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Crónicas Memorables:

Gilberto Antolínez con alma de folklore por Orlando Oberto Urbina

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Gilberto Antolínez con alma de folklore por Orlando Oberto Urbina


bajarigua@gmail.com


María Lionza constituía una divinidad para los jirajaras representando en su imaginario a una madre, agua, tierra y luna; al tiempo que era una especie de Venus, muy querida por los hombres y jóvenes, quienes la relacionaban con una serpiente o la danta, cuya imagen inspiró al escultor venezolano Alejandro Colina para inmortalizar a la diosa madre montada sobre ella: mítico culto que ya traspasa nuestras fronteras. 

Gilberto Antolínez.

A los amigos yaracuyanos inspirados por la Diosa Venus

Hermes Vargas 

Carlos Pérez Mujica

 y José Ochoa.


Esta crónica periodística es sobre Gilberto Antolínez, un hombre que se dedicó a tiempo completo a investigar sobre la identidad y cultura autóctonas de Venezuela y América. Sus aportes incidieron singularmente en las diversas disciplinas de las ciencias humanísticas. Se le conoció como un investigador y precursor de la antropología académica en nuestro país. Sus investigaciones tienen un sello trascendente e inédito, así como sus métodos de trabajo que van a revelar una interpretación respaldada por un compendio de conocimientos y una sabiduría que oscila entre la erudición y la percepción trascendente.

En sus entrevistas llegó a decir Gilberto Antolínez: “desde muy niño siempre sentí venerable afición por las ciencias de la Naturaleza. Botánica y Mineralogía llenaban los ensueños de mis años más tiernos; y por su áureo camino, ya de mozo, tomé místicamente el sendero abstracto de las matemáticas, siguiendo las pautas del ritmo, ciclo y orden que aprendiera en la magnífica serenidad de los cristales y el augusto concierto de la geometría espiritual. Sólo más tarde vendría a despertar ante la inquietud del hombre, y así adentrarme por la vía de la psicología, de la filosofía y de las Ciencias Sociales”.

Este ilustre venezolano nació en Cocorotico, estado Yaracuy, el 23 de agosto de 1908. Ejerció el periodismo, la crítica y el ensayo. Además fue pintor, poeta, dibujante, ilustrador y grabador. Era militar retirado, y residió en la ciudad de Caracas, y en Coche, hasta su muerte: el 05 de mayo de 1998 a la edad de 90 años. Dejó una obra investigativa que servirá para los futuros estudios de la sociología y antropología. 

Entre sus labores tenemos la creación de la escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela; además de haber realizado una destacada labor en el grupo Caracas de la Sociedad Panamericana de Geografía e Historia, y numerosas investigaciones llevadas a cabo por el Museo de Ciencias Naturales de Caracas, como por la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle.

En 1947, trabajó en la instalación de la Comisión Indigenista para la elaboración de políticas indigenistas y la atención de los pueblos aborígenes. Su primer libro publicado en 1946 fue “Hacia el Indio y su Mundo” reeditado en 1972. Su obra está dispersa en periódicos y revistas. Se casó con la poetisa Pálmenes Yarza, quien escribió para él en uno de sus poemas: 

Llévame a la Montaña por sus piedras antiguas: 

Allí un día mi madre me entregó a la mañana apareando murmullos de aguas y cantigas

(Entreveo la Ciudad)

Uno de los grandes investigadores que publicó un trabajo sobre el mito de María Lionza, fue Francisco Tamayo, ese larense folklorista que había iniciado una investigación sobre el personaje mitológico celebérrimo en el occidente de Venezuela. Este ensayo vino precedido por un proemio de Gilberto Antolínez, quien hace una extensión del trabajo de Tamayo para buscar el origen ancestral del rito, mito y culto rendido a María Lionza en Lara, Cojedes, Portuguesa, Falcón y Yaracuy; estados venezolanos donde vivieron principalmente comunidades indígenas de las etnias arawak, caquetía y ajagua; o tribus jirajaras que fueron posibles descendientes de indios ayamán, gayón y cuiba.

Antolínez relata sobre el escrito de Tamayo, y considera que María Lionza sería una deidad femenina bondadosa y dispensadora de riquezas que resulta más bien un ser ambiguo, con idéntica capacidad para el bien como para el mal, y se atiene a sus funciones de Dueña de la Selva y Guardiana de las riquezas naturales: es una madre, tanto de lo orgánico como de lo inorgánico, del bosque como de la fauna y los metales. Vive en los bosques, en los remansos de los ríos, en las lagunas encantadas, en las pozas azules que forman los arroyos, o en las cuevas de las rocas. Rige las manadas de animales salvajes: dantas, yaguares, pumas, venados, báquiras. Posee un reino subterráneo de siete cuevas o ciudades encantadas en donde recibe a los cazadores que sean de sus agrado, haciéndolos descansar sobre asientos que luego resultan ser anacondas (culebras de agua) o tragavenados (boas constrictor) enrolladas sobre sí mismas durante su pesado sueño ( Los Ciclos de Los Dioses).

Gilberto Antolínez, en su libro Los Ciclos de Los Dioses, recoge toda la interpretación de lo sagrado, el inconsciente mítico de la personalidad colectiva de nuestros pueblos de occidente, en la que el folklore, la mitología y la etnografía conforman aquí un diálogo. Dicha obra fue publicada por Ediciones La Oruga Luminosa, que el poeta Orlando Barreto logró recoger parte de la obra de este insigne venezolano. Para los interesados en la temática sobre nuestros aborígenes, siempre es grato sumergirse en la amena lectura de su tercer libro La Diosa de la Danta, también publicado por la Universidad Experimental de Yaracuy (UNEY), propiciada por una recopilación del escritor e investigador Orlando Barreto del grupo experimental La Oruga Luminosa en Yaracuy. 

En la vida y obra de este investigador yaracuyano Gilberto Antolínez se nos ofrece adentrarnos en el extraordinario y singular mundo de las diferentes culturas indígenas asentadas en nuestros fértiles valles y enigmáticas montañas de la geografía yaracuyana. Así, va describiendo parte de su investigación repartida en varios de sus trabajos sobre el pensamiento vivo del hombre americano. Muchos estudiosos de su obra recomiendan que dichos textos deben sean de obligatoria lectura en todas nuestras escuelas y liceos, como una manera de valorar ese legado en nuestra sociedad, ya que esto se ha apartado e ignorado muchas veces de una manera mezquina de enseñanza de la historia en los centros educativos de Venezuela.

Antolínez fue gestor de una incansable obra acerca de nuestro folklore, muy a pesar del descuido en que han sido tenidos hasta ahora. Tal legado cultural nos ofrece la música y la danza populares, profusas en las zonas costeras de nuestro Oriente venezolano, especialmente –y con efervescencia- durante la épocas de carnaval, navidad y fiestas patronales. Estas tradiciones van a ser más conservadas en el interior del país que en centro. La música y la danza en Oriente se han criollizado, ya que tales manifestaciones van a mostrar la supervivencia de elementos originales indígenas provenientes de las fuentes karibe y waikerí. Nos referimos, por ejemplo, al Sebucán (de origen karibe), Los chimichimitos (con claro motivo afrovenezolano), el Chiriguare, así como las danzas del Róbalo, el Carite y la Palomera, entre otros. Sigue señalando Gilberto Antolinez que los rasgos de estas manifestaciones dependen de un modus viviendi basado en la caza, la pesca y la vida marina. También veremos en ellos vivencias de ritos de fertilidad indoamericanos, los cuales siguen existiendo en las comunidades de Guayana, Delta Amacuro, los llanos apureños, y el Amazonas. Otros bailes orientales aluden a ciertas actividades cotidianas económicas que están en plena vigencia y actualidad en esas afamadas costas e islas de nuestro sotavento. 

Por otro lado, describe Antolínez que las danzas a base de tambor persisten más aún en la costa central de Venezuela, aunque aparezcan también en los estados Carabobo, Zulia y Falcón, y de manera mucho más esporádica en los llanos y en algunos núcleos de población andina donde hubo cimarroneras o peonadas llevadas allí por el cultivo de cañas o de café. Muy notables son los Diablos Danzantes de San francisco de Yare, la Parranda de San Pedro de Guatire, Los Chimbángueles de San Benito en el Zulia, y los Negritos de diferentes partes del país.

Nos intuye Gilberto Antolinez el descubrir que una danza andina titulada con el nombre de una afamada comunidad aborigen: los jiro o jirahara, la Danza de los Giros, del estado Mérida, venga a poner de relieve uno de los más fieles trasuntos de la coreografía africana, la cual resalta por los elementos hispánicos que indudablemente se notan en el vestuario, junto con los elementos indígenas de la música que acompaña esta danza. Además, siempre señaló este investigador que es muy urgente (frente a la amenaza inmigratoria y maquinista) recoger los actuales protocolos del folklore, para poder resguardar los lineamientos de la presente fase de nuestra nacionalidad. Si no lo logramos hacer, será en vano plañir y lamentarse, y muy infructuoso añorar cómo fuimos, cómo reaccionábamos ante las contingencias universales, y cómo pensábamos en el hondón de la conciencia.

Nos indica Antolínez que el chivo es uno de los animales más sagrados de nuestras danzas folklóricas, como lo ha afirmado en otras investigaciones otro antropólogo venezolano Miguel Acosta Saignes acerca de las Danzas de Las Turas en los estados Falcón y Lara, aunque los festejos son más conocidos en el caserío Maparari, perteneciente al Municipio Unión, enclavada en plenas sierra de Falcón que limita con el estado Lara, denominado el baile de las Turas. Se hace un ritual de esas danzas, a las cuales se había referido en diversos aspectos y considerado siempre como un elemento fundamental de las comunidades agrícolas de los Andes en Venezuela, en cuya sociabilidad estructuraron los sacerdotes aborígenes una base mística para la cohesión de la comunidad.





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