sin embargo en una entrevista que dio pocos meses atrás, dijo que a ella le gustaba la vida frugal y que no gastaba más de 400 dólares al mes. Eso sí: estaba muy contenta con poder ayudar a sus hermanos y a sus 16 sobrinos. Sus memorias se convirtieron en un best seller. Hollywood compró sus derechos y está trabajando en una adaptación. A Susan la encarnaría Meryl Streep.
Una de esas sobrinas recibió un regalo inesperado. Susan se compró una casa de más de 500.000 dólares. Pero a las pocas semanas, regresó a la casa en la que había nacido y en la que vivió toda la vida, la de sus padres. Ahí se sentía segura y cómoda. Compró la propiedad vecina y la anexó a la suya. La vivienda del medio millón de dólares se la cedió a su sobrina.
En esos años dijo que a ella le gustaría tener un trabajo con horario y sueldo fijo, atendiendo al público, con rutinas. Hasta se presentó para trabajar en una peluquería de su ciudad.
Hoy Susan Boyle cumple 62 años. Faltan diez días para que se cumplan los quince de su gran irrupción. Nadie lo pudo haber calculado. Mucho menos aquellos que se mofaban de ella en el patio del colegio sólo porque era diferente y no disfrutaba de los mismos juegos que ellos.
Susan Boyle no sólo vendió casi treinta millones de discos. Cantó, también, ante el Papa Francisco, Barack Obama y la Reina Isabel. La chica que nunca tuvo novio fue una de las principales estrellas de la ceremonia inaugural de Tokio 2020, los Juegos Olímpicos que parecía que no iban a tener lugar, que llegaron fuera de tiempo, algo después de lo planeado. INFOBAE