No se trata de un poemario sobrevenido, sino de la articulación de piezas escritas en tiempos distintos y distantes, que guardan no obstante una íntima relación, al corresponder todas a experiencias profundas y nítidas vividas por el poeta en Mérida...
A Mérida le han dedicado desde siempre infinidad de páginas, que han
buscado exaltar sus encantos y su gentilicio. Cuando leemos las diversas
crónicas que viajeros de hace siglos dejaron como testimonio de su paso
por estas tierras, no podemos sino conmovernos frente a la visión que
se tuvo de ella, exaltada muchas veces por un lirismo preciosista,
idílico, pincelado con tintes de arrobo y de pasión. Por supuesto,
muchos de aquellos textos se han quedado arrumados, perdidos en viejos
baúles, alimentando si se quiere la fiebre de coleccionistas de piezas
raras y sublimes, que precisan de encuentros y de exposiciones en donde
dejen ver aquellos legados que dan fe de tales ansias confesionales.
Dos
de nuestros más reconocidos escritores, como lo son Tulio Febres
Cordero y Mariano Picón Salas, no escaparon a esos designios, y hoy nos
acercamos a sus páginas con reverencia rayana en emoción, al sentir que
con cada página dedicada a su ciudad, no solo eternizaban sus emociones y
el sentido de pertenencia al lar nativo, sino que daban cumplimento al
viejo anhelo de dejar constancia de la ciudad hundida en neblinas, en la
que el vuelo de las campanas y el canto de sus ríos, orquestaban
rumores transformados en auténticas epifanías, azuzadoras a su vez de
poemas y de espléndidas narrativas.
Sí, la Mérida en la que sus
estrechas calles y sus vetustas casas solariegas, eran los sitios
ideales para el encuentro entre el quejumbroso pasado y el anhelo de un
futuro transformado en progreso y en felicidad. Epicentros a su vez de
amores correspondidos y también de pasiones contrariadas, de alegres
representaciones teatrales o de ingentes dramas griegos, de rapsodas
entregados al arte o a la vida proscrita, de héroes civiles y militares
conjuntados por el principio de la libertad y también por las telúricas
ansias de mando, de hombres de fe y de ciencia enfrentados en sus
púlpitos y en sus cátedras; y de agrestes campesinos que con sus bestias
llegaban al centro de la ciudad a vender sus cosechas y sus sueños.
Cayó en mis manos, por la generosidad del autor, D. Horacio Biord Castillo, un extraordinario poemario, titulado Quaderno de Mérida (Academia Venezolana de la Lengua, 2010), que leí con el mismo disfrute de su anterior entrega: Quaderno de Guanajuato
(Academia Venezolana de la Lengua, 2018), y que reseñé además en este
mismo diario con sumo deleite hace ya varios meses. Acerca del estilo
del autor, no me queda otra opción sino recoger un tanto mis pasos, para
expresar que en cada poema se amalgaman experiencia, vivencia, gracia y
fina escritura, lo que se traduce en inmenso gozo estético.
No
se trata de un poemario sobrevenido, sino de la articulación de piezas
escritas en tiempos distintos y distantes, que guardan no obstante una
íntima relación, al corresponder todas a experiencias tan profundas y
nítidas vividas por el poeta en Mérida, que podría afirmar que su
espíritu impregna cada texto como un torrente, y llega al lector como
brisa glaciar que no entumece los sentidos, sino que los insta a
perderse en cada recodo, en cada predio, hasta hacerse consustancial con
lo leído, y nos convierte en protagonistas.
Logra
Horacio Biord Castillo un extraordinario compendio de textos poéticos,
que no se quedan solo en sensaciones y en sentimientos, como cabría de
esperarse (y estaría bien pagado en su denodado empeño), sino que además
se interna en una suerte de solipsismo argumental, que va más allá de
las palabras, para hacerse esencia de lo contado, como quien destila un
licor y en el proceso se consustancia todo hasta perderse los límites
entre materia y espíritu. Canta el poeta no solo a la ciudad y a la
entidad, sino que además consagra muchas piezas a personajes
emblemáticos, y todo confluye en una especie de rueda sinfín que explica
y se explica a la vez, y así hasta el final.
Hallamos
textos dedicados al Cardenal José Humberto Quintero (pintor), a
Jacqueline Clarac, a Luis Enrique Cerrada Molina (Machera), a Juan Félix
Sánchez, a Mariano Picón Salas, a Mons. Vásquez de Mendizábal, a Julio
César Salas, a Tulio Febres Cordero, y a Domingo Peña entre otros
tantos. Hallamos también montañas y ríos, aves y flores, cuestas y
caminos, ritos, mercados, monasterios, musgos y nubes. Nada escapa a la
sensibilidad del autor, quien al internarse en las entrañas de la
entidad poetisa lo que sus sentidos capta, pero a la vez se pierde de
manera deliberada por los senderos de una suerte de poética de lo
etnográfico, que hace de este libro una pieza de gran valor documental y
artístico.
Escribe Biord Castillo un poema dedicado a Juan Félix Sánchez, y con fuerza cosmogónica discurre hasta el asombro: “Grandes
piezas de Ches y antiguo encanto / abren la confusa puerta jamás
cerrada / y un camino de recuas simula inadvertido la bóveda celeste Libros
como estrellas, dioses como vientos / ídolos como taumaturgos, susurros
como palabras / una lluvia fugaz de cometas arropa sueños y saberes Las cruces el mal ahuyentan / y la plaza saluda como chamán / la luz del día”.
Gracias querido poeta y amigo, Mérida no te olvida. A la espera está de que vuelvas a subir y a bajar sus cuestas y precipicios. Tu Quaderno merecidamente la eternece.