Mérida, Marzo Domingo 16, 2025, 06:28 pm
Orlando Oberto
Urbina
bajarigua@gmail.com
En la Venezuela democrática, aquella que perdimos y no
supimos cuándo, había hombres y mujeres de gran peso político y filosófico que
entendían -en tiempos de crisis y de
malos gobiernos- cómo hacer política contra quienes manipulaban y jugaban al
escondido; o, mejor dicho, contra quienes actuaban tal como decía la canción
del tamunangue: que usté es corrupto,
usté también; que usté es un falso, usté también; que usté es bien feo, usté
también…
Así parece uno escuchar ese contrapunteo de un lado y
otro, y poco se hace por ejercer una política responsable que detenga los
graves problemas que padece nuestra sociedad.
Si viviera aquel hombre intelectual apodado Míster Sanín,
ese personaje dueño de un verbo tenaz e irónico que sumaba igual amigos que
enemigos. Desde el teclado de una máquina de escribir, o un teclado de
computadora, sus escritos ponían a pensar al país; y aquellos que andaban
desorientados o fuera del carril político buscaban siempre orientación sobre cuál
debía ser la postura ante los acontecimientos.
Fue destacado abogado, escritor, diplomático,
político, y periodista de vocación aquel parlamentario venezolano llamado
Alfredo Tarre Murzi, mejor conocido como Sanín.
Nació en
Maracaibo el 25 de diciembre de 1919. Su seudónimo fue sacado de aquel personaje
creado por Mijail P. Artzibashev creado en la novela Sanín. Una novela macabra y erótica. Tarre Murzi firmaba bajo el
nombre de Sanín sus artículos de opinión y sus ensayos políticos en el
semanario del partido Unión Republicana Democrática. Comenzó a ser conocido por
sus escritos desde 1945. A menudo comentaba que había quedado impresionado por
aquel personaje ruso. Además, señalaba que era un periodista frustrado, pero lo
trabajaba en la opinión por vocación, y contaba con muy buena pluma por crítica
y severa, como era usual en ese periodismo de ayer que ejercían aquellos
maestros de la comunicación social en Venezuela.
Este era un hombre con vocación democrática y muy clara
en su vida política. Llegó a ejercer varios cargos con mucha dignidad y
pulcritud, como debía ser en el ejercicio de la función pública. Tarre Murzi
estudió derecho en la Universidad Central de Venezuela; luego fue a Nueva York a
hacer cursos de posgrado en la Universidad de Columbia. En 1953 estuvo en
Suiza, en la Universidad de Ginebra, completando sus estudios de Derecho
Social. Este personaje era un atrevido a todo, porque era inquieto, y se ponía
en sintonía con todo lo que debía informarse. Tenía una gran pasión por la
información, y estaba siempre al día. Por eso, nadie le metía cuentos al gran
Sanín.
Sanín llego a ser electo funcionario para la
Organización Internacional del Trabajo entre los años 1952 y 1957. Ejerció con dignidad
esa alta distinción que después le permitió llegar a ser Ministro del Trabajo en
1969 durante el primer gobierno del doctor Rafael Caldera. También ejerció la docencia
universitaria en la UCV y la UCAB. Sanín era un pertinaz articulista de crónica
periodística en el diario El Nacional, conocida como “Palco de Sombra”, y fue autor
de varios libros de ensayo que abordaban el entorno político venezolano, además
de publicar biografías de personajes relevantes de la historia política y
social del país.
Entre 1959 y 1963
fue embajador de Venezuela ante la Organización
de las Naciones Unidas en Ginebra. Su vocación para el trabajo era la característica
fundamental de este diplomático que daba a conocer todo lo que se ejercía desde
ese importante cargo diplomático para enaltecer la venezolanidad. Con trabajo y
sin show mediático, fue director de la revista Signo entre los años 1950 y
1951, junto a Juan Liscano. Fue corresponsal de Venezuela en Ginebra y estuvo
presente en la conferencia de los cuatro
grandes. Entrevistó a Nikita Krusckev, que era el hombre detrás del trono,
el secretario general del Partido Comunista de Rusia, con el cual
consiguió el trabajo reporteril más
importante de su tiempo.
En uno de sus ensayos recogió el hecho cultural como
expresión de una sociedad. Aseveró que la democracia había de promover la
cultura como elemento fundamental, porque en cambio las dictaduras la cultura
no era relevante, pues el arte y la cultura suponen y exigen libertad. En toda
su obra nos sorprende por su relevancia y pertinencia, incluso para el siglo
XXI.
Este personaje tan valiente se enfrentó a una
situación que llevó adelante ante las denuncias de aquel caso de la General
Motors en Venezuela, por lo que algunos medios de comunicación quisieron callar
a este hombre. La General Motors de Venezuela había construido unos calabozos
en su fábrica, donde castigaban y torturaban a los obreros por medio de un alto
empleado yanqui y su lacayo, o jefe de relaciones públicas, que era puertorriqueño.
Este vergonzoso episodio fue denunciado por el
ministro del trabajo, el doctor Alfredo Tarre Murzi, en aquella rueda de prensa
y mediante boletines que, inexplicablemente, los medios de comunicación de
masas llegaron a silenciar la noticia para desatender las voces de los
periodistas que llevaban las denuncias a los diarios en esa época. Para aquel
tiempo era una primicia -en lenguaje periodístico- la grave noticia de la
General Motors que en aquellos tiempos fue una bomba que llegó a explotar. El
gran Sanín logró convocar a más de cuatrocientos intelectuales, escritores,
compositores, músicos, locutores, poetas, fotógrafos, pintores, escultores y
periodistas, que acudieron al llamado de aquel ministro del trabajo que se
atrevió a llamarlos el 25 de septiembre de 1969. Solamente el diario El
Imparcial de Maracay se hizo eco de la denuncia sobre las prácticas policíacas
represivas. Dicho diario publicó la noticia el 30 de septiembre de 1969.
Y el silencio, como él lo había dicho, volvió a
hacerse cómplice del engranaje que mueven los grupos de presión sobre nuestra
libertad de prensa. El ministro del gobierno había denunciado una agresión a
que habían sido sometidos varios obreros venezolanos, por causa de personas
extrañas a nuestra tierra, y algunas personas, guiadas por apetitos económicos,
prefirieron acallar el ultraje que se le hizo a la patria por no perder los
miles de bolívares que la Empresa General Motors pagaba diariamente en los
avisos publicitarios de todos los diarios, así como el dinero que invertían en
todas las emisoras de la capital.
La intolerancia del nefasto presidente Jaime Lusinchi
despertó su odio y venganza contra Sanín. Un día, dos malhechores o cabilleros
como se denominaban a los grupos parapoliciales, entraron al estacionamiento de
su residencia en un apartamento de la urbanización Santa Rosa de Lima. Lo
embistieron preguntándole: “¿Tú eres Sanín?”, a lo cual el periodista respondió
que sí, y luego los hombres le dieron tremenda golpiza, y lo dejaron casi moribundo.
Cuando los hombres lo vieron tendido en el piso, le insultaron diciéndole:
“¡Esto es para que aprendas a respetar!”.
Los bandidos ya habían hecho su mandado, y al rato se presentaron algunos
medios de comunicación. Incluso el director de la policía técnica judicial. Algunos
canales de televisión transmitieron la noticia, pero poco después todo fue
sacado del aire por órdenes superiores.
Los dólares preferenciales, en esa época, eran un arma
de subyugación para algunos directores de medios de comunicación social.
Alfredo Tarre
Murzi falleció en Caracas en el 2002. Fue uno de aquellos hombres más dedicados
al país. Estuvo preso por sus ideas, y nunca dejó de ser ese hombre luchador por la esperanza democrática.
Fue exiliado político y sufrió varios atentados. De él nos quedan sus
enseñanzas, y ese pequeño vestigio de organización política, de valentía, de
opinión, de asociación gremial. Hoy de él nos queda una bandera, una leyenda y
un símbolo de combate por la vida. Su esposa Mercedes Pulido de Briceño, falleció
en 1988. Era su compañera de codo a codo, y con su muerte sintió la soledad. Una
vez escribió que “la vejez es un fardo cada día más pesado, todavía quedan
cosas por escribir y unas cuántas vainas por echar”.