Mérida, Mayo Lunes 23, 2022, 04:44 am
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Dice un demócrata: -“Digo y escribo lo que quiero, apoyo
lo que me parece bien y me apego a la ley”. Aun así, el costo es elevado y la altísima
posibilidad de ser enjuiciado de manera colectiva es una apología a lo
inquisitorial. Curiosamente vemos en los colectivos autodenominados
independientes, las formas más extremas de intolerancia e incapacidad de
aceptar al otro. Muchos grupos de “independientes” se consideran (se reconocen
como tal) minorías y quieren a hierro y a fuego imponer su visión de las cosas
a los demás. Nada más alejado de la vida en sociedad donde el respeto por los otros,
independientemente de que piensen diferente, es la base sobre la cual se
sustenta toda posibilidad de bienestar colectivo. Enceguecidos por sus
creencias, los independientes pueden terminar siendo formas de representación de
los más disparatados extremos. Sea por comer carne de cerdo o porque te cocinas
el huevo en agua, se puede terminar en el paredón de cuestionamiento en nombre
de las causas más exóticas, por no decir retorcidas. En realidad, esa cosa que
aparentemente no tiene forma es la más fácil de categorizar, solo es cuestión
de tiempo para que los colectivos más extravagantes se paren a la diestra o la
siniestra de la minimalista manera de conceptuar las cosas.
El burro bravo patea
En el siglo pasado, en Venezuela, los reputados “Notables”, adalides de todas las causas perdidas y levantando las banderas de la moral, terminaron por hacer daño a nuestra nación. Algo aprendimos de los “independientes” y vaya manera de aprender. Es costoso apostar por una causa. Nada es gratis, por lo que financistas siempre podrán aparecer. La publicidad tiene su valor contante y sonante y con dinero se paga la propagación de las más disímiles ideas. Se necesita publicidad para estas cosas y eso tiene su precio. A la hora del té los grupos terminan entrando por el aro y los aparentemente díscolos dueños de la verdad finalizan su espectáculo sentándose en una mesa negociando el futuro de los demás. De eso se trata la vida en comunidad, de ser capaces de ponernos de acuerdo y no aplastar al otro. Cada uno tiene su espacio, su justo valor y la necesidad de ser protagonista de su propia causa y tratar de ganar seguidores. El circo de la vida va de la mano con la teatralidad que induce a que frente al lente de la cámara se tienda grupalmente a ser díscolos y hacer bravuconadas mientras a puertas cerradas hay que mantener caliente el break. Por lo pronto prefiero saber con cuántas habilidades cuenta el que tengo al frente y la aparente sorpresa que tiende a mostrar el supuesto “outsider” o independiente, suele ser una mascarada repetida hasta el infinito.