Literatura y el canon occidental por Ricardo Gil Otaiza
RICARDO GIL OTAIZA
Con la muerte del escritor español Carlos Ruiz Zafón, autor del éxito mundial La sombra del viento,
vuelve la eterna discusión acerca de la falsa dicotomía calidad
literaria y popularidad (éxito de ventas). Falsa, porque basta que
echemos una ligera mirada en la historia universal de la literatura,
para percatarnos que muchos libros considerados populares y que fueron
en su momento desdeñados por la todopoderosa crítica, con el tiempo
fueron arropados con el manto de las obras clásicas. Podría llenar este
espacio con portentosos ejemplos: El Quijote, Madame Bovary, El nombre de la Rosa, Los miserables, La isla del tesoro, Cien años de soledad…
En
lo particular, el denominado canon (medida con la que se ponen de un
lado unas obras literarias mientras que otras son acogidas con
reverencia cuasi reverencial) puede decir misa si le da la gana. A estas
alturas de mi vida lo que diga el canon y la crítica me tienen sin
cuidado. Si bien es cierto que en mi caso la crítica se ha dividido en
dos: los benévolos y los que me ignoran, leo y escribo ateniéndome a mi
propia estética, y no me importa si lo que tengo en mis manos como
lectura es un texto popular o un clásico (o ambos a la vez), porque al
fin y al cabo somos los lectores los que a la larga damos el veredicto, y
dejamos con los crespos hechos a los críticos encopetados y de
cubículo, que se dan el tupé de opinar sobre las obras sin haberlas
leído, o respondiendo solo a criterios de capillas, conciliábulos,
grupos, peñas y afectos, que arriman el agua a su molino y que además se
pagan y se dan el vuelto.
En cuanto a lo que he
escrito dejo que sea ese club de lectores solitarios que desde siempre
me ha acompañado el que me entregue la medida de todo. En este sentido,
no dejo de asombrarme cada vez más de recibir mensajes de aquí o de
afuera en los que personajes tan anónimos como honestos me manifiestan
su regocijo frente a mis textos: ¿Se puede pedir más? Es decir, no soy
un autor de multitudes, ni de ventas fabulosas (no quiero decir con esto
que si lo fuera estuviera molesto, nada que ver, lo dinerario también
cuenta), sino más bien aquel que escribe para pocos, para aquellos que
deseen leer textos no construidos desde la ambición del poder, o del
premio por venir, o de la figuración en el gran mundo, sino desde una
pulsión interior que lo lleva a sentase frente a la pantalla y crear
mundos paralelos que algún día serán disfrutados y vividos por otros. Mi
literatura es si se quiere de orden metafísico, porque la recibo de
voces que me dictan al oído y hacen de mí una suerte de escribiente.
Leí con gozo La sombra del viento
de Carlos Ruiz Zafón, y si bien el personaje me caía como una patada
(era arrogante y hermético), el libro me atrapó como pocos libros lo han
hecho en mi vida, y no me soltó hasta que fui a las librerías por el
resto de la tetralogía. Su muerte me agarró con El laberinto de los espíritus
sobre mi cama, casi al bate de la lectura, y ahora no podré escribirle
un mensaje por tuiter para darle mi parecer, como lo hice con el
primero, y que para mi asombro me respondió (cuestión inaudita en él y
en todas las luminarias, que creen que tienen a Dios agarrado de la
chiva y en consecuencia son displicentes y soberbias).