Mérida, Junio Martes 28, 2022, 08:24 pm
Este diciembre recibirá dos de los premios más importantes en el mundo de
la cultura y el arte: el día 4, el Lincoln Center de Nueva York abrirá sus
puertas para honrarlo con el prestigioso Dorothy and Lillian Gish Prize; dos
semanas después recibirá la Medalla Páez de las Artes. Newsweek México charló
en exclusiva con el director de orquesta venezolano y su familia.
EL NACIMIENTO de Gustavo Dudamel aconteció entre ritmos afrocaribeños. El
26 de enero de 1981 su padre, Óscar Dudamel, músico de profesión, amante del
piano y el trombón, lo recibió en brazos con música de salsa. Ese jueves, la
canción “Nació mi niño”, de Rubén Blades, se escuchó a todo volumen en la sala
de partos del Hospital Central Universitario de Barquisimeto, una pequeña
ciudad ubicada en el noroeste de Venezuela.
El festejo por su nacimiento duró un mes entero. Cada día, la canción del
exponente de la “salsa intelectual” sonó en la casa de la familia Dudamel.
Nadie imaginó que, 31 años después, Gustavo —reconocido ya como uno de los
mejores directores de orquesta del mundo— tocaría en el concierto “Maestra
Vida”, junto a Blades, el destacado músico panameño al que su padre tanto
admiraba.
La pasión musical de Gustavo Dudamel —que en junio pasado fue condecorado
por el gobierno chileno con la Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo
Neruda— se gestó “desde que estaba en la barriga de su mamá”, dice su padre. El
trombonista relata que cuando Solange Ramírez, cantante de coro, estaba
embarazada, “le cantaba y estaba en todas mis presentaciones… siempre estuvo
rodeado de música porque yo todo el santo día practicaba”.
Óscar Dudamel comenzó a tocar el trombón a los 14 años, en la banda del
liceo Mario Briceño Iragorri. Luego, mientras tocaba para un orquesta de salsa
llamada La Banda Actual, en paralelo realizaba estudios musicales en el
Conservatorio Vicente Emilio Sojo. También tocó con la Orquesta Sinfónica de
Lara y La Orquesta Sinfónica Juvenil Barquisimeto —a la que luego se incorporó
su hijo.
Óscar inició a Gustavo en la música cuando tenía dos años de edad. Al
cumplir tres, el pequeño aún no leía las letras del abecedario, pero ya podía
leer las claves de sol. A los cuatro años, Gustavo ingresó en una orquesta
preinfantil de Venezuela. Esta formaba parte del Sistema Nacional de Orquestas
Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Preinfantiles de Venezuela, un exitoso
programa de educación y formación musical desarrollado por José Antonio Abreu,
fundador de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela. Abreu fue maestro de
Óscar y, luego, de Gustavo. El pequeño Dudamel a los cuatro años intentaba a
toda costa tocar el trombón como su papá, pero sus menudos brazos no le
permitían sostener el pesado instrumento. Fue cuando comenzó a aprender a tocar
el violín.
Su abuelo, Honorio Dudamel, fue quien le regaló a Gustavo su primer
violín; con él ensayaba hasta en la cocina. “Vivíamos en un apartamento, y él
tocaba con todo lo que podía: latas de galletas que agarraba de timbales o
tambora que hacía sonar todo el santo día. Nunca fue un niño exigente, pero una
vez sí tuvo una obsesión: quería que le compráramos un espejo. No nos dijo para
qué lo quería, pero luego lo descubrimos: quería ensayar la posición del
violín”, cuenta su abuela Engracia, esposa de Honorio. Y es que, “cuando uno
toca el violín, se debe vigilar el movimiento del brazo, para eso pedía su
espejo Gustavo”, agrega el violinista Frank di Polo, uno de los primeros
estudiantes de Abreu en el denominado “Sistema” y quien fungió como su mano
derecha.
La abuela Engracia también recuerda que, antes de partir rumbo al
colegio, Gustavo solía mostrarle el escenario que había edificado con trozos de
madera y muñequitos de juguete. “Ahí te encargo mi orquesta”, le pedía su
nieto.
Más tarde, los tíos paternos de Gustavo, también músicos, empezaron a
incluirlo para que tocara con ellos valses y serenatas en casas donde los
contrataban.
Cada miembro de la familia Dudamel tuvo un rol fundamental en la carrera
del destacado músico y compositor venezolano.
Su abuela Engracia no olvida el primer viaje que hizo su nieto a
Washington, D. C., a los 14 años, al debutar como concertino. De memoria
enlista cada país adonde lo acompañó en sus giras. Hoy lo mira grande y
glorioso, “aunque para mí –comenta– siempre será mi muchachito”.
Y ese “muchachito” se volvió un hombre ante los ojos de su familia
cuando, en 2003, le otorgaron en Alemania el prestigiado Premio de la Sinfónica
de Bamberg Gustav Mahler, un reconocimiento icónico para los directores de
orquesta. “¡Imagínate! Tenía 23 años y estaba compitiendo con 300 directores a
escala mundial, ¡y ganó! –cuenta con gran orgullo su padre—. “¡Era el más
joven!, ¡Era latino! Fue el primer sudamericano en ganar un festival en Europa
y algunos de los concursantes ni siquiera sabían dónde quedaba Venezuela”.
Un año después, a Gustavo Dudamel le otorgaron el Anillo Beethoven. Uno a
uno, los premios se fueron sucediendo hasta los dos próximos que este diciembre
le serán otorgados en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, a un mes de
cumplir 38 años.
CONSOLIDAR EL ARTE
En un escenario bajo destellos de luz y copos de nieve, una bailarina
danza envuelta en un vestido de encajes rosados. Al piano se escuchan las
virtuosas manos del pianista chino Lang Lang y a contraluz se observa la
silueta de un hombre de cabellos rizados que dirige a la Filarmónica de Los
Ángeles, LA Phil, que interpreta The Nutcracker Suite.
En la reciente apuesta cinematográfica de Disney, la música de orquesta
dirigida por Gustavo Dudamel se podrá escuchar en salas de cine de todo el
mundo. “¡Canalizando a Stokowski en mi primerísimo cameo en una película para
El Cascanueces y los cuatro reinos, de Disney, hoy en cines! ¡Aquí va un alegre
clip musical del video con la gloriosa música de James Newton Howard y el
inigualable Lang Lang!”, escribió el venezolano en sus redes sociales el pasado
2 de noviembre, en el marco del lanzamiento del largometraje.
A Gustavo Dudamel se le aprecia como uno de los directores de orquesta
más versátiles: lo mismo guía a un grupo de músicos para un filme clásico que
para dar intensidad sonora a una cinta futurista Star Wars o poner a bailar a
33 jefes de Estado al son de un mambo.
Su arduo trabajo le sigue generando reconocimientos. Este 4 de diciembre,
en el Lincoln Center de Nueva York, le será entregado el Dorothy and Lillian
Gish Prize, uno de los galardones más prestigiosos en el mundo, que anualmente
se otorga a un hombre o mujer que “ha hecho una contribución sobresaliente a la
belleza del mundo y al disfrute y la comprensión de la vida por parte de la humanidad”.
Entre quienes lo han recibido se cuenta a Ingmar Bergman, Arthur Miller, Bob
Dylan y Frank Gehry, entre otros. A Dudamel se le reconoce su trabajo de
promover la música como un arte transformador en la vida de los niños del
mundo.
“Desde las naciones hasta las
humildes plazas de las grandes salas de conciertos del mundo, Gustavo Dudamel
está motivado por la creencia de que el acceso a las artes es un catalizador
esencial para el aprendizaje, la integración y el cambio social. Ya sea en
casa, con su Filarmónica de Los Ángeles, o en giras por orquestas de América,
Europa o Asia, Dudamel continúa fomentando proyectos que demuestran la
extraordinaria capacidad del arte para transformar las vidas de los niños en
todo el mundo”, argumenta el jurado que decidió otorgarle el premio Dorothy and
Lillian.
Dos semanas después, el 18 de diciembre, también en Nueva York, recibirá
la Medalla Páez de las Artes.
Este 2018 también recibió los premios Art of Change Fellow de la
Fundación Ford y la Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda, y estos
reconocimientos se sumarán a la larga lista de otros que le han sido otorgados
previamente: el Premio a los logros
culturales de la Sociedad de las Américas; el Premio Leonard Bernstein Lifetime
Achievement 2014 por la Elevación de la Música en la Sociedad; el Premio Eugene
McDermott en las Artes; el Premio Glenn Gould; la Orden Caballero de las Artes
y las Letras que otorga la república francesa; el Premio Príncipe de Asturias
de las Artes de España (que se le otorgó a Dudamel y a su maestro José Antonio
Abreu); y el Premio Q de la Universidad de Harvard por su extraordinaria labor
con los niños.
Y es que, a la par de dirigir la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, LA
Phil, a través de su Fundación Gustavo Dudamel, el músico y compositor
venezolano ha decidido honrar y dar continuidad al trabajo de su mentor, José
Antonio Abreu, quien falleció en marzo. El Sistema Nacional de Orquestas
Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Preinfantiles de Venezuela que Abreu arrancó
en 1975, viene ofreciendo a los niños un modelo integral de formación musical y
desarrollo social.
En la actualidad Gustavo Dudamel se plantea algo mucho más ambicioso:
crear el Sistema Mundial de Orquestas, es decir, replicar la misma fórmula,
pero alrededor de todo el planeta.
La pérdida de su maestro Abreu caló hondo en el ánimo de Gustavo Dudamel.
Cuando falleció, el pasado 24 marzo, Dudamel se prometió replicar y expandir su
exitoso sistema musical.
Gustavo ha decidido hacer una misión personal, el poder facilitar a niños
y jóvenes el acceso al arte, concibiendo esto como una oportunidad para
empoderarlos a escala individual e integrarlos socialmente. Trabajando con
socios internacionales en el área musical, educativa y filantrópica, a través
de los proyectos de la Fundación Gustavo Dudamel, se pretende expandir el
alcance y la relevancia de la música y las artes como fuerzas para una
transformación social positiva.
Su tarea avanza rápido: un millón de niños y jóvenes de numerosos países
reciben acceso gratuito a educación musical de calidad e intensiva, bajo un
precepto esencial que le enseñó el maestro Abreu: que “la música es para las
mayorías y no solo para las élites”.
Su compromiso, impulsado por su propia experiencia transformadora se
consolida meteóricamente, lo mismo en países ricos, que en los terruños más
pobres.
“Porque cuando yo viajo, cuando
voy montado en un avión, yo miro mucho por la ventana, y yo no veo rayas entre
los países, yo veo montañas, veo ríos, veo tierra, pero no veo muros entre los
países. Es como la música, en la música no hay fronteras; no las han creado”,
afirma Gustavo Dudamel en entrevista exclusiva con Newsweek México.
El compositor venezolano explica lo que es su proyecto musical, que
denomina “El Sistema”:
“No solamente es música, sino un
programa artístico-social. El maestro Abreu entendió el poder transformador de
la música, y a partir de ello comenzó un proyecto que se ha expandido alrededor
del mundo. La mejor analogía de un país, de una comunidad, es una orquesta:
porque todos los instrumentos son distintos, suenan distinto; los que los
interpretan piensan distinto, pero se unen, se escuchan para interpretar, y a
partir de esos sonidos distintos crean una armonía. Ese efecto tiene una
disciplina en la cual tú participas y no solamente te dicen lo que vas a
hacer”.
Y precisa: “La educación de alguna manera te limita porque te impone,
pero en la música está el aspecto creativo, el aspecto transformador. Toda esa
dinámica es lo que conforma El Sistema”.
Cuando El Sistema arriba a una comunidad de escasos recursos donde el
arte nunca había existido, continúa, “llega una idea que transforma a esos
niños, pero no solamente a ellos, sino a quienes los escuchan. Por eso El
Sistema es una dinámica que se va expandiendo y es maravilloso”.
REPARANDO EL MUNDO
Gustavo Dudamel considera que estamos “en un momento crucial” donde cada
persona debe involucrarse para cambiar las crisis que estamos enfrentando.
“Somos los únicos, somos los habitantes de este planeta, y podemos estar de
acuerdo o no, pero en vez de crear muros, de crear fronteras, la música de
alguna manera crea puentes”.
Alude al concepto hebreo “Tikkun Olam”, que significa “reparar al mundo”.
A Gustavo le gusta reflexionar en torno a él. Piensa que, aunque la reparación
comienza con la esperanza, “no podemos quedarnos solo allí. Tikkun Olam es un
llamado a la acción. Las heridas de nuestros tiempos requieren del trabajo
arduo”.
Este desafío lo relaciona con tomar la batuta de José Antonio Abreu. Los
caminos del alumno y el maestro convergieron hace tres décadas. Un día de 1988,
al llegar tarde a un ensayo, el maestro se encontró con que el impetuoso niño
de siete años, de ojos aceitunados, rizos rebeldes y hoyuelos en las mejillas,
había tomado su lugar en el podio. Lo que comenzó como un divertimento entre
Gustavo y sus compañeros, en minutos tornó en un ensayo de verdad.
Por ello, cuando habla de El Sistema se conmueve, porque fue ahí donde
comenzó a construir los peldaños que, paso a paso, lo llevaron a posarse ante
los reflectores del mundo cuando tenía 23 años de edad: la élite musical corrió
a mirar en el mapa dónde quedaba Venezuela, ese año en que se coronó ganador
del Premio de la Sinfónica de Bamberg Gustav Mahler, la competencia de
competencias para los directores de orquesta.
“Y te puedo hablar, por supuesto,
de mí; pero te puedo hablar también de centenares de niños que se han
transformado por la música y que no son músicos a veces; pero el hecho de haber
tocado en una orquesta los enseñó a escuchar a los otros, a crear armonía para
su entorno, y eso es lo que más necesitamos en estos tiempos”, sostiene.
Cuando se ve dirigir a Gustavo Dudamel durante un ensayo, quedan de
relieve la paciencia y el respeto que profesa de igual manera a chicos en formación que a celebridades de
la música. “A un niño, a un joven que está tocando un instrumento, hay que
tratarlo como un artista, con el mismo respeto –explica–; quizá tendrás que
explicarle algo más o usar un poco más las analogías, pero yo no tengo diferencias
cuando trabajo”.
Su trato empático queda de manifiesto en sus actividades cotidianas lo
mismo cuando comparte los alimentos con su equipo que cuando accede a dar un
autógrafo o tomarse una selfie. “Soy muy dinámico, muy que amo todo lo que
hago, muy que disfruto todo lo que hago”, comenta.
REVOLUCIÓN MUSICAL
En 1999 a Gustavo Dudamel lo designaron director de la Orquesta Sinfónica
Simón Bolívar y de la Nacional de la Juventud, en Venezuela. Para 2009, se
convirtió en el director de la Filarmónica de Los Ángeles, la LA Phil, cargo
que mantiene hasta la actualidad. E invariablemente, ha sido invitado para
llevar la batuta en ciudades como Tel Aviv, Berlín, Viena, Birmingham, Dresde,
Liverpool, Stuttgart, Gotemburgo, Nueva York, Chicago, San Francisco, Bangkok,
Kaohsiung, Shenzhen, Taipei y Pekín.Pero como director de orquesta, Dudamel ha
roto muchos paradigmas.
Su vida es tan fuera de serie que se convirtió precisamente en personaje
de una: Rodrigo Souza es el personaje principal de la multipremiada Mozart in
the jungle, un director de orquesta interpretado por el actor mexicano Gael
García Bernal.
En la vida real, Dudamel ha sorprendido y desconcertado a ciertos
públicos al, por ejemplo, despojar a los conciertos de su entorno de rigidez.
Ha sacado la música de las salas tradicionales para llevarla a estadio
deportivo, y hacer una actuación al medio tiempo de un Super Bowl, como el
número 50, donde departió con artistas de música pop como Beyoncé, Bruno Mars y
Coldplay.
Derribó esa barrera que, algunos dicen, hay entre la música de concierto
y los ritmos populares, al tocar con Rubén Blades, el poeta de la salsa en un
maratónico concierto en la ciudad Caracas donde hicieron bailar y cantar a más
de 200 mil personas. O al poner a bailar a ritmo de mambo a los presidentes de
33 países que en 2011 asistieron a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (Celac).
De portar una chamarra ligera con la bandera venezolana luego se enfundó
en un elegante esmoquin para acudir a la Sala Dorada del Musikverein de Viena,
a dirigir el tradicional Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica para un
teatro lleno y 60 millones de espectadores en 90 países. Después tocó con Juan Luis Guerra, Natalia
Lafurcade, Calle 13 y Café Tacuba. Y luego se puso de nuevo el esmoquin para
dirigir la Real Filarmónica de Estocolmo en el Concierto del Premio Nobel que
otorga la Academia Sueca, logrando instaurar al 8 de diciembre como “Día de la
música Nobel”.
En 2015 el músico John Williams lo invitó a dirigir la banda sonora de
Star Wars. El despertar de la fuerza. El venezolano dirigió la pieza con la que
se inicia y se cierra la banda sonora de esta película. 2018 lo cerrará como
otro personaje en la magia del cuento clásico de E.T.A. Hoffmann, y su debut
con la legendaria Metropolitan Opera dirigiendo Otello, la obra maestra de
Verdi.
–Has roto con muchos cánones de la música de concierto, ¿a qué se debe?
–Es parte de la misma dinámica de mi formación. Yo crecí como parte de un
proyecto donde la música es parte de la formación del niño, es parte de la
comunidad, que es El Sistema, y yo nunca me he deslindado de eso, porque soy un
hijo, soy resultado de ello, y para mí es muy importante llevarlo a cabo a todo
nivel. Por eso, el romper los cánones forma parte de dinamizar, de una
necesidad de transformación, porque la música clásica no se puede encajonar o
empaquetar para un grupo de personas.
“Por ejemplo –agrega– para
nosotros que tocamos música clásica, si se habla de música pop, se dice ‘¡No,
eso es pop, eso no va!’, pero realmente esas fronteras no existen. La música es
una, el arte es uno, y mientras más nos unamos más poderoso se hace el mensaje
y mucho mayor la posibilidad de crear un mejor mundo, que eso es lo que
buscamos”.
En junio pasado, en el homenaje que se hizo en Santiago de Chile en la
memoria de José Antonio Abreu, noveles músicos tocaron junto a estrellas de las
orquestas de Berlín, Viena, y Los Ángeles. El mosaico diverso de estilos,
edades y nacionalidades lograron la armonía al tempo marcado por la batuta de
Dudamel. Ese, dice Gustavo, no fue solo un concierto sino una experiencia
transformadora “para el resto de la vida de cada intérprete”.
La música, considera el venezolano, tiene un efecto transformador
absoluto y es un lenguaje universal que crea sensaciones, “y tu lo entiendes a
tu manera y la adaptas. Por eso yo soy un transformador de la música: toda esa
objetividad de la música transformada en una subjetividad de ideas, una
amplitud de ideas, de sensaciones, es un efecto transformador único”.
A veces, añade, “cuando vamos a un concierto simplemente lo vemos como un
entretenimiento, pero la persona que va a un concierto se transforma en ese
momento, se transforman los músicos en el ensayo, se transforma la orquesta
interpretando y también la audiencia que está escuchando. Hay un efecto
realmente transformador de la música”.
–¿Se puede hacer una revolución con una batuta?
–Con el arte, con la música, como un elemento fundamental de
transformación de los niños y los jóvenes. Pero no como una cuestión añadida de
la educación, sino el arte como vía de transformación con la creatividad, la libertad
dentro de la disciplina que crea la música. La creación de armonía, el trabajo
en equipo, la belleza. La belleza está muy mal conceptualizada, pero la belleza
es contemplación, cuando tu tienes acceso al arte tú estás siendo transformado
por la misma belleza, estás entendiéndola y expandiéndola para el resto del
mundo.
“Ese es el mundo que yo veo
–comenta–. ¿Utópico? ¡No, porque está sucediendo ahorita! Porque ha estado
sucediendo por años desde que el maestro Abreu tuvo la idea, y por eso para mí
es muy importante llevar este mensaje más allá y más allá: un sistema de
orquestas y coros juveniles e infantiles en el mundo entero, porque la idea es
que cada niño tenga acceso al arte”.
–¿Qué es para ti la inclusión?
–Inclusión es darle identidad a la gente. Lo decía la madre Teresa de
Calcuta: “el mayor problema de la pobreza es ser nadie”. Entonces cuando tu
tomas a un niño y lo incluyes con algo como el arte sublime, le estás dando una
identidad, le estás dando cultura.
Y agrega: “Unamuno lo decía ‘la libertad que hay que darle al pueblo es
la cultura’, y allí está la clave. Dar cultura es darle identidad, pero es
darle identidad al más alto nivel, son las bellas artes. La música que se
transforma a través de algo sublime, algo que… ¡bueno, no alcanzo a explicarlo
más allá! Porque es lo sublime de la música y todo lo que eso implica es algo
único y allí es donde está la inclusión. La inclusión es darle identidad a la
gente que no la tiene”.
TOCAR, CANTAR Y LUCHAR
–¿Qué supuso tocar con Blades?
–¡Uy! Un ídolo. Trabajar con Rubén Blades me brindó muchas enseñanzas y
además le tengo un aprecio infinito.
–Para los Premios Nobel…
–Esa semana fue muy especial, porque se colocó la música en el camino en
donde debe ir. Porque el hecho de que los Premios Nobel crearan un Día de la
Música y que destacaran la música como parte de la formación de los jóvenes,
fue posicionar la música realmente donde debe estar.
–Y de lo que viene en camino, ¿musicalizar una película de Star Wars?
–¡Uy! ¡Wow! Un sueño hecho realidad. ¡Imagínate que me haya llamado John
Williams para hacer la música de algo que yo siempre adoraba!
–El homenaje a la LA Phil, en los Premios Óscar 2019…
–Es el centenario de la Filarmónica de Los Ángeles y me encanta que Los
Ángeles aparte de ser Hollywood el mundo del cine y del espectáculo también
tiene una vida cultural maravillosa, tiene una Filarmónica de gran tradición,
muy importante, y el hecho de que la Academia le brinde un homenaje es justo y
merecido.
–¿Cuál es tu principal legado y meta?
–Seguir trabajando, seguir soñando. Nosotros tenemos un lema en la
orquesta en Venezuela: tocar, cantar y luchar. Yo sigo tocando, no canto muy
bien, pero seguimos luchando por que esto llegue a muchos más niños. Por eso te
digo: buscamos concretar el Sistema Mundial de Orquesta, con programas que
estén interconectados, trabajando en equipo, eso está sucediendo y seguirá
expandiéndose, y eso crecerá a todo el mundo. Pero no es un legado mío, porque
yo formo parte de un grupo de personas que sueña y que quiere hacerlo y que
quiere trabajar. No puedo ser tan egoísta y egocéntrico y decir que esto es un
pensamiento mío, no, porque somos muchos trabajando en esto.
–¿Cómo proyectas a futuro El Sistema, a nivel global?
–Expandido. Que el arte sea un derecho fundamental del ser humano para mí
es un sueño, es un sueño en el que crecí y quiero también compartirlo con el
resto de los niños y las niñas en las nuevas generaciones. Tenemos que
brindarles un mejor mundo a las nuevas generaciones.
Tenemos que brindarles un mundo donde nos entendamos más, donde nos
escuchemos más, donde tengamos más armonía y menos cacofonía, porque vivimos en
un mundo cacofónico donde los adultos no estamos dando el mejor ejemplo.
Estamos entregando un mundo conflictuado a los niños y lo que tenemos que hacer
es entregarles un mundo en donde ellos vean que el hecho de que no estemos de
acuerdo no significa una ruptura, sino crear puentes. Eso es El Sistema. Yo veo
El Sistema creando puentes y más puentes y más puentes y rompiendo fronteras,
rompiendo muros que no nos llevan sino a desentendernos”.