Mérida, Julio Domingo 13, 2025, 08:27 pm
Si
lo que nos interesa es consolidar un conjunto de métodos, prácticas y conductas
que amplíen considerablemente el grado de libertad de los ciudadanos,
forzosamente debemos admitir tanto la libre expresión de la personalidad
individual como el rechazo al poder arbitrario. Aquí es fundamental que se
distingan marcadamente las esferas del Estado, que es la de la autoridad
política y la sociedad civil. La pérdida de la libertad se origina, casi
siempre, cuando la primera invade a la segunda, imponiéndole unilateralmente
sus códigos.
En este sentido, no es correcto, ni conveniente, que la sociedad, por preferir la armonía y la concordia, desestime el conflicto como elemento de desorden y disgregación social, sencillamente porque el conflicto siempre estará presente allí donde convivan los seres humanos. Se trata, por tanto, de crear las condiciones para encauzar institucionalmente al conflicto, no de erradicarlo.
Las diferencias y el contraste entre individuos y grupos en competencia, resulta benéfico y constituye una condición necesaria del progreso técnico y moral de la humanidad, el cual solamente emana de la contraposición de opiniones e intereses diferentes. Cada cabeza es un mundo y tal como lo dijera Norberto Bobbio, en la "variedad de los caracteres individuales y en la disputa, surgirá el perfeccionamiento recíproco".
Las sociedades crean, conforme a su grado de madurez política, los mecanismos para procesar sus diferencias, ya sea el debate de las ideas para buscar la verdad, la competencia económica para la persecución del mayor bienestar social o la lucha política democrática para seleccionar a sus gobernantes. Es de allí de donde surgen las condiciones para que se consolide la libertad. Lo contrario genera opresión.
Quienes defienden estas ideas asumen como método de cambio el gradualismo frente a la revolución; no confían en la perfectibilidad humana y no creen en la capacidad creadora de la política. Por el contrario, promueven la sobriedad y la moderación; el escepticismo hacia el poder de la razón en política; temen a la opresión, confían en la libertad individual y consideran que la dimensión socioeconómica de la actividad humana puede por sí misma generar un orden que minimiza a la política.
De manera que una sociedad democrática moderna no apuesta ni a la despolitización ni a la hiperpolitización. La Venezuela de hoy, convertida en un importante laboratorio sociológico y político, nos muestra con frecuencia los estragos que surgen, tanto del extremismo, como de la ingenuidad de quienes procurando despolitizar, no sólo se consideraron insustituibles actores políticos, sino que terminaron fortaleciendo el poder de los que buscaban debilitar. Todo un sin sentido.