Mérida, Marzo Viernes 29, 2024, 03:12 am
En el centro, Donald Trump. Enrique Peña Nieto y
Justin Trudeau, a los lados. El primero en hablar, también Trump. Luego lo
hicieron el presidente de Canadá y el mexicano. El sitio elegido: el hotel
donde se hospeda Trump en Buenos Aires, adonde viajó para participar en la
cumbre del G20. Los testigos: solo la prensa que acompañó a las comitivas y
decenas de altos funcionarios. La puesta en escena de la firma del nuevo
acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá, el T-MEC o USMCA, por
sus siglas en inglés, estuvo lejos de la pompa televisada con que el presidente
estadounidense anunció el fin de las negociaciones el pasado 1 de octubre. Pero
dejó bien claro quién manda en esta historia.
Para Peña Nieto, en tanto, fue su último acto como
presidente: dejará el cargo mañana, 1 de diciembre, cuando Andrés Manuel López
Obrador tomará el testigo al frente de la segunda mayor potencia
latinoamericana, tras Brasil. "Le felicito por acabar su presidencia con
este increíble hito", le dijo Trump en su habitual tono hiperbólico, y lo
despidió. Antes de la firma, el todavía jefe de Estado y de Gobierno mexicano
condecoró -pese a la enorme polémica surgida- con la máxima distinción
nacional, la Orden del Águila Azteca, a Jared Kushner, yerno de Trump y una de
las figuras clave en las negociaciones a pesar de no tener cargo formal en el
organigrama de la Casa Blanca.
La presencia de los presidentes fue puramente
protocolaria. Tras sus discursos, los tres firmaron, sentados a una misma mesa,
donde ordenaban a sus ministros de Comercio -auténticos negociadores del texto-
. Estuvieron, junto a ellos, el representante comercial de EE UU, Robert
Lighthizer; el secretario de Economía de México, Ildefonso Guajardo, y la
ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Chrystia Freeland. Los tres países
regirán desde ahora sus intercambios bajo nuevas reglas, tras negociar cambios
en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), el marco que los
unió desde 1994. Las negociaciones, ásperas, fueron para Trump un triunfo
político. Lo dejó claro este viernes en Buenos Aires.
"Este es probablemente el mayor acuerdo
comercial jamás alcanzado, un modelo de acuerdo que modifica para siempre el
panorama del comercio. Todos nuestros países se beneficiarán enormemente”, dijo
sobre el pacto. Luego prometió “trabajos bien pagados en el sector de las
manufacturas" y “un trato fenomenal para los agricultores" de EE UU.
Fue un discurso a los estadounidenses, a los que prometió machaconamente
durante meses que lograría un trato "más justo" para los trabajadores
de su país o se saldría del marco comercial que permitió la creación del área
de libre comercio más grande del mundo y que multiplicó los intercambios entre
los tres países. A su lado escuchaban sus dos socios en una escena que
recordaba mucho a la de hace tres meses, con Trump escuchando al teléfono a su
homólogo mexicano desde el Despacho Oval: todos los focos, entonces y ahora,
apuntaban al estadounidense. “Los acuerdos comerciales no pueden permanecer
estáticos, necesitan avanzar de acuerdo con las necesidades de nuestra
economía”, agregó este viernes Peña Nieto, a su turno, en una de sus últimas
intervenciones como presidente.
El nuevo pacto se ha firmado bajo la sombra de los
aranceles. La intención de México y Canadá fue llegar a este día sin las
tarifas del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio
impuestas por EE UU. Pero finalmente aceptaron que esos impuestos seguirán
vigentes, a la espera de nuevas negociaciones. Para México no obstante -y
cesiones al margen-, la firma del acuerdo es una buena noticia: Washington es,
por mucho, su primer inversor y su primer socio comercial -el 80% de sus
exportaciones acaban en su vecino del norte-, sobre todo en el sector
automotor. En esa industria se concentraron el grueso de las concesiones
mexicanas en aras de cerrar el trato: un porcentaje de los coches que se
fabriquen en América del Norte tendrá que tener un contenido mínimo producido
en zonas de alto salario -EE UU y Canadá, México queda implícitamente
incluido-; se reforzará el capítulo laboral, uno de los puntos en los que ha
descansado la competitividad mexicana en las últimas décadas -el salario
manufacturero es hasta seis veces más bajo en México que en sus socios
regionales-; y en propiedad intelectual, con cambios en las patentes
farmacéuticas que afectarán a las operaciones de esta industria en suelo
mexicano.
La firma en Buenos Aires del T-MEC no deja de ser
paradójica. Un acuerdo firmado bien al norte de América se firma bien al sur.
Mientras tanto, el Mercosur, el mercado que integran Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay, lleva años de negociaciones fallidas con la Unión Europea
para alcanzar un tratado comercial. Macri soñaba con rubricar el acuerdo en el
marco de este G20, pero no ha podido. El presidente de Francia, Emmanuel
Macron, fue claro el jueves. Tras reunirse con su par argentino, dijo que las
relaciones con Argentina son las mejores, pero que aún persisten diferencias
insalvables para acordar un tratado de libre comercio con el bloque
sudamericano.
Trump, en tanto, ha podido enarbolar el T-MEC como arma contra aquellos que lo acusan de dinamitar las reglas del libre comercio. En cualquier caso, las formas del acto de ayer en Buenos Aires dejaron en claro que Estados Unidos defenderá los intercambios globales, pero bajo sus reglas. Así son las negociaciones en tiempos de Trump.
EL PAÍS