Mérida, Diciembre Miércoles 04, 2024, 09:53 pm
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El hombre que vivió entre barrotes y poesía logró muchas veces decir que tenía poderes mentales. Fue militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que nació de una división ideológica del partido Acción Democrática.
Entre el equipaje dejado de su escritura -en esos días tormentosos; o de celebración del olvido, o de la vida misma-, Rafael José Muñoz vivió en la inspiración de fijarse en los astros, y luego dobló en los callejones de palabras venidas de logaritmos donde expuso la creación literaria novedosa y muy renovadora; una poesía precedida de números, y con cierta elegancia saltando todas las fisuras de su espíritu. Una poesía desamparada de ángeles, tan desnuda de galaxias e infinitos.
El poeta, el mismo que va a sumergirse en las matemáticas del poema y nos va indicar que no son ningunas metáforas, nos va a llevar al conocimiento puro, del sueño que sueña y que lo trasmite desde el sonámbulo que escapa desde el equilibrista que escapa del alambre nocturno de la vigilia. En una recopilación de la literatura venezolana, el escritor e investigador Diego Rojas Ajmad expone que los poetas como Rafael José Muñoz revolotean en la periferia, y trasgreden normas ya que su propuesta de escritura resquebraja gustos y concepciones preestablecidas. No creo que sean simplemente poemas raros, más bien nos hemos acostumbrado a una literatura más lineal y que no profundiza sobre el universo poético que pudiese trasladarnos. Rafael José Muñoz nos lleva al esoterismo y a la formula poética de las matemáticas, como un filósofo que se interna en lo profundo de las galaxias.
En su dura vida en la lucha armada en Venezuela, recuerda el fallecido intelectual y político merideño Domingo Alberto Rangel que Muñoz fue uno de los principales promotores del debate sobre la lucha armada en Venezuela, y de seguir la vía cubana. “Al poeta le tocó poner orden en esta situación…”
Recuerda Domingo Alberto Rangel, como ideólogo y uno de los fundadores del MIR, que Rafael José Muñoz “era un hombre muy singular. No he visto ser más nervioso. Sostenía los pañuelos en sus manos sudorosas y los rompía a causa de la impaciencia. Para él no existían los plazos en el tiempo. Quería que todas las tareas se cumplieran inmediatamente y pedía celeridad en todo. Era ideal para la organización, pero en el MIR abundaban los bohemios, y él solía pelear con quienes eran desmañados con el tiempo. Eso no impidió que fuera el gran secretario de organización del MIR”.
También su hijo Boris Muñoz señala que sus padres se casaron en el año 1959, Rafael José Muñoz con Nelly Olivo, quienes convivieron desde el principio hasta su muerte. Era un matrimonio versátil ya que ella era biólogo y él era poeta, pero la verdadera diferencia radicaba en su carácter: él era ordenado, puntual y socialdemócrata. Ella era soñadora, revolucionaria y tan abstracta que sus conversaciones, salpicadas de una profusa jerga médica y biológica, que resultaban incomprensibles. Sin embargo, eran buenos compañeros y se guardaban respeto.
El poeta pasaba mucho tiempo frente a su máquina de escribir Erika, donde colocaba su hoja blanca para escribir los poemas. Parece que allí confrontaba consigo mismo desde un punto de vista fisiológico en que el codo, los huesos, y ciertos órganos, adquirían particular importancia:
Tengo que mirarme las rodillas
a ver si allí crece mi codo,
mi corno de trasal mandíbulas;
tengo que examinar esos molares
y aquellas paredes ruinosas
a ver si está allí la flauta de lo mío”
Esa inspección fisiológica y anatómica no obedece a ningún rigor. Son como partes que van doliendo de pronto, o que tienen dentro de su mitología personal algún valor representativo. El codo, por su angulosidad, su dureza, tiene algo que ver con la representación de la muerte; es una parte casi visceral, porque encierra significaciones a las que el poeta le da harta importancia.
Estuvo a punto de marcharse a la guerrilla. Lo tenía todo listo. La partida era para la madrugada siguiente. Estaba convencido, en apariencia. Esa noche realizó algunos contactos por cuenta del jefe guerrillero. Hasta ese momento no se había planteado posibilidad alguna de discrepancia con la lucha armada. Pero sucedió lo imprevisto. Cuando faltaban pocas horas para la ida, la tensión emocional estalla. Rompió sin razón alguna la vajilla de la casa. Entró crisis. Es necesario hospitalizarlo de urgencia, esa acción de destrozar la vajilla constituye, a toda luz, un acto de transferencia.
Rafael José Muñoz rompió su cáscara, rompió la falsa personalidad que le ahogaba, esa persona de guerrillero en cierne, condicionada por la compulsión del medio en que se movía. Había transcurrido los años de aprendizaje de vida interior, su espiritualidad contenida y desviada hacia una falsa mística, como es la acción política, la violencia que se hacía a sí mismo. Imponiéndose desde arriba una disciplina militar que su ser profundo repudiaba, estallaron en ese límite circunstancial. La vida para él poeta Rafael José Muñoz, mereció sólo dos estudios a su trabajo literario, el de Juan Liscano, su maestro, su amigo y su adversario, según la etapa emocional de ambos, cuyo título es Dentro del círculo de los 3 soles, y el de Guillermo Sucre, en su libro La Máscara, La Transparencia.
El círculo de los tres soles fue la suma poética de este desorbitado que imaginaba el Valle de Guanape como El dorado de los utopistas, el paraíso de los cristianos, y las “estrellas más allá de la Osa Mayor” de su visión en delirium tremens, castigada por la ebriedad de sí mismo. Sus amigos como Jesús Sanoja Hernández y José Agustín Catalá, lograron recoger sus textos. Uno de ellos cierra con la memorable “Elegía a mi padre Agustín”, poema que al final es, justamente, el anuncio del fin.
Fallece en el Hospital Clínico Universitario, ahogado por el agua acumulada en sus pulmones, luchaba por liberarse de una camisa de fuerza, a la edad de 53 años fallece el poeta aquel 9 de noviembre de 1981 en la ciudad de Caracas. En titulares de la prensa nacional, el vespertino El Mundo había desplegado la noticia, y al día siguiente en las primeras planas de los principales periódicos venezolanos decía:
“Ha fallecido Rafael José Muñoz, poeta y dirigente político contra la dictadura” había terminado un trabajo sobre un homenaje a Neruda. Atentó contra su vida, ya que en las horas de trabajo se ponía a beber sin parar hasta que acabó con su vida. Así lo describe quien fue su mentor y amigo de siempre José Agustín Catalá.
Su hijo, el periodista y profesor Boris Muñoz, recuerda que cuando era pequeño sus encuentros transcurrían en la barra o en alguna mesa del bar La Giralda a una cuadra de Sabana Grande. También manifiesta que su padre vivió bajo la sombra del alcohol casi toda su vida. Hizo lo que pudo para dejarlo, pero terminó vencido.
Él habría su libreta y tomaba apuntes que después abandonaba, como éste, que llevó muchos años doblado en su billetera:
En los ojos del loro está el secreto del sol
y de la formación del mundo sideral.
—
En la madera está todo. Contémplala.
Allí encontrarás los misterios de la arquitectura
y el secreto de las catedrales.
—
El universo lo hizo el hombre.
Nadie osaría hablar de Cirio o del Alfa del Centauro
si antes no hubiese estado consubstanciado con su ambiente.
Todo lo que soy es lo que es el mundo.
En la infancia, Rafael José y su madre, Zoila Piedad Muñoz, fueron muy cercanos. Él era el primogénito de la mujer más independiente y culta del pueblo. Pero, cuando creció, la relación se hizo más distante y áspera, debido a la inquina sembrada por Agustín, cuyo orgullo había quedado herido luego de que Piedad decidiera ponerle fin a ese romance que había dejado cuatro hijos y decenas de cartas de amor ardiente.