Mérida, Julio Miércoles 16, 2025, 10:49 pm
El éxodo de venezolanos hacia el exterior se ha
convertido en el mayor de toda la historia de América Latina en un país en el
que la emigración era un fenómeno reducido a pocas personas. Ni siquiera los
hijos o descendientes de inmigrantes o descendientes de inmigrantes volvían de
forma permanente a la tierra de sus mayores. Las causas las sabemos. Venezuela
es víctima de un régimen que actúa en función de una ideología inhumana y no en
el proporcionar a todos los ciudadanos sin distinción, la libertad, el orden y
el progreso al que tienen derecho.
La experiencia interna de los venezolanos fue ser
receptores cordiales de los millones de inmigrantes, sobre todo europeos y más
tarde latinoamericanos que llegaron e hicieron tienda entre nosotros. Más allá
de los posibles y reales rechazos o explotación de quienes vinieron a buscar
fortuna entre nosotros, los que se dedicaron con tesón y coraje a un trabajo
creador, se hicieron parte nuestra y enriquecieron nuestra idiosincrasia y
cultura.
Hoy la realidad es otra. Los venezolanos que emigran
no encuentran en las embajadas y consulados una instancia que los acoja y
ayude. Al contrario, son muchas las denuncias negativas para lo más elemental,
como por ejemplo, la obtención o renovación de documentos. Hoy, también, a
pesar de la acogida y apertura de no pocos gobiernos y de la actitud samaritana
de instancias eclesiales como Caritas y la iniciativa del Papa de “puentes de
solidaridad”, asistimos también a un rechazo de los venezolanos en diversos
lugares, calificado como xenofobia.
Lo que Adela Cortina califica con un neologismo como
“aporofobia”, nos lleva a las raíces del rechazo al extranjero. No es por ser
tal, sino por ser “pobre”. El turismo, por ejemplo, no rechaza a nadie por el
color, la raza o la religión, porque el turista mueve la economía. Pero el
extranjero que busca otro horizonte sin llevar nada más que su cuerpo, es
rechazado venga de donde venga porque es pobre, sin recursos, y se convierte en
un problema para la sociedad receptora. Sobran los ejemplos: los africanos y
asiáticos que llegan en pateras o en barcas inseguras en aguas del
Mediterráneo. Los latinoamericanos que emigran hacia el norte… y ahora, los
venezolanos que por millares cruzan a diario las fronteras buscando un mundo
mejor, desnudos de recursos y huérfanos de afectos.
Cada uno de nosotros debe ver, examinar y discernir
esta realidad. Es inhumano y criminal que quienes lo promueven permanezcan
impávidos y ajenos al problema. Como creyentes, el testimonio, ejemplo y magisterio
del Papa Francisco, nos señala una senda. Son muchas las experiencias que
tienen como protagonistas a la Iglesia católica, a otras iglesias hermanas y a
no pocas personas e instituciones que brindan acogida a tantos hermanos
nuestros. Con serenidad, coraje y creatividad, debemos recorrer nuevos senderos
para que la primera prioridad de todos sea la calidad de vida de todos sin
distinción.
47.- 26-8-18 (3010)