Aún recuerdo las amenas tertulias en las filas de los
abarrotados aeropuertos; cientos de vuelos que entraban y salían cada
semana hacia destinos inimaginables. La clase media viajando a sus
anchas por Europa, porque el “mayami tabarato” les empezaba a quedar
chiquito.
Nos sentíamos
los amos del mundo, seres especiales bendecidos por una bonanza
petrolera que parecía no tener fin. Las listas de espera en los
concesionarios de carros y motos era interminable. Diez años de renta
petrolera socialista al alcance de todos; unos más que otros según su
viveza, lo que que sí era cierto, es que la inmensa mayoría de esos
venezolanos jamás vio en vivo una sola gota de aquel mágico petróleo
responsable de su riqueza.
Hoy
solo queda la resaca, la amargura en la boca, la frustración y la
impotencia, el destino macabro que nos aprieta la nuca contra el
pavimento y la más amarga ironía: Una creciente escasez de GASOLINA; el
principal derivado de aquel petróleo que nos gastamos sin contemplación
ni conciencia.
Dando una
vuelta por la ciudad veo como tantos de los que un día fueron alegres
viajeros o raspacupos, hoy hacen largas colas al sol y al agua, sin
detenerse a pensar por un instante qué es lo que nos está pasando.
El
venezolano promedio, la inmensa mayoría sin importar si andan en un
cacharro o en una camionetota, están allí, sin conciencia, sólo quieren
lo mínimo que el Estado les pueda regalar, así sean 20 litros de
gasolina, pero regalada, sin esfuerzo, parados allí cuál zombies,
durante días o semanas, eso no importa, sólo denme lo que me
corresponda, somos los zombies herederos de la ignominia.
Horas
hombre improductivas, colas de gente hueca, algunos ríen, otros lloran,
algunos se agrupan para hablar idioteces, otros cuidan o venden sus
puestos, unos cuantos pegados en las redes sociales o mentando madre por
Twiteer y Facbook. Otros en las aceras o debajo de una matica, casi
imposible conseguirse a alguien con un libro en sus manos.
Nadie
sabe realmente por qué está allí, es más fácil no pensar o escuchar a
alguien que simplemente les diga: “vamos bien” tranquilos esto se va a
arreglar sin necesidad de que usted despierte su conciencia, mejor no
piense que nosotros lo haremos por usted.
Cuando
uno ve a gente de todos los estratos sociales, haciendo esas largas
colas para mendigar un poquitito de combustible, se da cuenta de cuánto
nos falta para salir de esta crisis, cuánto nos falta siquiera para
empezar a entender que no merecemos nada, porque lo que cada uno de
nosotros tiene con Venezuela, no es otra cosa que una deshonrosa deuda
MORAL