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FERIA DE SAN ISIDRO – VIGESIMOCUARTO FESTEJO

Un espejismo, un atraco y los tres días negros de los grises en Las Ventas

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Foto: Javier Arroyo – Plaza 1.


Antonio Ferrera logra lo más bello con la frágil clase de un cuarto a partir del que cambió la decepcionante corrida de Adolfo; el palco ningunea la entrega total de Escribano, que pasea la única vuelta al ruedo.

ZABALA DE LA SERNA

Diario EL MUNDO de Madrid

 

La corrida de Adolfo Martín habría que empezarla a contar a partir del cuarto toro, cuando cobró alguna vida. Tal fue el desastre de la primera mitad, una escombrera para apuntillar los tres días negros de los grises en Madrid: Escolar, Victorino y Adolfo.Los imponentes adolfos -todos cinqueños- se deshacían como azucarillos, sin fondo ni poder, sin fuerza. Como sin preparación. Pero las tornas cambiaron el destino aciago y, aunque no fuera la redención total, sí frenó la debacle absoluta, algo a lo que agarrarse en el naufragio, una cierta salvación: el espejismo de Malagueño y Antonio Ferrera como consuelo, la entrega a tumba abierta de Manuel Escribano profanada. El palco de esta plaza es un circo ambulante, una troupe de payasos con el paso cambiado y el reloj en hora para clavar avisos a destiempo.

Alcanzado el ecuador de la tarde tronaban las nubes negras al fondo como presagio de la lluvia. Bajo ella apareció Malagueño, enseñando las palas y todo su trapío asaltillado. Una cabeza totémica y veleta. Un son templado contra el aire que la tormenta levantaba. Y una humillación preclara, ese gateo de la fragilidad presentida y la clase. Antonio Ferrera lo sintió pronto, al tacto. Esas virtudes casi se palpan. La suavidad que le imprimió Ferrera no impidió un costalazo en los albores de la faena. No fue fácil remontar esa imagen pero remontó: AF, a los vuelos, puro terciopelo, dibujó series por una y otra mano a golpe de muñeca y corazón. Al natural fluyó la inspiración, el abandono, el trazo que ya había sido extraordinario en su derecha, de otro modo. Un eco de oles contra los tendidos vacíos resonaba por la plaza. También los gritos de «¡toro, toro!» por las exiguas fuerzas del animal. Con ellas hubiera sido superlativo Malagueño. Cuando el veterano extremeño quiso seguir por la derecha, sin la ayuda, el viaje acortaba ya demasiado. Y un pitonazo lo desarmó dolorosamente. El acero no funcionó pero no impidió una ovación en justicia. Llovía ahora serenamente, contagiada la lluvia de temple.

Manuel Escribano se fue -como en su anterior toro- a porta gayola, librada con menos apuros. Imponía la testa estratosférica, tan abierto, tan veleto. Apretó en el caballo como ninguno y derrochaba un estilo prometedor. No tan enclasado como su hermano anterior. El matador banderillero de Gerena cuajó otro tercio con los palos importante, más espectacular y explosivo que el anterior con los pares por dentro, al quiebro y al violín. Esa vibración continuó con el pase cambiado por la espalda. Diluviaba entonces. El toro con otro empuje, el fondo imprescindible, habría tirado hacia delante. Pero el poder le fallaba, y se quedaba por debajo. Manuel Escribano le sacó todo, lo dio todo. Y en una de esas embestidas recortadas el toro lo empaló y se lo echó a los lomos.

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Tanto en la forma de cogerlo como en la de no herirlo en el suelo fue clave la conformación abierta de la cara de la bestia. Un milagro que escapase. Insistió apurando lo que había y se volcó en un espadazo cabal. La petición con el porcentaje que quedaba de espectadores se hacía mayoritaria. Pero sobre todo era justa. El presidente Sanjuán consultó a su asesor -¡y también al veterinario Secundino, por si sabía sumar (digo yo)!- y perpetró el atraco. A Manuel Escribano se le leyó en la cara la desesperación y en los labios un «me cago en su...». Y paseó una vuelta al ruedo con todas las de la ley.

A últimas saltó un cárdeno claro con una alzada tremenda. José Garrido esbozó las verónicas más brillantes. Apuntaba el toro notas estimables, la humillación, la obediencia, aun con la embestida muy recta y la fuerza precisa. Garrido construyó una faena que se instalaba también en la remontada de la corrida. Pero con la espada la mano se le fue a los bajos.

La corrida no principió bien tal y como prefieren los gitanos. Un toro bajo, cuajado, cinqueño como todos, anunció pronto su escaso poder, su pobre celo, su exhausta condición en definitiva. Ferrera abrevió. Escribano ya lo había entregado todo con un toro feísimo, sin cuello, sin humillación, sin vida. Y Garrido se había estrellado con otro que era una pintura vacía y a la defensiva, reponedor.

Así que cuando llegó la tormenta con el espejismo de Malagueño y Ferrera se sintió de alguna manera el alivio del condenado. Después de tanto calor en el ambiente, de tanto bochorno en el ruedo. Como si fuera la redención de los tres días negros de los grises. Pero fue insuficiente para lo que se espera de Adolfo: una historia de casta y poder en las antípodas.

 

FICHA DEL FESTEJO

Toros de ADOLFO MARTÍN; todos cinqueños; de impecable presentación; sin fondo ni poder, sin vida; de mucha clase el frágil 4º; el 6º se movió; el 5º apuntó.

ANTONIO FERRERA, de blanco y oro. Pinchazo y bajonazo (silencio); dos pinchazos, estocada y varios descabellos. Aviso (saludos).

MANUEL ESCRIBANO, de malva y oro. Estocada (saludos); estocada (petición y vuelta).

JOSÉ GARRIDO, de azafata y azabache. Estocada desprendida y varios descabellos (silencio); bajonazo (silencio).

MONUMENTAL DE LAS VENTAS. Jueves, 6 de junio de 2024. Vigésima cuarta de feria. Casi lleno.





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