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ANTE SU REAPARICIÓN EN NIMES

Ponce: luces para un adiós

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Ponce: luces para un adiós


El maestro Enrique Ponce, el talentoso Ponce, el valiente Ponce, uno de los toreros más largos de la historia, un prodigio de intensa longevidad, treinta años ininterrumpidos en la cumbre -nadie lideró tantos años el escalafón, nadie/pocos llevaron la tensión de la responsabilidad de primera figura a esos límites- vuelve a los ruedos tras una pausa de tres temporadas. Será por Pentecostés en Nimes y ya hay runrún de acontecimiento grande, lo que se merece un torero de su dimensión. Y será como el propio maestro avisa, un “Hola y adiós”.

 

José Luis Benlloch

Redacción APLAUSOS

Foto: Landin

 

-Normalmente se vuelve a los ruedos porque falta algo, para rematar la obra inacabada.

-No es mi caso, mi historia está hecha.

 

-También se vuelve por pasta.

-Tampoco es mi caso, gracias a Dios estamos bien. Es directamente un adiós. Una historia como la mía merecía un final. No lo pensaba hacer ni veía el motivo pero una vez decidido, espero que sea una cosa bonita.

 

-Veinte tardes, dices. ¿Son esas las plazas preferidas, las referentes del poncismo?

-No. He tenido que elegir. Si hubiese sido por eso tendrían que haber sido ochenta o noventa. Me hubiese gustado estar en Zaragoza por ejemplo y en Jaén, pero sus ferias caen después de Valencia y lo siento mucho, el adiós será en Valencia. De Jaén que también es mi tierra me despediré en la feria de Linares.

 

-Y tendrías que haber ido a Méjico.

-Me lo han ofrecido y reiteradamente. Y no he descartado todavía hacer una despedida en esa plaza.

 

-¿Entre esas veinte programadas?

-No porque no puede ser por el calendario de la temporada. La última va a ser el 9 de octubre en Valencia. Si finalmente decidiese ir sería luego.

 

-¿Te cortarás la coleta?

-No. Esa ceremonia no la pienso hacer. Eso es algo que siempre lo tuve claro, no me gustaba. No digo que no sea torera porque lo han hecho muchas figuras grandes a lo largo de la historia, pero es un acto que no lo veo conmigo, porque nací con coleta y me moriré con coleta.

 

Para charlar de la vuelta, de su carrera, de lo divino y de lo humano, de aquellos años de cuando niño con el abuelo Leandro al frente, un asombro en Monte Picayo, de todos los sueños que le acompañaron a él y a toda Valencia que llevaba setenta años esperando a un mandón propio, hemos quedado en su Jaén de adopción. El sol de la primavera aprieta las clavijas y amenaza lo mucho bueno que hicieron las aguas de marzo. Aun así, Sierra Morena está preciosa. Rebosante de vida. A las vacas cuesta distinguirlas en los herbazales de las vaguadas, los sementales están ahítos y los becerros a los que todavía no han apartado de las madres, ya se sienten hombrecitos y te miran en tono desafiante. Es la fuerza de la primavera. Vida en el campo y añado que también sueños. Estamos a la puerta de Cetrina, la finca referencia del maestro Ponce. Todos los grandes de la historia tienen una finca de referencia, me vienen a la mente La Capitana de Antonio Fuentes, la Gómez Cardeña de Belmonte, la Navalcaide de Domingo Ortega, la Villalobillos de Benítez… Hemos llegado puntuales. La portera que en otros tiempos era de hincos y alambres, ahora es de hierro forjado, se le llama cancela y tiene mando a distancia. Lo entiendo como un símbolo de prosperidad, una señal más del triunfo.

 

“No habrá corte de coleta, es algo que siempre lo tuve claro, no me gusta. No digo que no sea torero, pero es un acto que no lo veo conmigo, porque nací con coleta y me moriré con coleta”

 

Rodeada de olivares y dehesa, desde el primer momento se siente que ha vuelto el pulso torero a Cetrina. La proximidad de la reaparición va calando día a día. Conociendo al amo, se entenderá que todo suceda con absoluta naturalidad. No hay nada calculado, solo surge. Es de ley. Después de tantos años cumpliendo con el toro y con los aficionados no cabía un portazo. Los grandes no se van, no se pueden ir así como así. Hay obligaciones ineludibles y lo mismo que tenía que justificarse tarde tras tarde, año tras año durante más de cuarenta temporadas, llegado el momento tenía que decir adiós. Amor con amor se paga. Y es lo que ha pasado, que el maestro está de vuelta para atender los amores que siempre, toda una vida, le profesaron.

 

Por todo ello en Cetrina, su primer sueño y su hogar, ha vuelto a sonar el teléfono con insistente frecuencia desde todo el planeta toro, hay consultas, se agradecen los ofrecimientos, hay trasiego en la placita de tientas donde ya no crece la hierba, el mozo mantiene los chismes a punto, la cuadrilla está pendiente, el sastre a lo lejos, me consta, anda aligerando los encargos que los días corren y el maestro quiere estrenar, la agenda de los compromisos periodísticos a tope, la de los compromisos empresariales ya hace días que se cerró. ¡Veinte, veinticinco tardes, no quiero más! es la orden del maestro nada fácil de cumplir ¡Juan, no, ninguna más! Y Juan, el amigo de la infancia ahora convertido en apoderado, asiente con resignación.

 

-El retiro, asegura, lo ha vivido bien.

-He estado muy tranquilo. No me he aburrido para nada. En Almería, con mi novia, he disfrutado de las cosas de la vida que hasta ahora por estar en activo y por exigencias de la profesión, no había podido disfrutar. Bien.

 

-Nunca habías dejado de torear, no sé si el descanso habrá sido como imaginabas.

-Al principio lo extrañé, fue como si me faltase algo pero fue una sensación que me duró poco. Aunque no toreaba en las plazas me seguía sintiendo torero, porque uno no solo es torero cuando torea, ser torero va más allá. Es una actitud en la vida, es algo que marca tu forma de ser. Sobre todo, en mi caso, que desde que tuve uso de razón fui torero y me sentí torero. Así que dejar de torear no significó que dejaba de ser torero.

 

-¿Ese sentimiento te ayudaba o te creaba desazón en la placidez del descanso?

-Desazón nunca tuve en este tiempo. Había un motivo, me sentía muy lleno de todo y eso me ayudó. Y como cuando me apetecía torear, aunque no fuese en la plaza, toreaba, lo llevé muy bien.

 

-¿Toreaste mucho?

-De tanto en tanto, no con mucha frecuencia. Cuando me apetecía, me apartaba una vaquita en casa y toreaba, me mantenía, pero sí estuve muy apartado del mundo del toro. De ese ambiente sí me aparté mucho. Ni siquiera sabía cómo iba la temporada salvo que algún amigo me lo dijese.

 

-Pensé que cuando salían los carteles de las ferias y no estabas se te revolucionarían las mariposas del ánimo.

-No porque la retirada fue una decisión que tomé libremente. No es lo mismo que te echen o que te tengas que ir porque ya no tenga sentido seguir o porque no puedas torear por algo físico, en mi caso como dejé de torear porque sentía que tenía que hacerlo y quería hacerlo, nunca sentí esas mariposas a las que te refieres, te diría que al revés, sentí un poco de tranquilidad y relajación, algo que no había sentido nunca. Date cuenta que hasta ese momento siempre viví con una corrida a la vista. Desde niño fue así y me gustó esa relajación y esa tranquilidad.

 

-¿Tú situación personal te afectó mucho?

-No. No tuvo nada que ver en la decisión de dejar de torear. Ese tema lo manejo bien. Todas las tonterías que se decían no eran agradables pero… Ni a Ana ni a mí nos gusta ese mundo de la prensa. Tuvimos que aguantar y tragarnos muchas falsedades que se decían, muchísimas opiniones sobre Ana de gente que no la conocían de nada. Eso fue lo que más me dolió y no lo que dijesen de mí, pero en ningún momento nada de eso fue determinante para que yo dejase de torear. Eso sí quiero dejarlo claro. Luego el tiempo pone las cosas en su sitio y es lo que ha sucedido.

 

“El día de los seis toros de Valencia hice el paseíllo pensando en que no iba a terminar la corrida. Lo tenía asumido. El objetivo era que se viese mi capacidad”

 

-Fue una tormenta mediática de dimensiones considerables.

-Ella lo pasó mal. Yo le decía que estuviese tranquila, que el tiempo lo pone todo en su sitio como ha acabado sucediendo. No estaba acostumbrada a eso ni le gusta como se ha demostrado. La prueba es que nunca hicimos ningún reportaje y cuando nos han sacado ha sido porque nos han sacado, porque nos han cogido una foto y se han puesto a imaginar. A nosotros no nos gusta, queremos vivir tranquilos, alejados de ese ambiente.

 

Y SE HIZO HOMBRE

 

-Ahora comprenderás a los compañeros que volvían a los ruedos.

-A mí no me extraña. Yo no tenía pensado volver, en absoluto y aquí estoy, aunque sea para un hola y adiós. Estaba muy bien tranquilo, feliz, no echaba de menos nada, mi historia estaba escrita y ya ves. Ahora si puedo ampliarla y mejorarla, lo haré, pero está escrita.

 

-Conociéndote estoy convencido de que vienes a mejorarla.

-Puedo hacerlo, estoy convencido de ello porque personalmente, íntimamente, estoy muy lleno y eso es muy importante para torear, y puedo sacar de mí muchas cosas bonitas. En esta preparación me veo mejor que nunca.   

 

-¿Mejor que nunca dices?

-Sí, en cuanto al sentimiento, en lo que se refiere a torear bien, desde luego. A lo mejor le podemos dar un remate a esto, pero te insisto, mi historia está escrita.

 

-Y aun así has vuelto.

-Lo hago por lo que me decía la afición, los amigos, incluso la gente por la calle, y también mucha prensa taurina, todos coincidían que no me podía ir así, que sería bonito que en algún momento dijese adiós. Te diré que en este tiempo tuve ofertas para volver que rechacé, pero llegó un día que entendí que hacerlo podía ser bonito y ha sido así. Vuelvo para dar la oportunidad a la gente que me quiere y a la afición de verme por última vez. Voy a torear para decir adiós a la gente que tanto me ha dado.

 

-La primera vez que toreó tenía, me recuerda, siete años y si no lo hizo antes fue porque el abuelo Leandro, que estuvo en el principio de todo, le tenía dicho que hasta que no torease bien de salón, pero muy bien, no le iba a poner delante de una becerrita y tuviste que hacer un ejercicio de paciencia, le bromeo, y esperar.

-Yo no tengo un recuerdo de la infancia en el que no tuviese un capote o una muleta en las manos. Anterior a eso no tengo recuerdos. Nací torero.

 

-Fuiste un prodigio, el niño que toreaba en las ferias como si fuese maestro de una profesión tan dura, tan exigente como la de torero, pero seguías siendo un niño, hasta, supongo, que debió haber un día en el que te hiciste hombre.

-Lo hubo. El día de los seis toros de Valencia. Apenas tenía dieciocho años y cuatro corridas de toros. Fue uno de los más importantes de mi vida. Ese día hice el paseíllo pensando en que no iba a terminar la corrida. Lo tenía asumido. El objetivo era que se viese mi intención y mi capacidad. Otra cosa no me importaba, como te digo estaba convencido de que no iba a terminar la tarde, así de duro fue para un chico de esa edad.

 

-Hacemos historia. Feria de Julio, Valencia, lío en los corrales, la corrida la acaban componiendo con tres toros de Paco Galache y tres toros cinqueños de El Toril; Roberto Domínguez y El Soro, en total desacuerdo, deciden no torear y presentan partes de baja, solo queda Ponce en el cartel.

-Juan vino a la habitación a contarme lo que pasaba y que decidiese yo, le dije que adelante, que sí, que mataba yo los seis. Luego ya vistiéndome me llamó a la habitación Luis Álvarez, que también me apoderaba y además era el empresario, y me dijo que le parecía mucho trago para mí, que la corrida era muy seria, que aún cabía la posibilidad de que entrasen dos toreros de Valencia, que yo me quedase con mi lote, porque por la mañana se había llegado a sortear y que los cuatro restantes los sorteasen ellos dos, pero volví a decir que no, que mataba yo los seis aun a sabiendas de lo que me esperaba en chiqueros. Recuerdo que antes de colgar me dijo: “Pues adelante y olé tus cojones. Mucha suerte”.

 

-¿Fue un arrebato?

-No, no, lo tenía claro, sabía que era importante, en realidad después de la alternativa no me había llamado nadie, solo había toreado una tarde en Benidorm.

 

-Y en ese momento comenzaron a buscar cuadrillas entre la gente de Valencia, Copete, Canina, Curro Valencia, Capilla, Agustín… Al primero le corta las dos orejas, una al segundo, misión cumplida, la puerta grande está asegurada, y rematando el tercero se abren los cielos y comienza a jarrear como si se acabase el mundo. Las cuadrillas y parte del público piden que se suspenda, quedan los tres cinqueños del desencuentro mañanero pero el matador se niega.

-He venido a matar los seis toros y seguimos hasta donde se pueda, les dije. Decisiones así marcaban mi carácter. No tenía ningún contrato y la temporada estaba hecha, pero tras ese día todavía pude torear unas veinte corridas más, en total veinticinco corridas incluida la confirmación en Madrid con Paula y Esplá.

 

-La temporada siguiente, 1991, arranca con buenas perspectivas, pero tiene que acudir a Madrid con una de Cuadri en la que da la talla. Fue antes de San Isidro donde tiene dos tardes en una de las cuales le corta la oreja a un toro de Los Bayones, pero es en Bilbao donde da el salto definitivo. Mata la corrida de Ordóñez, las más seria de la feria, da la vuelta al ruedo en los dos toros y le dan la sustitución de Joselito con la corrida de Torrestrella … El maestro recuerda todos los pasos al detalle y señala la testa del toro clave que preside el salón de trofeos de Cetrina.

-Le corté dos orejas a este, se llamaba Naranjito, decidió mi consolidación. Fue definitivo. Estuvo en el principio de mi romance con Bilbao.

 

LAS COMPETENCIAS

 

-Ya no hubo quien le frenase. En carrera tan longeva, prácticamente siempre en la cabeza del escalafón, ha habido tiempo para muchas guerras y competencias directas. Se puede decir que todas las escaramuzas comenzaron con Rincón.

-Sí, es más, te diría que de todas las competencias directas que mantuve la más peleada fue la de César. Tengo un recuerdo bonito por cómo sucedió y por cómo acabó. Le tengo gran cariño a pesar de que como te digo fue una rivalidad muy fuerte, desgarrada, al punto de que no nos hablábamos. Sucedió en España y se prolongaba a América. Llegábamos al patio de caballos y ni nos saludábamos. Era un pique importante, íbamos a tope, no nos guardábamos nada.

 

-Al final llegó un armisticio.

-Algo así. Recuerdo que toreaba en Bilbao y coincidí con Fernández Román en el comedor del hotel. Se sentó a tomar una cerveza conmigo y al poco entró César que saludó a Fernando. Se saludaron ellos dos, nosotros nada, ni nos mirábamos. Te presento a Enrique Ponce, forzó Fernando la situación y ya nos tuvimos que dar la mano, ¡hola, hola! nos dijimos con una displicencia mutua. ¿Qué os pasa?… Esto se arregla con un mano a mano, insistió Fernando y César dijo que por él de acuerdo. Yo también dije que estaba de acuerdo pero que tenía que ser en Bogotá, que era como decirle que sea en tu casa para que sonase más altivo. Y lo hicimos. Luego hubo una reconciliación definitiva muy bonita con motivo de su última tarde en Bogotá. A pesar de todas aquellas tensiones, cuando la estaba preparando me llamó por teléfono y me dijo que por todo lo que habíamos vivido le gustaría que su última tarde fuese un mano a mano conmigo, le dije que encantado, que allí estaría. La toreamos, fue una tarde memorable e indultamos un toro cada uno. Hubo rivalidad fuerte, sincera y hermosa, lo que debe ser.

 

“De todas las competencias directas que mantuve la más peleada fue la de César. Tengo un recuerdo bonito por cómo sucedió y por cómo acabó. Le tengo gran cariño”

 

-¿Y con Jesulín?

-También la hubo, pero de otra manera. Yo estaba allí y él llegaba y eso siempre genera tensión. Aunque en este caso cada uno iba a lo suyo y no hubo una rivalidad directa, pero también hubo mal rollo. Surgió una tarde en la que los dos hacíamos un doblete en el mismo día, Jerez y Puerto Banús. Yo tenía preparado un avión privado para llegar a tiempo y cuando maté mi segundo toro pedí permiso para abandonar la plaza como es preceptivo, ya sabes que tienen que estar de acuerdo los otros dos matadores y el presidente y él se negó. Me sentó mal.

 

-La de Joselito sí fue fuerte.

-Sí porque se cantó mucho y porque toreamos mucho juntos, seguramente sea con el torero que más he toreado y a él le debe pasar lo mismo. Fue una rivalidad que la prensa la acogió muy bien y la cantó mucho. Además, duró mucho, se mantuvo mucho tiempo.

 

-El carácter de José supongo que también debió influir.

-En los primeros años de esa rivalidad llegamos a tener cierta amistad que generaba una rivalidad digamos que sana, pero poco a poco él, por lo que fuera, fue desconectando conmigo. Perdió la empatía inicial, al punto que llegaba al patio de caballos y ni me saludaba. La cosa acabó en mal rollo, pero siempre con respeto. Eso nunca lo perdimos.

 

-Como dos ejemplos en los que se sintió la competencia en versiones diferentes, recuerdo la tarde de los quites en Madrid con la de Samuel y un momento de tensión en Almería a la hora de saludar tras el paseíllo.

-Ese día se enrareció la cosa. Me hicieron sentir mal. Estaba el público aplaudiendo para sacarnos al tercio, me cedió el paso para que saliese yo primero y cuando vi que no salían ellos me volví y estaban riendo él y Rivera. Me sentí muy mal. Les grité, venga… y salieron. Luego tuve yo más suerte y me fui en hombros y les dije ¡hasta luego! Pero son cosas que tiene el toreo, pasados los años se ve de otra forma, con menos tensión. Siempre le tuve un gran respeto y lo mantengo. Además, creo que es recíproco.

 

-Luego llegó José Tomás.

-Sí, pero hubo menos rivalidad porque los años en que la pudo haber él estuvo retirado y cuando volvió toreaba pocas corridas y no coincidíamos. En realidad, en ese tiempo, solo toreamos juntos una tarde. Fue una rivalidad más en los medios que en la plaza. Anteriormente, en su última temporada antes de aquella retirada, sí coincidimos mucho, al menos lo hicimos en veinte tardes, una de ellas mano a mano en Dax. Aquello sí pudo haber sido el inicio de una rivalidad pero no lo fue.

 

-En su vuelta llamó la atención que la rivalidad se sustanciaba en el distanciamiento.

-Al parecer no encajábamos en el mismo cartel. Eso lo intentó arreglar Simón. Vino a hablar conmigo, me preguntó si tenía inconveniente en torear en Valencia. Le dije que por mi parte encantado. Hablamos de un mano a mano en Valencia y alguno más que podía ser en Nimes. La única condición que puse es que teníamos que ganar lo mismo, ni un duro más ni uno menos que él. Y otra condición es que si podían ser televisadas mejor. Quedamos así y poco después me vio Simón y me dijo que no había podido ser y ahí quedó la rivalidad.

 

DINERO Y ESTATUS

 

-Tú fuiste, siempre se dijo, un torero fácil de contratar.

-Se puede decir que ayudábamos a las empresas, pregúntales. Poníamos nuestras condiciones y nos las aceptaban, pero también sabíamos adaptarnos a las circunstancias. Y de lo que se siembra se recoge. En muchas ocasiones transigíamos en cuestiones que otros no lo hacían y que nosotros no teníamos por qué hacerlo, pero pensábamos que en ese momento había que ayudar. La respuesta es lo que me valoraron.

 

-¿Qué papel jugaba el dinero?

-El dinero no era lo que más me preocupaba, pero es que marcaba el estatus, señalaba lo que era cada uno y en ese sentido lo exigía. Le decía a Juan que tenía que ser el que más ganase y en algunos momentos igual que el que más, pero no por el dinero en sí sino porque era una manera de imponer tu ley, un dato de reconocimiento.

 

“No era de esperar mi toro. De haberlo hecho me hubiese quedado en un torero que toreaba bonito, con clase y no hubiese sido Enrique Ponce cuando lo difícil era ser Enrique Ponce”

 

-¿Dónde y cuándo fue la vez que más pasta ganaste?

-Es que eso va con épocas.

 

-El día que más sentiste la afluencia.

-El día de los seis toros de Valencia. Fue el año 92, una pasta.

 

-Habíamos quedado en que no te importaba y te he visto sonreír goloso cuando lo has recordado. ¿Cuándo te lo dijeron?

-Antes de comenzar, supongo que entendieron que me tenían que motivar. Dije ¡Hos… Siiii, de verdad! Date cuenta de que solo había toreado cinco corridas en mi tiempo de matador y me hablaban de muchos millones de pesetas. Todo seguido le dije a Juan, pídeles cinco más. Y se los dieron. Estaba asombrado.

 

-Ahora ya puedes decir cuántos fueron.

-Hombre…

 

-Ya lo puedes decir, ya ha prescrito.

-Cuarenta.

 

-Si te pregunto si alguna vez vetaste a alguien me dirás que no.

-Y es verdad, nunca veté a nadie. Es cierto que a lo mejor en algunos carteles encajaba mejor uno que otro y tú podías decidir y decías pon a este y se quedaba otro fuera. Eso sí lo he podido hacer como lo habrán hecho conmigo, pero vetar, decir con ese no toreo, nunca.

 

-¿Y a ti te vetaron alguna vez en tus principios?

-Posiblemente, pero de esa manera. Nunca sentí que me hubiesen vetado, sí he sentido que en alguna ocasión en mis principios no encajaba en un determinado cartel, pero no era veto. A lo mejor a la figura del momento no le encajaba Enrique Ponce que era un chiquillo y sí me consta que en alguna ocasión me pasó, lo sé, pero no lo consideré veto. Tampoco hubo mucho tiempo en mi carrera en el que pude sufrir esa situación.

 

-Siempre se dijo que Ponce no pasaba miedo.

-Pero sí pasaba, sí, sobre todo al principio, luego aprendí a gestionarlo muy bien.

 

-¿El miedo se gestiona?

-Claro. Pasaba mucho miedo antes de la corrida, antes incluso de una feria importante. Lo generaba la presión, la responsabilidad. Yo creo que el toreo en eso ha cambiado mucho, antes había más presión porque además es que había otra crítica que ahora no hay. ¡Te pegaban cada palo que te …!  Tenías que estar bien porque aun estando bien te arreaban. Era terrible. Luego, en mi última etapa, sobre todo en los últimos ocho años, supe manejar el tema del miedo muy bien. Me lo tomaba todo con calma, con filosofía. Me decía, cuando surja el problema ya me preocuparé. Me iba a jugar al golf, me distraía fácilmente, estaba en la habitación como si fuese a torear un tentadero. A veces yo mismo me sorprendía de lo tranquilo que estaba. Lo que te digo, aprendí a gestionar eso. Cuando salga el toro difícil ya me preocuparé, pero antes no. Me gustó cómo lo resolví. Eso no quiere decir que no pasase miedo, aquí el que no pasa miedo es porque es un inconsciente. Es más, si no pasas miedo no puedes tener valor, el valor es la superación del miedo, pero lo gestionaba mejor. Eso me ayudaba a soltarme, hay que relativizar las cosas. Hay que afrontarlo con una mentalidad positiva, si el toro me ayuda estaré mejor, si no haré lo que pueda. Hay que quitar fantasmas en las horas previas.

 

EL TALENTO

 

-Todos hablan del talento de Ponce, ¿tú te consideras un torero inteligente en la plaza?

-Me consideraba que era capaz de ver pronto al toro, no ya de verlo porque verlo lo ve todo el mundo

 

-¿Todo el mundo?

-Me refiero a todos los toreros. A veces se dice no ha visto el toro, y sí lo ha visto lo que pasa es que no se ha adaptado a él. Yo tenía un don para eso, siempre me adaptaba al toro. Yo eso lo considero un don porque no pensaba, me venía solo.

 

-De lo que no se hablaba mucho era del valor de Ponce cuando entiendo que fue una de tus armas clave.

-Es verdad, al principio no se valoraba, pero luego sí, sobre todo a partir de la faena a Lironcito. Ese toro marcó un antes y un después en la consideración que tenían de mí. Sucedió en un momento clave de mi carrera. Hasta entonces se me consideraba más un torero técnico, un torero inteligente que toreaba bonito.

 

-La técnica y la inteligencia no tienen por qué ser enemigas del valor.

-Desde luego, la técnica y la inteligencia pueden dar valor. Ten en cuenta que mi valor nunca ha sido inconsciente, nunca. Yo sé desde el principio, desde que comienzo con un toro, cuándo me puede echar mano y me digo, tengo que dar el paso adelante y lo doy. En ese sentido sí he sido valiente, eso sí es valor. No se trataba de ponerse sin pensar o pensando que a lo mejor pasaba, no, yo sabía que no iba a pasar y me ponía.

 

-Con el toro a media altura lo manejaste como nadie.

-Yo me adaptaba a los problemas que me planteaba el toro y los superaba. Siempre pensé que hay que ir a favor del toro, nunca en contra, hay que convencerle y no imponerse. Hablándole puedes someterlo, puedes lograr convencerle y sacar lo mejor de él. Sacarle el fondo que se dice. Esa es mi experiencia. Si te pones borrico llevas las de perder. Mi abuelo siempre me lo decía, a cojones gana el toro, si no hoy, mañana. Ante eso hay que convencerle y hay que vencerle con tu inteligencia. Eso se consigue adaptándote a sus características buenas y eso lo he conseguido. Si un toro tenía tres o cuatro características malas y una buena, me adaptaba a esa buena y era capaz de crear algo.

 

-Por ahí llegamos a los toros de poco humillar, a los de embestidas a media altura.

-Es que en mis principios los toros no humillaban como ahora. La mayoría venían a media altura, pasaban y si te empeñabas en hacerle humillar al tercer muletazo te veía y ya no le pegabas ni uno. Me adapté a la época, salía mucho toro a media altura y torear a media altura, sin que te enganche y crear belleza es más difícil que torear por abajo.

 

-Habrá referentes en esa disciplina.

-Hubo dos toreros en los que me fijé y de los que aprendí ese secreto de torear bien a media altura. Manzanares y Espartaco.

 

-Pues son muy diferentes entre ellos.

-Sí, pero con la misma técnica. Los tres hemos sido los que a media altura hemos sido capaces de mejorar las características de muchos toros.

 

-Torear el noventa por ciento de los toros necesariamente rebaja la calidad, si esperas el toro adecuado para hacer tu toreo, si esperas tu toro, sube la calidad. En ese aspecto la regularidad es una trampa.

-Sí pero el esperar no iba conmigo. De haber adoptado esa postura no hubiera sido quien soy. Me hubiese quedado en un torero que toreaba bonito, con clase y no hubiese sido Enrique Ponce cuando lo difícil era ser ser Enrique Ponce.

 

-¿Miras atrás y te gustas?

-Me estoy empezando a gustar. Desde hace unos años para acá he ido consiguiendo torear como yo quería torear. Al principio no lo conseguía, pero lo buscaba. Los conceptos eran parecidos a los de ahora, pero sentía que podía torear mejor. Sentía que no sentía lo que quería sentir toreando. Cosa que luego sí lo conseguí. De esas cosas hablaba mucho con el maestro Manzanares al que considero mi padre taurino del que aprendí mucho. Hablábamos el mismo idioma, pero me decía cosas que no comprendía. Enrique hay que meterse dentro del toro, me decía, por ejemplo, y yo me decía, me encantaría hacerlo, pero cómo lo hago, y el tiempo me fue dando eso. Hay cosas que con veinte años no puedes alcanzar por mucho que quieras. Luego con el tiempo lo fui consiguiendo, fui toreando como sentía. Ahora me miro y me digo, ahora sí me gusto, ahora siento lo que solo da el tiempo.

 

-¿Qué es lo que más te costó, acaso el capote?

-Sí, al principio solo era capaz de torear al bueno. Yo creo que esa carencia me venía de mi tiempo de novillero. Como era muy poca cosa, me costaba mucho manejar el capote y me amaneré. Con mis bracillos cortos siempre veía al toro encima salvo que saliese alguno abriéndose. Luego de matador llegué a torear toros muy bien pero necesitaba el toro que me ayudase un poco. Fue una asignatura que con los años la mejoré y comencé a disfrutar, cosa que al principio no lograba. Sí, es lo que más me costó.

 

“Hay que adaptarse al toro. Yo siempre me adaptaba y eso lo considero un don porque no pensaba, me venía solo”

 

-Una cualidad de Ponce ha sido la fidelidad con el apoderamiento. Aunque en algunos momentos repartiste responsabilidades con otros profesionales, no es fácil encontrar parangón en la administración de un torero. Una carrera tan larga y sin apartarse de Juan, el apoderado inicial, es un referente.

-Yo estaba bien, estaba a gusto, había un feeling que me gustaba. Crecimos juntos, él no era un taurino como se entiende para esas responsabilidades, fue bonito que saliésemos los dos de la nada y llegar a donde llegamos, a mandar en el toreo.

 

-¿Qué es mandar?

-Que cuenten contigo el primero y que te acepten las condiciones que impongas, eso es mandar y sí, mandamos.

 

DOLOR Y SANGRE

 

-Un torero muy seguro este Ponce, aseguraban los taurinos, pero las cornadas fueron duras.

-Y tuve suerte. No me cogían mucho, pero cada temporada me llevaba ocho o diez cates gordos aunque afortunadamente no me herían. Me tiré diez años, mil corridas de toros sin que me pegasen una cornada.

 

-Eso supongo da valor.

-Ayuda. Pero de repente en un año me llevé dos y gordas. En Sevilla, me metió cuarenta centímetros y maté el toro y la de León que fue muy muy grave. Esa y en la de Valencia estuve a las puertas de la muerte. Las dos fueron entrando a matar y en las dos maté al toro.

 

Los otros percances llegaron en Cieza, la única ocasión en la que no pudo matar el toro, en Méjico, que fue su bautismo de sangre, en El Puerto de Santa María la tarde en la que un toro le arrancó el gemelo. Esas fueron las otras estaciones de su particular vía crucis torero en el que consta un montón de huesos rotos, incluida la fractura de la rodilla en Valencia que estuvo acompañada de otra cornada en el glúteo, dos por una, que se convirtió en todo un desastre por el tiempo de recuperación.

 

HABLEMOS DE LAS PLAZAS

 

-¿Bilbao?

-Fue una de mis plazas, fue clave para mí. Fue donde me lanzaron, había cortado una oreja en Madrid, pero de donde salí lanzado, donde refrendé todo fue en Bilbao. La cabeza del toro Naranjito la tengo en un lugar destacado de mi casa. Además, me adoptó, es de las pocas plazas que tienen ese sentimiento de adopción. Como sucede en Méjico. Fui torero de Bilbao como lo fueron Camino y el Niño de la Capea.

 

-Los tres fuisteis predilectos de las dos plazas.

-Es cierto, sí. Los tres fuimos consentidos y adoptados en las dos plazas.

 

-Por algo sería.

-Eso digo yo.

 

-¿Madrid?

-Para mí una plaza importantísima. De Madrid al cielo, es la plaza que marca una cátedra. Desde novillero fui querido en esa plaza. Madrid sabía que podía ser el torero que luego fui.

 

-Pues hubo momentos en que se te pusieron duros.

-Pero era normal. Nunca guardé rencor, lo entendí. Dejé de torear tres años por eso y porque con José Antonio Chopera tuve la única bronca que he tenido con un empresario. Luego hicimos las paces y volví.

 

-Cuatro salidas a hombros hasta la calle Alcalá.

-Pero pude salir ocho o nueve fácilmente si no hubiese sido por la espada.

 

-Tantos piropos van a despertar celos en Valencia.

-No creo, Valencia es otra cosa, es mi casa. Desde allí, todas las fallas, lanzaba la temporada. Allí es donde más he toreado y algo muy importante, se sentían partícipes de mi éxito, estaban orgullosos de mí, me querían. Creo que salí treinta y siete tardes a hombros.

 

-Me acuerdo de la faena al toro de Peralta en las Fallas de 1992, fue todo un impacto.

-Esa faena me dio proyección. Gracias a ella ese año toreé cien corridas de toros por vez primera solo en España.

 

-Y Méjico.

-Por supuesto Méjico, por supuesto. Fue de esas cosas que casi no te esperas. Que en una plaza con tanta historia y tan alejada de lo propio me convirtiesen en uno de los toreros consentidos fue como un sueño y un gran orgullo. Corté dos rabos, pero como en Madrid pude cortar nueve o diez. Fíjate que en dos ocasiones me sacaron en hombros sin haber cortado ninguna oreja por fallar con la espada y en otra me izaron y se me llevaron habiendo cortado solo una oreja, tal fue el impacto de la faena. Eso era cuando te cogían a hombros de verdad. Una de las veces Jorge Gutiérrez le cortó dos orejas a un toro y yo cuajé otro de Rodrigo Aguirre, pero pinché y no le corté nada y aun así me sacaron a hombros a mí y me llevaron por toda la Avenida Insurgentes, mientras él salió por su pie. Fíjate como eran conmigo.

 

-Los fallos a espadas es explicación recurrente muchas tardes que pudieron ser de triunfos rotundos y dejaron atrás puertas grandes importantísimas. ¿Fue un punto débil?

-No exactamente. Tenía rachas, algunas muy buenas sino no hubiesen habido la cantidad de triunfos que hubo, pero otras… El pinchar toros clave se debía fundamentalmente a mi inclinación a las faenas largas. Pasaba los toros de faena sobre todo en Méjico, la gente iba entrando en ambiente, se iban calentando más y más y yo seguía y seguía y aquello no tenía fin y claro, los toros se ponían difíciles.

 

-¿Manías tenías?

-Sí pero no graves, manías tontas. Salir con el pie derecho de la habitación, comenzar el paseíllo también con la derecha, empezar a vestirme por ese mismo lado. Tonterías que están justificadas en los casos de los toreros. Si vas a jugarte la vida te acoges a lo que sea para darte confianza.

 

-¿Te cuidabas?

-En la comida nada. No voy más allá de comer sano para no ponerme malo.

 

-¿Y de fiestas que tal?

-En eso sí, no me iba de fiesta.

 

-¿Ni en los primeros años?

-A final de temporada nos dábamos una fiesta y ya. Y no me tomaba una copa salvo alguna celebración especial. Nada.

 

-Aburrido.

-No, no, en realidad era muy divertido, pero si toreabas más de cien corridas de toros tenías que cuidarte, no quedaba otra, pero no era aburrido.

 

-Visto lo visto, vistos los resultados tenías razón, hiciste lo que debías.

La charla continuó en la placita de Javier Moreno, en Guarromán, una becerra, dos, tres… el maestro está fino, los capotes vuelven a volar templados, la muleta se impone sin estridencias, el toreo convertido en delicadeza, la lidia es geometría, elegancia, quedan prohibidas las crispaciones… el propio maestro se emociona, se gusta. Cuarenta años sin perder la pasión no deja de ser un milagro.





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