¿Puede la revolución chavista, que controla en efecto el poder y las
armas en todo el territorio nacional, rechazar empíricamente, más allá
de los discursos y los calificativos, la ayuda humanitaria que la
comunidad internacional y específicamente Estados Unidos ha decido
enviar a Venezuela de cualquier manera posible, sin el consentimiento de
Nicolás Maduro pero sí con la invitación de Juan Guaidó, a quien
reconocen como presidente legítimo, aunque éste no domine el territorio
nacional?
Es obvio que la población venezolana tiene
necesidades inmensas de ayuda humanitaria, viviendo en este momento la
peor crisis económica del país en su era republicana, producto, por
cierto, del modelo primitivo de controles e intervencionismo del
gobierno y el peor desenvolvimiento económico de la historia de
cualquier gobierno en el país, y que para completar ahora podría escalar
dramáticamente a mucho peor como consecuencia directa de las sanciones
petroleras, que son un embargo de facto, y el aislamiento internacional
con el que se castiga a la administración Maduro para buscar su salida
del poder y la solución de la crisis que embarga al país.
Pero
el tema de la ayuda humanitaria ya no es solo un asunto de ayuda social
sino preponderantemente político y puede convertirse en un punto de
quiebre con respecto al status quo. Veámoslo de esta manera Si
el gobierno norteamericano decide avanzar hacia el territorio venezolano
por sus fronteras, con ayuda de los gobiernos de Colombia y Brasil, sin
autorización de la administración de Maduro, pero con la autorización
de Guaidó, las opciones de respuesta de la revolución se parecen a las
que tenía Maduro frente a su decisión errada de expulsar a los
diplomáticos norteamericanos en Caracas. Si al final del periodo de
setenta y dos horas otorgado para retirarse del país, éstos se quedaban
en el territorio nacional, desobedeciendo la expulsión y retando
públicamente el poder de Maduro, podía decidir expulsarlos del país por
la fuerza y asumir las consecuencias de lo que EEUU consideraría un acto
de guerra o hacerse el loco, buscando excusas para alargar el tiempo y
permitir que se quedaran, sin poder evitarlo y perdiendo espacios de
poder, pero evitando el conflicto que no podía ganar, lo que fue su
decisión final. En este caso, el tema no es distinto. Si Maduro ordenara
atacar o detener activamente los envíos de ayuda humanitaria,
trasladados por funcionarios extranjeros en territorio venezolano, sería
asumido por EEUU como un acto hostil de quienes consideran un régimen
de facto contra una ayuda solicitada por quienes consideran el gobierno
legítimo. Sería una causal para ellos de intervención militar, que
pondría el juego en otra dimensión. La estrategia aquí también puede
buscar un “momentum” en el que los militares no acepten una orden
de repeler los grupos de ayuda, provocando la implosión. Si por otra
parte Maduro permite la entrada, con alguna excusa que intente desviar
el tema de su verdadero significado, estaría igual reconociendo su
debilidad y permitiendo además la entrada de apoyo externo (incluyendo
personas) que podría ser muy útil a su enemigo en un eventual conflicto
futuro. Un dilema nada fácil para Maduro, aunque ya supo surfear el de
la embajada y podría negociar la ayuda humanitaria, pero distribuida
internamente por organizaciones de cooperación internacional no
controladas por Estados Unidos. Pero incluso en ese escenario, aunque no
cumpliría el cometido teórico de sus ejecutores, la estrategia de sus
adversarios seguiría su curso: retar el poder de Maduro dentro del país
y ponerlo cada vez más cerca de momentos de quiebre y de
reconocimientos propios de debilidad. Algo que nunca es bueno para el
poder retado.