Mérida, Marzo Sábado 15, 2025, 08:57 pm
Jamás imaginó el padre Eustorgio Rivas que aquella adquisición suya, en la agencia de Timoteo Aguirre, un campero marca Willys modelo 54,
color rojo y techo de lona, por un costo de seis mil bolívares, marcaría un
antes y un después en los apartados pueblos del sur merideño.
Pero
es que toda obra grande nace de un sueño visionario que se convierte en trabajo
compartido con ilusión, constancia, pasión por lo que se hace y voluntad
inquebrantable. Esa fue la hazaña conocido como los héroes sin nombre cuando el
novel cura –párroco de Nuestra Señora del Carmen de Canaguá-, el padre Rivas,
como se le conoció, hijo de la tierra de las orquídeas, Aricagua, comprendió
que sin una carretera era imposible el soñado progreso integral de los pueblos
surmerideños.
En el libro de Gobierno, II de Canaguá (1885-1959), nos encontramos con una página de oro, escrita por
Don Eustorgio Rivas, donde deja plasmado el sentimiento y compromiso perenne de
la Iglesia con el desarrollo sureño, textualmente dice así: “Los primeros carros en Canaguá: fueron dos
jeeps que por iniciativa del párroco y con la colaboración del pueblo, se
trajeron desde Santa Cruz, por el camino tradicional de recuas. Llegaron al Molino
en medio de las aclamaciones populares, El 1 de febrero del presente año 1954 y
Canaguá el domingo 14 del mismo mes. Toda la Parroquia se movilizó ese día que
marcará la más de las fechas memorables de su historia. Grande fue el júbilo
popular a la llegada de los carros; pero más grande fueron los riesgos y
sacrificios de la empresa; sólo los que vieron y participaron en ella podrán
contar a las generaciones futuras lo que significó y sobre todo lo que se hizo.
Si algún día llega la carretera a Canaguá quizás algunos tengan recuerdos
diluidos de esta empresa quijotesca que sembró y despertó perdidas esperanzas;
y no podrán menos comprender lo que la Iglesia signifiquen en el desarrollo de
los pueblos… Tú, colega que lees estas notas no olvides que Canaguá se ha
levantado a la sombra de la Iglesia, y que nosotros lo de ahora tenemos un gran
compromiso con nuestros predecesores. No dejemos perder lo que ellos con tantos
sacrificios consiguieron. Los dos primeros carros que cruzaron las calles de
Canaguá, más que nada son un símbolo, un ejemplo de lo que puede este pueblo de
la mano con su párroco. Dos jeeps sirvieron: uno para la Iglesia, otro por
cuenta del señor Clodomiro Méndez. Han recorrido en Servicio los caminos del
Rincón, Río Arriba y La Laguna. Tras ellos vendrán otros… Cuando la carretera
llegue, estos ya no existirán sino en la historia del terruño; pero seguirán
siendo lección, porque la historia es maestra de la vida. Doy fe Pbro.
Eustorgio Rivas”. (Folio 217).
“Seguirán siendo lección…” palabras que no dejan de resonar en la conciencia
de quienes nos toca en lo profundo el terruño canagüense, ser continuadores de
una generación de hombres y mujeres con sentido de pertenencia e identidad, con
la clara convicción de servicio incondicional.
Que mejor respuesta a los desafíos de un país con tantas necesidades, que
podamos volver a mirar el ejemplo desbordante de la gente del sur del 54 y
enarbolemos juntos la bandera de la lucha compartida, de anteponer los
beneficios personales por construir juntos el bien de todos. Bien lo decía Aristóteles a Nicómaco:
“Es cosa amable hacer el bien a uno solo; pero más bella y
más divina el hacerlo al pueblo y a las ciudades”.
Un pueblo que se ha levantado a la sombra de la Iglesia, resalta el padre
Eustorgio, la encomiable labor de los curas doctrineros, camineros y curas de
pueblo, que a lo largo de nuestra historia han sido y siguen siendo, los
protagonistas de la educación y la salud, con la fundación de escuelas y
hospitales; impulsores del emprendimiento con las escuelas de labores, la
formación en las artes y los oficios, el acompañamiento espiritual que se
encarna en la pasión de los hombres de sotana por hacer que el Reino del amor,
la justicia y la paz se haga posible en medio de los hombres.
¡Nuestra eterna gratitud a hombres del tamaño de Abdón Carrero, el muchacho
Molinero de 25 años, fuerza impulsora de la obra, junto al segundo chofer
Clodomiro Méndez y el entusiasta Silvino Ramírez, con su grito: “¡Arriba,
carajo!”. Y a todos los “héroes sin nombre” que nos enseñaron que “unidos somos
invencibles”, pero que también nos reclaman hoy el dejar a un lado tantas
divisiones ideológicas y comodidades personales para volver a la conquista de
unos pueblos de sur que claman por sus justos derechos y por nuevos caminos de
esperanza.
Mérida, 17 de marzo de 2024