Mérida, Julio Miércoles 16, 2025, 11:01 pm
La frase, machacada con insistencia de necio, está presente en el habla cotidiana y tal parece que cada quien la asume para su interés, como mejor conviene. Devenida en mecanismo de defensa, a unos les parece acertada para arrimarle a otros su propia falencia y hay quienes preconizan la ignorancia del oyente para presumir su quimérica erudición.
La expresión “el rancho en la cabeza” es la panacea para enrostrarle a un tercero que la falta seso para decidir su destino o resolver con éxito su precariedad con frialdad o coraje, según el caso. El venezolano de a pie se debate ante el dilema de irse del país o quedarse, al tiempo que se interpela en las consecuencias inmediatas de ambas decisiones.
La relectura de un título similar y firmado en 2013 por los esposos Rodríguez Handl, me hizo volver a la realidad venezolana 11 años más tarde. En sus argumentos acentúan que la brecha social del país se aviva porque entre otras cosas, la solución de sus problemas no puede plantearse desde un mismo rasero porque, positivamente, hay limitantes de clase.
Christiane y Fernando, ella austríaca y Médico Psiquiatra y él, venezolano con Doctorado en Derecho en la UCAB y Director del Programa Cómo sacar el rancho de la cabeza, insisten en los orígenes del tema porque las consecuencias las tenemos a flor de piel. La pobreza nuestra alcanza niveles más allá de lo económico, lindando con lo cultural, incluso.
Algunos sistemas, apuntan los autores, tratan de nivelar la pobreza hacia abajo, “es decir sacrificar, las ganas de progresar y de mejoramiento de las condiciones de vida (..) la vida es precaria, con muchas carencias y restricciones”. En este primer ejemplo, el desarrollo económico es nulo porque el ser humano es parte de una estructura.
Un segundo ejemplo en el estudio de los esposos Rodríguez Handl, refiere que hay sistemas que respaldan la nivelación hacia arriba, donde todos tienen oportunidades en educación, salud, vivienda, democracia y libertad, porque el ser humano es la estructura. Frente a ello, el planteamiento global es un asunto de Estado y todos conocemos ambas referencias.
En lo menudo, observamos una suerte de islas que hablan de la Venezuela que se empina sobre sus dificultades y renace en múltiples expresiones de logro, juntando voluntades para despabilar la esperanza y la motivación. Si ellas mostraran el cómo hacerlo o se articulara un movimiento que descubra esas potencialidades, el concepto de país se modificaría.
En los pueblos interioranos su gente libra la diaria batalla por reinventarse en lo económico, en lo productivo, en lo organizativo con sorprendentes resultados. Es la cara de la otra moneda. El discurso del caos se pragmatiza en soluciones prontas que superan con creces lo mediático, de gobierno y oposición, porque la supervivencia les constriñe la urgencia.
El quebradeño y catedrático trujillano Francisco González, Rector que fue de la Universidad Valle del Momboy, estudia la lugarización en contrapeso a la globalización, promoviendo sí la calidad de haceres y saberes locales con sus fortalezas culturales, sociales y económicas, sin menoscabo de las bondades escénicas que determinan la vida de los pueblos.
Al respecto del brío cuasi aislado de la provincia, atina al decir: “en estos lugares de espera que se han convertido los campos y ciudades en Venezuela, existen milagros de esperanza. Existen aquí y allá iniciativas que se salvan del desastre a punta de creatividad y esfuerzo (..) que dan cara a los malos tiempos y con mucho trabajo sobreviven con dignidad”.
Esta Venezuela emergente, ausente de la diatriba política que no le genera energía para seguir adelante, merece apoyo, solidaridad y valoración. Es a su empeño diario que este país se levanta. Su ejemplo debe ser expresión de motivación, sin pasiones subalternas. Lo demás, sin dejar de ser importante, para ellos no es la prioridad.