Mérida, Junio Domingo 15, 2025, 02:16 am
Si a algún poeta se le preguntara cuál es su propia
opinión sobre los recitales poéticos a los que asiste, o a los que se le
invita, probablemente haría alguna propuesta sobre cómo innovarlos, o sobre qué
es lo que tanto le mueve a no perderse un encuentro; o que tal vez tiene algún
tiempo sin ver a tal o cual poeta. Algún escritor más temperamental diría que
prefiere ser selectivo.
En cambio, si le preguntamos a cualquier otra persona, simplemente
diría que le aburren los recitales, o que no comprende para qué o quiénes se
organizan. Pero que, en todo caso, alguna vez ha acudido.
En Mérida, el recital poético es una actividad importante
y frecuente. No solo en la capital, sino en todo pueblo de este Estado donde
haya gente -y grupos culturales- con el atrevimiento de escribir. Aún más: se
hace frecuente en nuestro lar compartir públicamente el oficio que se
profesa. Con libro, o sin libro.
A veces, la poesía también llega hasta los liceos, o las
escuelas, a través de alguien a quien se le ocurre crear un club de lectura, o
gracias a algún autor -aficionado o de trayectoria- al que se le ocurre soñar
con un taller.
La actitud -buena, o no- de los chicos ante la poesía deviene
real y espontánea. Es natural que los chicos crean que la poesía y la rima son
lo mismo. Y les dé risa leer poemas porque temen sonar artificiosos. O crean que,
en todo caso, “los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor” son el
inicio de una gran cosa que sirve para los días cívicos. El problema es que la
poesía -al menos la que de verdad nace del sentido de crear, de la consciencia
que se esconde detrás de la palabra- llega a las aulas del mundo demasiado
tarde.
¿Cómo fue que pasamos del parnaso al slam
poetry?
Mucho antes del parnaso, la expresión poética era evocativa,
ritual o teatral. La fuerza del tono, de la frase y del ritmo hacían el trabajo
de sacudir a ese otro inconmovible que podía ser Dios, la piedra,
el sol, la luna, el río. Los primeros poetas fueron cazadores, agricultores, y
chamanes. El primer poeta necesitó la poesía para vivir.
Después, la poesía devino voz, y la voz fue canto. Canto
de cortesanos, y de andariegos juglares. Canto de esclavos, malheridos,
malqueridos, trashumantes, bohemios y arruinados. Canto de virtuosos, de
caballeros, y almas parcas y devotas que conocían las normas del verso.
Luego vino el parnaso.
No cualquiera podía pertenecer a éste, ni mucho menos ser
parte de una antología o florilegio. El parnaso era, sin duda, una
élite. El poeta del parnaso difundía su obra a través de los periódicos
nacionales. Debía ser cuidadoso con la elección de su entorno, porque el mismo
tenía su propia cadena de autores vinculados a algún cónsul, a un catedrático, a
un gobernante, o a cualquier otra personalidad. A menudo, el anuncio público de
su exhibición poética se acompañaba de algún acompañamiento musical. Los
recitales de Maricastaña se preparaban para durar como las veladas, o las
vigilias. La escritura ofrecida al público era palabra para ser oída -oda,
elegía, soneto, canzone-. Los primeros recitales de este tipo ofrecían
mucha poesía, y poetas selectos. Pocos, o uno.
Sin embargo, el recital poético se volvió tan popular
como el derecho a la instrucción pública. Los clubes y grupos literarios se
volvieron frecuentes desde lo artístico, y sobre todo desde lo social. Desde lo
reivindicativo que podía ser persistir en un oficio, aunque nadie otorgara
reconocimiento. Los recitales, por consiguiente, aumentaron su repertorio de
poetas.
No se recitaba solamente en los grandes y refinados
salones.
En torno de estos recitales también ocurrían otras
actividades: ferias, encuentros, jornadas, certámenes, juegos florales,
bienales, congresos, festivales, performances y otros tantos. Entonces el
recital se revistió de confluencia, y eso es lo que tal vez hace a esta
convocatoria tan enriquecedora. A menudo, cuando viajas a otra ciudad a
recitar, al principio llegas exhausto y con ganas de volver a casa. Luego, los
poetas son también una casa y un hermano que se echan de menos cuando el
encuentro termina.
Ahora viene el slam después de muchos y
controvertidos contrapunteos, rapeos, batallas de gallos, y otros tantos
intercambios melódicos, o de sentido. Es un invento relativamente reciente que
se ha tenido la aceptación de muchos artistas jóvenes. Posee un novedoso
carácter competitivo (funciona con un sistema de valoración por puntaje), y no
admite ningún tipo de acompañamiento armónico ni teatral, al contrario de los
recitales tradicionales. No se empeña en el desarrollo de una voz que impregna
la obra o el texto, sino que se nutre del registro cotidiano. De algún modo, es
un género expresivo que roza los límites entre el trance develador, y la
revelación no convencional. No por casualidad se prefieren los bares en vez de
las bibliotecas, plazas o librerías para esta forma particular del decir.