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Jesucristo: “La Libertad es como la Vida. ¡Ay de aquél que pretenda arrebatarla!” por Ángel Ciro Guerrero

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Jesucristo: “La Libertad es como la Vida. ¡Ay de aquél que pretenda arrebatarla!” por Ángel Ciro Guerrero


María, la madre y María, la Magdalena, disponen se sirva el buen hervido de pescado que se ha cocinado en la cinco ollas puestas al fogón. Los comensales, alrededor de trescientos, se forman en tres grupos y, muy educados, conversan en voz baja, para escuchar, como mejor puedan el diálogo entre el periodista y al entrevistado que conversan a la orilla del riachuelo.

 

Ha pasado el mediodía, El sol se cuela por las frondosas ramas de la alta ceiba que domina el pequeño bosque, pero también hay brisa fresca que baja de las montañas que encierran a Fuentidueño, la preciosa comarca que toda ella huele a dulce.

 

La entrevista se desarrolla en medio de la admiración que les produce a hombres, mujeres y niños la presencia del Maestro. Él es de buena contextura y su cara, cubierta por cuidada barba, irradia luz. Una luz que se aprecia y casi puede tocarse por lo real. Habla despacio. Cada palabra, precisa, describe la hondura de su respuesta a las interrogantes de quien se las indaga, con toda emoción.

 

Pero no puede disimular su tristeza. Quizás sabe que pronto, muy pronto, vendrán a buscarle y el hombre que le ha vendido le besará en la mejilla, señal de la entrega al martirio. El periodista, también venido de otro tiempo, lo sabe. Él sonríe por la infidencia.

 

Pedro, el de la piedra, y Juan el discípulo más amado, a su lado, infaltables, atentos a todo movimiento, son sus fieles guardaespaldas. No hablan, pero su silencio dice mucho. Asienten con leve movimiento de cabeza cada afirmación del Maestro que, de vez en cuando, se alisa el pelo y eleva las manos hacia el cielo donde está su Padre, El Creador.

 

Es una escena que por siempre permanecerá viva en la memoria del reportero que logra la exclusiva. El Maestro luce cansado. Sus gestos describen al hombre que lleva al hombro la pesada carga que, días más arriba, se convertirá en la Cruz. Su vida, limpia y pura, ya es del conocimiento público y muy notorio, por tanto, su alentador mensaje de paz, dicho con ternura que aproxima el necesario y urgente entendimiento entre los hombres.

 

En medio de las multitudes que lo reciben en todos los pueblos por donde sus sandalias pisan, sin embargo aparecen los adversarios a su doctrina que, defendiendo sus materialistas intereses y disfrazados de religiosos, amenazados como están de perderlo todo, le atacan, le acusan, le persiguen.

 

Él, que se llama Hijo de Dios, y que pronto estará sentado a su derecha en el Trono del Reino de los Cielos, es parco en su defensa. Los ya ancianos que le escucharon al niño, que aún no cumplía los 12 años, hablar de la existencia de un solo Dios, grande, poderoso y eterno; qué dio las más acertadas respuestas al interrogatorio al que fue sometido, también recuerdan que ese muchacho, ya hecho un hombre, fue quien fustigó látigo en mano, y los arrojó, a los mercaderes y mercachifles que, validos de los sacerdotes corruptos, tenían por negocio el Templo que había construido el propio Salomón. A los treinta años, después que Juan lo bautiza en las aguas del Jordán y sale a predicar por el mundo de entonces la verdad, en sus sermones hay precisiones que despiertan en las almas que le escuchan la necesidad de amarse los unos a los otros; de darse un abrazo de paz, que también es de perdón y prometerse  buscar el camino hacia una nueva vida. Que después de la muerte si la hay, y será eterna.

 

Jesucristo, así llamado, de profesión carpintero como José, su padre aquí en la tierra, natural de Belén, era como su pueblo todo rebelde a ser considerado  ciudadano de Roma, porque la Palestina de entonces, una larga franja conquistada por los Césares, estaba gobernada por Poncio Pilatos, un distinguido general, que comandaba a miles de legionarios pero que se mostraba de todas formas cauteloso en su mandato.

 

Jesucristo, llamado El Mesías, predicó las enseñanzas mejores en su tiempo, que son las mismas de hoy, que hermanan la paz con la libertad y tienen en la fe y la esperanza la seguridad de una vida de provecho. Todos los credos, llamados religiones, existentes desde que Jesús hiciera su aparición en la faz de la tierra, se distinguen unas de las otras, cierto. Pero la suya, la que nos enseñara este hombre, humilde y santo que tenemos la dicha de verle al lado nuestro, las supera, y tanto, que aún se le persigue, y algunos de los hombres que la han dirigido en sus XXI siglos de existencia, hayan cometido los más grandes errores.

 

-Maestro, el mundo sigue andando, pero cada día aumentan las tragedias, La naturaleza cobra los daños que le produce el hombre y el hombre prosigue en su lucha por averiguar el destino. Ahora, con mucho invento a su favor para tal cometido. ¿Por qué  será tanta su desesperación?.

-Por el deseo de averiguar qué habrá más allá de lo desconocido, que siempre ha sido una constante. La curiosidad le ha llevado a descubrimientos fundamentales para el hombre, para la ciencia, para la Humanidad. Me agrada que así sea. Siempre, más allá de lo desconocido, el hombre encontrará nuevos escenarios.

 

-De vida, ¿por ejemplo?

-El Universo es inmenso. Mi padre lo ha creado dándole toda la grandiosidad que quiso. Tanta, hijo mío, que pasarán más de mil años para que el hombre pueda ir descubriéndolo. Son millones de estrellas, de galaxias, de mundos que lo conforman, pero no tenemos, salvo imaginarnos, dimensión alguna de sus grandeza.

 

-¿Cree usted que en alguna o en varias partes de esa inmensidad existirán otras civilizaciones?

-Desde siempre, y para responder debo basarme en lo sucedido a través del tiempo, han habido avistamientos que, según los expertos en tal clase de fenómenos, dejarían ver alguna posibilidad. En eso hay mucha imaginación, tanta como algo de verdad que, a su vez, abren la urgencia cada día del hombre por saber si la raza humana es la única habitante. Son muchas las interrogantes que, una a una, van encontrando respuestas que, a su vez, obligan mucha más prudencia para avanzar en la búsqueda de nuevos conocimientos. Ya lo dije: Dios, mi padre, El Creador, le dio vida al Universo.

 

-Es cierto. Sobran las pruebas. Las Pirámides, las ciudades descubiertas en la selva, en el desierto, en las montañas, sin olvidar que el hombre prosigue su búsqueda de La Atlántida, son claros ejemplos en los cuales, se dice, participaron seres llamémoslos así, porque el hombre de esos tiempos no disponían ni de la técnica ni de los elementos indispensables para edificarlas tan grandiosas. Machu Picchu, es una  de las innumerables muestras de la perfección de esos monumentos..

-No olvide, hijo mío, que Dios dotó al hombre de gran inteligencia, le dio fuerza, disposición y, sobre todo, el deseo de avanzar en el camino de su propio crecimiento.

 

-Maestro, ¿A qué se debe tanta guerra, tanto enfrentamiento? ¿Por qué cuesta alcanzar entendimientos que siembren una paz definitiva entre los pueblos?

-La guerra es la mayor desgracia, un mal terrible. La manera criminal, absurda y dañina de todos los males que provoca el hombre. Lamentablemente ha estado presente desde el inicio mismo de los tiempos. Es el producto del desmedido afán de conquista, de la incontrolable tarea de sometimiento entre pueblos. Siempre ha existido la dominación del grande hacia el pequeño. Es una constante que el hombre siempre ha querido superar, digamos que por la fuerza,  al que siente débil. Todas las civilizaciones registran, lastimosamente, tan horribles delitos. Cada confrontación ha dejado millones de víctimas, ciudades  literalmente arrasadas. Pocos son los intentos por evitarlas y muchos las naciones que terminan enfrentándose.

 

-Y la eterna pugna entre Israel y Palestina…

-Sí, de una crudeza tal que viene conmocionando al mundo desde la división misma de las tribus, en los tiempos en que recorrían el desierto buscan aposentarse en aquellos tiempos inmemorables.  Pero allí, la culpa está repartida entre ambas partes. Israel ha podido crecer y hacer de su desierto un verdadero oasis en todo sentido. Palestina ha tenido la oportunidad de hacer lo mismo y no lo ha hecho, aún contando con la ayuda internacional. Es un asunto casi irresoluble porque, de por medio, está la diferencia de opiniones que, antes de llamar a acuerdos, profundizan el disenso, cada vez más profundo. Ninguna de las partes cede. Es una situación absolutamente grave. Me lastima la situación allí planteada urgente, máxime cuando está recrudeciendo, ahora de manera tan violenta. Es un espectáculo doloroso y triste.

 

-Repito, Señor, ¿Será que el mundo anda medio loco?

-Sí, y eso es muy peligroso, porque en cualquier momento…

 

-Perdone, Señor, pero que usted no lo quiera….

-…puede prenderse el candelero y, como ahora ustedes tienen toda clase de bombas, las atómicas, los misiles y los drones, pues lo que les espera, en caso de que alguien apriete el botón rojo, será realmente espantoso.

 

-Pero usted, Señor, no dejará que la hecatombe ocurra.

-Bueno, bueno, pero yo no debo hacerlo todo. Le insisto: el hombre tiene que entender que también es su obligación, preocuparse por la paz. Debe  buscar la manera de entenderse, de facilitar el camino del razonamiento para encontrarla.

 

-Maestro, en muchos líderes mundiales reina la soberbia, ¿acaso en ello estriba tanta desunión y tanto enfrentamiento?

-Es cierta su observación. La soberbia, la soberbia, es otro mal terrible.

 

-Al comienzo de esta grata conversación, le pregunté si encontrar la paz es o no una utopía.

-No, hijo mío, no lo es. Lo utópico reside en seguir creyendo que es inalcanzable, cuando de verdad, sí hay empeño,  es verdaderamente posible.

 

-¿Qué hacer?

-Insisto: despojarse de pretensiones, de protagonismos, de creerse dueños del mundo. Ser más humildes y también más honrados consigo mismo y con sus semejantes. Aceptar que todos son hermanos y que en este mundo, que lo fabricó mi Padre de la Nada, donde tienen todo, todos caben, por lo que deben vivir pacífica, ordenada, solidaria y fraternalmente.

 

-Maestro, perdone mi atrevimiento, sin pretender contrariarle, pero de verdad lo que usted dice sí es utópico, por lo menos en nuestra sociedad, la venezolana.

-Pues tendrán que terminar entendiéndose si de verdad quieren que les siga ayudando.

 

-¿Está molesto, Señor?

-Sí estoy no lo parezco y si no lo estoy prefiero que lo crean a ver si me hacen caso porque, aquí entre nosotros, ustedes lo complican todos cuando vivir en paz es tan fácil

 

-¿Y allá arriba. Maestro?

-Pues también, claro está, pero con mi reconocimiento lo que pretendo es recordar la obligación que, aquí abajo, ustedes tienen de conservar el ambiente, de no dañar tanto la tierra. La belleza del paisaje tiene valores incalculables e irrepetibles. No les será nada fácil mañana, si acaso no lo cuidan hoy que el planeta siga siendo hermoso. Humanizarlo es igualmente un reto a cumplir para el beneficio de todos. Eso del Agujero en la Capa de Ozono no es juego, es una terrible amenaza, en serio. Me tiene muy preocupado. La irresponsabilidad del hombre es tan enorme que voy a terminar creyendo que de verdad le falta un tornillo. Hallarlo, pienso, es el primer paso para encontrar la paz.

 

-Imposible Señor, que usted se haya equivocado.

-Por supuesto que no.

 

-¿Qué ocurrirá finalmente?

-Estoy seguro que en algún capítulo de su agitada historia, el hombre lo extravió y, por no saber cómo, ni cuándo ni dónde, ya en estos tiempos le resulta imposible hallarlo.

 

-Señor, y de aquí, de Venezuela, ¿qué piensa usted?

-Una sola cosa: o se arreglan cuanto antes, en todo, o el desarreglo los va desarreglar a todos. Así de sencillo.

 

-¿Advertencia o juego de palabras?

-¿Qué cree usted, amigo periodista?

 

-Bueno, Maestro, su palabra vaya por delante

 

Un niño, pelito rubio, como si fuese un angelito escapado de las alturas, cruza al frente llevando una bandeja llena de piñonates. El Hijo de Dios, lo mira con ternura y sonríe. “Dejad que los niños se acerquen a mí”, expresa. El pequeñín le responde agitando su mano. Le regala un dulce y también una sonrisa. Detrás suyo viene una tropilla de escolares  que, por la mitad de la calle y, con un simpático e irreverente saludo  de “¡Hola, pana!”, rodearon  rápidamente al Buen Pastor de Almas. El aroma que exhala su cuerpo perfuma el ambiente. La fresca brisa sigue bailando sobre nosotros. Es una situación que alegra, en extremo agradable. “Se está bien aquí”, dice el Señor: “La pegaste al buscar este sitio para la entrevista, periodista. Se te agradece”.





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