Mérida, Marzo Miércoles 26, 2025, 10:52 am
Queridos familiares, amigos y seres
queridos:
Hoy nos reunimos para celebrar un acontecimiento extraordinario y singular: el centenario de vida de una mujer que ha sido el pilar de nuestra familia, una luz constante de amor, fe y esperanza. Mi querida mamá Hilda cumple 100 años, y no puedo evitar sentirme inmensamente afortunado y agradecido por tener la oportunidad de estar aquí, frente a ustedes, para rendirle el homenaje que se merece.
Hilda nació hace un siglo en Ejido, una hermosa ciudad andina en el estado Mérida, Venezuela. Era una época diferente, un tiempo en el que la vida transcurría más despacio, donde la familia y la comunidad eran el centro de todo. Hija de Elio, un carnicero, y Rafaela, una costurera, mi mamá creció en un hogar lleno de trabajo duro, humildad y un profundo respeto por los valores cristianos. En su infancia, Mérida era un lugar donde las montañas verdes y frías abrazaban la ciudad, y donde las costumbres y tradiciones eran el latido de la vida cotidiana. Fue en ese entorno donde mi mamá aprendió a ser la mujer fuerte y resiliente que todos conocemos y admiramos.
Con el paso del tiempo, esa niña que corría por los caminos de tierra y respiraba el aire puro de las montañas, se convirtió en madre. No cualquier madre, sino la madre de 10 hijos, entre los que me cuento. Ser madre de una familia tan numerosa no fue tarea fácil, pero mamá Hilda siempre lo hizo con una gracia y una fortaleza que parecen sobrehumanas. No importa cuán duros fueran los tiempos, ella siempre encontraba la manera de brindar amor, apoyo y consuelo a cada uno de nosotros. Su casa siempre fue un refugio, un lugar donde todos nos sentíamos seguros y amados.
Pero la vida de mi madre no se limitó a su papel en el hogar. Cuando mi padre fue nombrado gobernador del estado Mérida, mi mamá asumió el rol de primera dama con la misma sencillez y humildad que la caracterizan. No dejó que los títulos o las formalidades cambiaran quién era; siguió siendo la misma Hilda que amaba cocinar, que disfrutaba de la música, y que siempre encontraba tiempo para bailar una buena canción. Esa alegría por la vida, ese entusiasmo contagioso, es algo que todos los que la conocemos llevamos en nuestros corazones.
Recuerdo con claridad cómo, en medio de las responsabilidades y las exigencias de la vida pública, mamá siempre encontraba tiempo para estar con nosotros. Recuerdo sus palabras sabias, su risa contagiosa, y cómo siempre nos inculcó la importancia de la fe, la familia y el trabajo duro. Nos enseñó a enfrentar la vida con valentía, a no rendirnos nunca, y a mantener la esperanza incluso en los momentos más oscuros.
En estos 100 años, mamá ha sido testigo de cambios monumentales en el mundo. Desde la llegada de la electricidad a los hogares hasta la era digital en la que vivimos hoy, ella ha visto cómo el mundo ha evolucionado a un ritmo vertiginoso. Ha sido testigo de grandes avances científicos, ha visto al hombre caminar sobre la luna y ha vivido la transición de una Venezuela rural a una nación moderna. Pero, a pesar de todos estos cambios, los valores que mi mamá nos inculcó han permanecido constantes: el amor por la familia, la importancia de la comunidad, y la fe en Dios.
Uno de los recuerdos más vívidos que tengo es cuando, durante una época de gran turbulencia política, mi papá fue arrestado. A pesar del miedo y la incertidumbre, mamá no se acobardó. Viajó hasta donde fuera necesario para estar a su lado, para asegurarse de que supiera que no estaba solo. Esa determinación, esa lealtad inquebrantable, es algo que he admirado siempre en ella. Fue en ese momento cuando me di cuenta de la verdadera fortaleza de mi madre, de su capacidad para enfrentar cualquier adversidad con gracia y dignidad.
Hoy, mientras celebramos sus 100 años de vida, no puedo evitar reflexionar sobre lo afortunados que somos de tenerla con nosotros. Su vida ha sido un ejemplo constante de amor, sacrificio y devoción. Nos ha mostrado que, aunque el tiempo pase y las circunstancias cambien, los lazos de familia y los valores fundamentales son eternos. Su centenario no es solo una cifra, sino un faro que ilumina el camino de quienes aún creen en la virtud y la esperanza, incluso en tiempos oscuros. Que su ejemplo nos inspire a resistir con amor, a construir con justicia, y a recordar que, en cada vida larga y plena, como la suya, se cifra el destino de muchos.
Mamahilda, hoy te rendimos homenaje no solo por los años que has vivido, sino por la forma en que los has vivido. Has sido una madre, una abuela, una bisabuela, y una amiga excepcional. Has tocado las vidas de todos los que te rodean de una manera que solo una persona verdaderamente especial puede hacerlo.
Gracias por tu amor incondicional, por tu sabiduría, y por enseñarnos el verdadero significado de la vida. Nos has dado el mejor ejemplo de lo que significa vivir con integridad, con compasión y con una alegría que trasciende el tiempo. Hoy celebramos no solo tus 100 años de vida, sino también el legado que has creado, un legado que vivirá en nosotros y en las generaciones futuras.
Como dijo Séneca: El
tiempo, cuando es bien aprovechado, no solo mide la vida, sino que la consagra,
elevando cada instante a la eternidad.
¡Feliz centenario, mamá Hilda! Que
Dios te bendiga siempre.