Mérida, Noviembre Martes 18, 2025, 10:10 pm
Antes del paso de cebra cercano a
la estación de Bellas Artes, en Santiago de Chile, me consigo a una joven
merideña, que además de ser de la ciudad donde nací, es una mujer bella, pero
tan bella, que quedo paralizado observándola desde la acera. Sin poder
evitarlo, como la conozco, la saludo a todo pulmón mencionando su nombre. Ella
se queda paralizada y antes de ser arrollada por un autobús que avanza a toda
velocidad, la jalo del brazo y la llevo hasta donde yo me hallo.
Difícilmente un encuentro puede ser
tan azaroso. Ambos nos emocionamos al vernos, hablamos de esto y lo otro, nos
ponemos al día en lo que respecta a nuestras vicisitudes de origen, convenimos
en tomar un café, luego una hamburguesa, un par litros de Heineken cada uno y
hacemos que la noche de Santiago deje de ser fría para transformarse en alegre
y festiva.
¿Es ese encuentro con alguien
anhelado algo casual u obedece a una cosa que va más allá de la simplicidad?
¿Es la atribución de una connotación más allá de lo común y corriente un acto
de simplicidad? Son el par de preguntas que dan vueltas en mi cabeza a la par
de sentirme como un león en el mejor de sus territorios. Aislado,
fluctuantemente apesadumbrado y extremadamente exigido, la posibilidad de
encontrarnos con alguien que es parte de nuestro mundo interior es motivo
suficiente para darle entendimiento a tantas cosas que, por ocurrir una seguida
de la otra, en ocasiones pierden su capacidad de asombrarnos.
Eso me lleva a otra reflexión y
es la funesta experiencia de perder esa cosa tan rara y que nos hace casi
levitar que es la posibilidad de seguirnos sorprendiendo en el sentido más
hermoso de la palabra, conforme vamos transitando por la vida. ¿Con qué me
quedo de esta hermosa “casualidad”, a manera de ramalazo metafórico? Con la
certeza de que ella forma parte de mi mundo o yo el de ella, al punto de que no
puedo dejar de pensar que Ella es mi gente. Aquí, en Pekín, en Vancouver o
donde nos hallemos, somos parte de una especie de selecta tribu, de
sensibilidades afines y con una tragedia a cuestas que nos une y nos hace
cómplices de un proyecto compartido que tiene que ver con la supervivencia, la
resistencia y la más granada fortaleza de espíritu. Ni más ni menos.
Ensimismado en mis planes y
tratando de resolver lo concreto, la más bella de todas las musas ha pasado por
delante de mis ojos. Debo apresurarme en no cometer errores y decidir si sigo
creyendo en que las cosas no tienen qué ver una con otra o salgo desesperado
tras ella, para invitarla a bailar en medio de la calle de la más oscura de las
noches.