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José Gotopo: “Vivir de la pintura es una hazaña” por Orlando Oberto Urbina

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José Gotopo: “Vivir de la pintura es una hazaña” por Orlando Oberto Urbina


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La calle Aurora del barrio Chimpire de la ciudad de Coro fue siempre la aldea donde vivió y nació José Gotopo. Parte de su adolescencia la vivió en Maracaibo, donde estudió y desarrollo la primera etapa de sus pinturas. Durante su crecimiento en la ciudad de Coro, José se convirtió en un referente de muchos jóvenes, porque era un personaje como ésos, salidos de una película. Recuerdo que tocaba la guitarra, pintaba, escribía poemas y hacía crónicas. José Gotopo, o solamente Gotopo, nos animaba a seguir adelante: a veces nos buscaba en un Buick Chevrolet de los años 60, que era de su papá “Faneite” y se lo prestaban a veces, porque Gotopo era muy responsable, y los que andábamos con él también éramos.

Gotopo se expresó en la pintura que fue su oficio de siempre. Fue licenciado en Artes y profesor universitario en la Universidad del Zulia. Solía decir que vivía obnubilado por el verano y la belleza del desierto que es Coro, la ciudad antigua de grandes ventanales que lo motivaba a dibujar y pintar. También tenía preferencia por el arte religioso. Pero también vivió influenciado por los grandes personajes que habitaban en las calles solitarias de la ciudad. Gotopo, como comúnmente le decíamos, con aquel sombrero negro y su camisa de flores, se tropezaba en cada esquina de Coro con sus amigos y algunos personajes que los dibujaba en sus poemas y narraciones que llegó a publicar en revistas y periódicos de la región, así como en medios nacionales e internacionales.

José Gotopo nos contaba: “todos mis antecesores eran unos vagos viciosos que de vez en cuando pintaban un cuadro, andaban desgarbados por la vida, no les gustaba estudiar y no se les conocía casa ni familia”. Gotopo había nacido en la ciudad de Coro un 4 de  agosto de 1964. Goyo, como solíamos llamarlo cariñosamente, nació en esa época cuando había guerrilla en la sierra de Coro, y los negros norteamericanos luchaban por sus derechos. Era el tiempo del pastor Martin Luther King, quien era partidario de una estrategia no violenta por la igualdad de los derechos. Justo un año antes de que naciera José Gotopo, era asesinado John Fitzgerald Kennedy bajo circunstancias misteriosas en Dallas, quien había presentado al congreso un proyecto de derechos civiles; y su homicida, Lee Harvey Oswald, fue asesinado a quemarropa al día siguiente. También aparecían aquellos cuatro chicos al estilo de Liverpool  influidos por el Rock and Roll y el Folk norteamericano: los Beatles. Por todo esto, Goyo era una persona diversa y equilibrada. Él mismo señalaba que “con la pura razón, no se hace una obra de arte… en cambio, con la pura intuición sí”. Goyo siempre nos salía con un recado, como dicen allá en Coro. Ese muchacho parecía un filósofo.

Estudió en la escuela de artes “Tito Salas” de Santa Ana de Coro en 1979, además de haber estudiado pintura, dibujo y grabado en  la Academia de Bellas Artes de Maracaibo “Neptalí Rincón” en 1986.

Fuera del país era un verdadero embajador; un diplomático que aprendió a darle querencia a las cosas más sencillas y populares de Venezuela. Goyo había tenido siempre presente la patria en lugares lejanos del mundo, donde llegó a exponer sus pinturas como el Medio Oriente, Praga, Turquía, Estados Unidos, y México. Lugares donde logró grandes reconocimientos, porque su obra era compuesta de cuadros únicos, y cada uno tenía su propia temática, expresada a su vez en cada uno de sus colores y trazos. Era un pintor versátil: “Lo que hago es pigmentos sobre sobre lienzo. He hecho cuadros con la técnica de los albañiles: polvo de mármol, pego, cemento blanco y gris, pigmentos para pintar los pisos, es una parte de la alquimia de la pintura”.

Además de ser artista plástico, Goyo era un apasionado de la música, pasión que heredó de su padre, quien era un hombre ligado a las parrandas y al bolero; así como a las serenatas que se llevaban en esos grandes ventanales de esos caserones de mujeres hermosas asomadas en las hendijas de las puertas, para ver quién era el atrevido que le llevaría melodías a su ventana, con el riesgo que saliera un padre de ésos que celaba a su hija, y le diera a uno unos tiros o un palazo. Eso por supuesto se acabó, cuando llegaron a imponerse los edificios en la ciudad más antigua de Venezuela, la ciudad de tierra y misa.

Goyo era un inquisidor de su propia obra, nunca realizó obras en serie, vivió como cualquier creador, sin recursos económicos. Su vida estuvo en un momento dependiendo de un riñón. Un milagro de Dios le fue otorgado a través de un sobrino, quien le donó ese órgano para que siguiera viviendo. Goyo había pasado ese trago amargo de su salud, siguió viajando, y los méritos que le llegaban nunca le cambiaron su manera de ser sencillo. Goyo odiaba a los prepotentes y engreídos, nunca se enfermó de fama, era creo su crianza, su humildad, su sencillez que llevaba a cuestas con sus añoranzas. A veces me daba la sensación de sentir a un Pascual Venegas, un personaje salidos de las calles solitarias de Coro, con su sombrero negro de pelo e’ guama y su camisa de flores que vestía en homenaje a sus ancestros. Así era Goyo.

Se sentía orgulloso de haber compartido salas de exposiciones con el maestro Rufino Tamayo en el museo de Arte Contemporáneo de Caracas, además de haber expuesto en Estados Unidos en la Lincoln Center de Manhattan, y nos decía lo hermoso que es esa ciudad que es Nueva York, con miles de pintores de varias nacionalidades, y grandes galerías donde se presentan artistas plásticos, y tiendas de todos los gustos para escoger las pinturas de alta calidad. Goyo estudió en la Universidad Cecilio Acosta de Maracaibo y obtuvo su licenciatura en artes Plásticas en 1994. En 2004, obtuvo en la misma universidad la licenciatura en Educación y fue profesor de pintura en la Facultad Experimental de Arte de la universidad del Zulia (LUZ).

 Para José Gotopo, ser pintor es un oficio de la soledad. Además, decía que le costaba mucho comunicarse, que había nacido con miedo escénico y que no hacía nada para curarse. Y que tal vez por eso no puso ser cantante, ni concertista de guitarra que tanto le gustaba. Antes de ser pintor, fue maratonista, que no era otra cosa que una prueba de ascetismo. Vivía obnubilado por el verano y la belleza del desierto, pues Paraguaná era el paisaje de la patria. Esas eran sus palabras sacadas de su sentimiento falconiano. En ocasiones manifestaba que no le gustaban ni los reyes ni los depredadores, y que no le gustaba gobernar ni que lo gobernaran, y se definía como un pintor camaleónico, porque siempre cambiaba de colores.

Entre sus amigos pintores del grupo Teja en Coro, integraban esa camarilla Régulo Gutiérrez (el náufrago), Alirio Sánchez, el fallecido amigo Wilmer Gutiérrez, Haydée Granadilla, amiga quien falleció en Coro, Douglas Hernández, quien después formó con Wilmer Gutiérrez Arte en la calle, del cual existen algunos murales en Coro, como el famoso mural en el tanque de agua que atraviesa el barrio Cruz Verde. En Goyo  siempre había una propuesta que emprendía contra viento y marea, y no podía vivir en un solo sitio, solía decir que en el mundo hay muchas cosas que le asombraban, y su visión preferida era contemplar aletargado el ultramarino mar de las Antillas visto desde la Península de Paraguaná, porque al ver a sus hijos chapotear en el agua, decía que Dios era un prestidigitador de todo lo que él amaba.

José Gotopo era un pensador, sabía mucho del oficio de ser pintor, músico o poeta, por lo que consideraba que lamentaba que todavía ese concepto marginal del artista aún sobreviviera. Muchos compradores de arte todavía creen que el pintor es un borracho que está necesitando dinero, y esto supone que el artista está obligado a aceptar cualquier regateo por la obra. Los artistas hemos contribuido a eso, somos el gremio más desunido y feroz, grandes caníbales comiéndose unos a otros. Aun cuando consideraba que vivía de su arte y de su pasión, José Gotopo era un hombre solidario con sus paisanos y amigos, con una sensibilidad social a flor de piel.

Se definía como un artista plástico del Renacimiento, en la que señalaba: “no veo las fronteras que dividen las disciplinas del arte, trato de pintar todos los días y en la madrugada estudio a los buenos pintores”. Su vida transcurrió entre el arte y el oficio donde se exhibía una lista de reconocimientos y premios, así como exposiciones individuales y colectivas. Nunca se dejó consumir por la desesperanza, siempre se reinventaba con  una nueva temática de su obra artística, imbuido en el recuerdo, saldando deudas con el pasado. A Goyo lo sorprendió la muerte en la madrugada de aquel sábado 7 de agosto de 2021 en Ciudad de México; había estado con su amigo y paisano de andanzas corianas el médico Ángel García (El Yogui), como cariñosamente le conocíamos desde la vida estudiantil, y quien residía en México desde hace unos años. Gotopo se había ido a vivir allá en la tierra de Pancho Villa. Esa noche o días antes habían compartido canciones de la trova cubana de Silvio y Pablo que tanto le encantaba cantar a José Gotopo, el querido y siempre recordado Goyo. Cómo no acordarme de aquella carta a Villasmil, cuando fue gobernador de Coro, y la otra misiva para Aldo Cermeño, Goyo no tenía pelos en la lengua cuando defendía la cultura y los hacedores de cultura.

Goyo seguramente estará reunidos con esos otros compas que cambiaron de paisaje, como Wilmer Gutiérrez, Haydee Granadillo, Domingo Medina, Emilio Peniche, Villalobos y otros que anduvieron siempre militando en el arte, en Coro, ellos que siempre estuvieron en la defensa de un pueblo que sigue siendo maltratado, hasta que llegue el día que se levanten contra la opresión. Nuestro amigo y hermano  se fue sin despedirse de su Coro triste que lo vio cantar en muchos sitios, y particularmente en el bar Garúa. Allí donde nuestro amigo Wicho siempre nos aconsejaba lo bueno de uno parrandear sin molestar a nadie: era el psicólogo de los despechados en la barra del Garúa, donde Gotopo había pintado a un Alfredo Sadel.





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