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MONSEÑOR SALAS: UN VENEZOLANO EN OLOR DE SANTIDAD por Ramón Sosa Pérez

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MONSEÑOR SALAS: UN VENEZOLANO EN OLOR DE SANTIDAD por Ramón Sosa Pérez


Al despuntar la década de los 80, el IV Arzobispo de Mérida Monseñor Miguel Antonio Salas, realizó la primera visita pastoral a los pueblos del sur y me incumbió la corresponsabilidad de acompañar su recibimiento en Mucutuy, bajo la égida del párroco Jesús María González, de feliz memoria. Al poner pie en tierra andina, el prelado debió experimentar seguramente la contigüidad de los afectos porque su periplo en la Diócesis llanera de Calabozo se había prolongado por 18 años.

Nomás verlo era advertir en su semblante el gozo de pulsar el alma campesina, a la que fue siempre tan cercano. Cálida fue la llegada, con música de cuerdas, pólvora y procesión con los “escueleros” en larga fila que daba vítores de cuando en vez aupados por sus maestros que contagiaban la alegría del momento. Los discursos de rigor se dieron en la plaza y por la calle de honor, despejada al efecto, presidía Monseñor Salas y un profuso número de sacerdotes, religiosas y seminaristas.

Saludaba a todos y su expresión hasta hace poco austera y circunspecta, iba transmutándose en el rostro jovial y plácido que por instantes dejaba escapar la leve sonrisa dirigida a un niño o la mano franca al campesino que se inclinaba pidiendo la bendición. En adelante se comprenderían sus razones que dieron privilegio al tiempo que dedicaba a visitar enmarañadas comunidades y lejanos caseríos antes que someterse al arbitrio de los cerrados protocolos citadinos. 

Pasadas las 4 de la tarde, cuando el sol abrasador se recogía tras la montaña del Cocuy, Monseñor Miguel Antonio Salas se dirigió al templo parroquial, consagrado a San Antonio de Padua, y desde allí envió un breve saludo a los mucutuyenses en el que expresó su gozo por la recepción popular y con un “Dios se Los Pague a todos”, los despidió hasta la Celebración Vespertina. Quedó en el ambiente un aura especial indefinible que sólo los creyentes son competentes para medir. 

De entonces, guardo la primera impresión que fue de admiración por la entrega de su gente a los valores del evangelio y que allí destacó emocionado: “ustedes son reserva de fe, de espiritualidad y ejemplo del credo que nos enseñaron nuestros mayores” y a renglón seguido aclaró: “en los padres y madres de esta tierra bendecida está la esperanza de la iglesia”. No se equivocó el pastor, que ahora va camino a los altares, porque su frase premonitoria tuvo un destino providencial.

A Monseñor Salas tocó encauzar la primera Ordenación Diaconal que conoció Mucutuy, recibida por un Varón de Dios, Vicentico Peña y que abriría surco firme a la sucesión fraterna de sacerdotes nacidos en ese suelo: José Arcángel Ramírez, Ramón Alexis Rojas Araujo, Adolfo Sosa, Jesús Peña Arellano, Alejo Fernández Sosa y Gerardo Ramírez Rojas que en menos de una década ha colocado de resalto la fuerza que la expresión adelantada del pastor tuvo en jubiloso corolario.

A Don Alcades Gómez, prosélito de Monseñor Salas, le concedería un Diaconado Permanente que es ejemplo de virtud y entrega. Años más tarde, confiaría a Monseñor Porras, su Obispo Auxiliar, que la esperanza de la nueva iglesia estaba en aquel pueblo marcado por una historia sorprendente: “El indio lo dijo con sabia humildad:/ Mucutuy tu eres/, Paraíso eterno de felicidad, la tierra que busca/ la prosperidad/ tuya es la simiente de la libertad/ en tu seno siempre/ se hallará la paz”.

Los versos antedichos, que recité como autor en aquel recibimiento, se hicieron llamamiento en los años sucesivos cuando un atado de jóvenes desde el Seminario de Mérida atendía con observancia las palabras del pastor que resonaban en Mucutuy, el pueblo que debió soportar desde siempre la veda de sus vocaciones. A partir de la visita pastoral histórica de Monseñor Miguel Antonio Salas, hoy Siervo de Dios, se descorrió la pesada verja de las iluminaciones sacerdotales.





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