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SÉPTIMA CORRIDA - FERIA DE ABRIL

Juan Ortega se consagra en la Maestranza

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Fotos: Arjona – Pagés


Le basta con un ramillete de muletazos al magnífico Florentino para que ambos obren el milagro: se encumbra el torero y se 'salva' el ganadero de una imperdonable limpieza de corrales

JESÚS BAYORT

Diario ABC de Sevilla

 

Una faena sin rotundidad, o una faena rotunda. Un toro sin cuajar, o un toro bien cuajado. Imperfecta y perfecta. Pausada y enérgica. Desconcertante. Un delirio con el que se obró el milagro en la Maestranza para conseguir que se termine hablando de Juan Ortega y así olvidar la limpieza de corrales que, hasta ese santo momento, había arruinado la tarde de mayor expectación del serial. El torero de la Huerta del Rey, a cámara lenta, se consagró en el gran templo del toreo. Le bastó con un ramillete de muletazos, sin necesidad de alcanzar todo lo que ese supremo animal le podía dar, para poner a la plaza bocabajo. El milagro del temple, y de la calidad. Un torero con vitola, maestro del pitón a pitón, que seguía pendiente de un triunfo que lo encumbrase. Y llegó...

Al filo de la noche caía la bolita de Rafael de Paula, la que había salido a las doce de la mañana con el número 74 apuntado sobre un papel de fumar. Un toro que, como su tocayo madridista, venía con un imperio detrás. Florentino se llamaba, perfecto en su hechura. Enmienda a la totalidad del despropósito de los herederos de Domingo Hernández, un saldo de corrida que no merecía acompañar a este toro supremo. Brindado a Pepe Luis Vázquez, summum de la sevillanía. Como la faena de Juan Ortega. Con cadencia, soñada. Un magistral inicio entre ayudados por alto y por bajo, de la trincherilla al interminable cambio de mano.

Tenía ese Florentino el don de la transubstanciación. El toro de la mitología, hecho divinidad. Sublimado al ralentí, una súper lenta tan increíble como real. Caían los muletazos de Juan Ortega como gotas de vino sobre el pan de su consagración. Una comunión perfecta. Florentino y Ortega, el toro y el torero del molde. Hechuras insuperables. Como el temple al natural, profundo y limpio. No había continuidad, pero había gestos, expresión. Un torero distinto. Ahí estaba el remate de su primera serie con la diestra, un pase de pecho genuflexo. El tremendismo hecho arte.

Tenía mucho más ese Florentino. Y quizá ése sea el milagro supremo de Ortega, que sin exprimirlo y sin cuajarlo en redondo le ha cortado las dos orejas de su consagración, las que lo ponen en la cima del toreo. Tiene Juan Ortega el don del toreo de pitón a pitón: el toreo en ochos, la tauromaquia antigua. Lo borda a la verónica, en los inicios y en los finales y también en los individuales. Pero sigue faltando la rotundidad en redondo, que las series sean ligadas y dinámicas, que sean rotundas. Que en lugar de dos orejas hubiera sido... ¡ole por Juan Ortega!

Fue la tarde un despropósito total. Basta con recordar lo del quinto –Treinta y Tres–, tuerto en el país de los ciegos. Más malo que el malo de la corrida de Santiago Domecq, aunque salvado, si es que se puede calificar así, tras levantar de aquella manera la tarde. Un respiro, gracias al empuje zahorí de Daniel Luque, que descubría algo en el fondo del subterráneo de la corrida. Con el ánimo por los suelos. Como el que trajo el torero a su llegada, menos fresco, más apático. Aunque él ya obró su milagro el viernes, y eso se notó en la gente. Entregada con él, como José Manuel Tristán (Tejera). Había sido ese Treinta y Tres –colorado, cuesta arriba y con mucho cuello– un toro feo en los capotes. Sin empuje, sin estilo y sin entrega. Y manso. Un bluf. La comunión fue tarde, pasando la puerta de la enfermería. Con el toro rajado, con el torero crecido. Inventando tandas, con más vibración que calidad. Lo mínimo que se esperaba de un Luque que no desperdició el segundo cartucho de su canana. Con el paisanaje loco, desatado entre 'luquecinas'... Una oreja al esfuerzo del torero. Cuarta de una Feria de Abril de la que, por el momento, es el claro triunfador.

La corrida de Domingo Hernández –sacamos siempre de esta ecuación al magnífico Florentino– fue una limpieza de corrales. Toros viejos y, lo que es peor, 'apagafuegos'. Así conocen en el campo a ese tipo de toro, como el primero o el tercero, que remiendan los descosidos. Toros a granel. Carne al camión, carne sobre la báscula. Un bochorno para una terna de esta magnitud. Como siempre, nadie explicará de quién ha sido la culpa de que salgan toros tan mal presentados. En fin.

Tuvo ese primero (Brazalete) un poderoso final. Un toro añoso con el grado superlativo en su trapío. Badanudo, hondo y corto de cuello. Con casi 580 kilos. Entre un semental y un toro de carreta, con cara torera. Con los cinco años pasados, que no rompió a galopar en su salida. Signos de la edad, signos de haber conocido ya más de un corral. Parado y pidiendo toreros, que se defendió en el capote de Morante, apretando hacia adentro. Como le apretaron en varas. Duro fue el castigo, como dura fue la prueba para Curro Javier, que este año va a tener que bregar. Le podía por bajo el de Sanlúcar, templado hasta el final. Por alto lo crujió Morante en su inicio, látigo por arriba, sedoso un final abajo. Como en dos ayudados, casi 'atrincherillados', bordados. Cantados.

Le empezaron cantando el arranque en redondo, con dinamismo, aunque breve en las series. Hay un gesto exquisito, casi desapercibido y clave en su muletazo: entre el cite y el embroque, cuando cambia la posición de la palma de su mano, cuando descarga la embestida hacia la salida natural. Se apretaba el de Domingo Hernández, con empuje y profundidad, aunque exigiendo. Escarbando y con la cara echada abajo, un toro para el Morante del 2022, no para el actual. Se vino abajo el torero; como el toro, parado en su final.

Casi una quincena de lances le soltó Luque a Fantasmón, el segundo, bastante menos rematado. Proporcionado, con tipo para embestir, aunque aunque falto de kilos para templarse. Gazapón, muy seguido. La gente entregada con el recibo, como confirmación de que ya lo han acogido. Fácil, sin mucha expresión el torero. Andarín el toro, que no paraba. Juan Ortega le hacía un quite lento, entre cordobinas-tafalleras, enganchadas por alto, sublimada la última por bajo. Y el toro siguiéndolo, y nadie de su cuadrilla para cortar. ¿Dónde estaban? Más rotundas fueron las chicuelinas de Luque, mandonas. Pero seguía correoso ese Fantasmón, que cuando perdió la inercia perdió su ritmo y estilo.

Lo de Saltaríos y Ortega –tercero–, como lo del sobrero de Matilla y Morante –cuarto–, no merecen ser contados después del gran milagro. El milagro del toreo, el milagro de Ortega.

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FICHA DEL FESTEJO 

Se lidiaron toros de Domingo Hernández (1º, 2º, 5º y 6º) y Garcigrande (3º y 4º). Cuatro cinqueños. 1º, agarrado al piso; 2º, gazapón; 3º, descompuesto; 4º, devuelto tras romperse el pitón; 4º (bis, de Matilla), blando y sin empuje; 5º, manso; 6º, extraordinario. 

Morante de la Puebla, de gris plomo y oro. Aviso entre pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio); aviso tras estocada larga y seis descabellos (silencio).

Daniel Luque, de tabaco y oro. Pinchazo y estocada casi entera (ovación); estocada caída (oreja).

Juan Ortega, de tirita y oro. Pinchazo y estocada (silencio); estocada (dos orejas).

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla. Lunes, 15 de abril de 2024. Novena del abono. Lleno de 'no hay billetes'. Presidió Fernando Fernández-Figueroa.

 

ENTREVISTA │ Juan Ortega, exultante tras cortar las dos orejas en su segundo toro: «Es muy bonito ver a tanta gente emocionada»

Del 'desaborido' de su primer toro a la gloria con su segundo, al que le cortó las dos orejas, Juan Ortega ha hecho un ejercicio de pura maestría, despacio, brillante y con la misma personalidad con la que luego se ha mostrado ante las cámaras de OneToro TV. Emocionado, ha hablado con el corazón: «Mucho tiempo esperando, mucho tiempo. Muchas peleas con uno mismo. Cuando no te salen las cosas como uno quiere... Pero soy paciente, y todo llega. El animal tenía una expresión muy buena, una mirada muy sincera, muy de verdad».

El torero sevillano ha hablado de algunos momentos en concreto: «Cuando pude llevarlo muy despacito, ahí la gente perdía los papeles. Los toreros tenemos la capacidad de hacer feliz a la gente. Es bonito dar la vuelta al ruedo y ver a muchas personas emocionadas».

Daniel Luque, también protagonista tras darle la vuelta a la tarde al cortar una oreja en su segundo toro, ha declarado que se llevaba «una satisfacción grande para mí mismo» en un día que no ha sido fácil. El de Gerena ha hablado de trabajo y concentración. «Uno se prepara y se mentaliza para momentos de este tipo, para cuando salga un animal así, ser capaz de estar por encima de él, y por momentos, lucirte. Cuando dejó de escarbar, y se fijo en mí, ya lo pude conducir mejor. Luego, el animal también me ha dado»

Antes, con el primer toro, Fantasmón, y aunque llegó a protagonizar un gran arranque, había indicado que lo había hecho todo para tratar de sacar lo mejor del adversario: «Con el capote no le daba sitio, se abría. La cara siempre con el pitón contrario metido para dentro... Así es muy difícil. Este venía para atrás. He intentado moverlo. No era un toro agradecido para la muleta».

Morante de la Puebla, por su parte, ha mostrado su decepción en una tarde que pareció comenzar bien: «Con el segundo ha sido complicado. Es difícil tener lucimiento con este toro. Con el primero hubo otras dificultades». Morante se ha centrado en el segundo con cierto malestar: «Embestía con los dos pitones. Era muy complicado sentir el toreo. Venía a mucha velocidad y sin rumbo. El primero sí tuvo un par de embestidas buenas, serias, pero después empezó a escarbar».

 

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CONTRACRÓNICA DE LA NOVEDA DE ABONO │ Juan Ortega: paradigma de clasicismo

El diestro sevillano se eleva al podio de la Feria con una obra plena de cadencia y naturalidad. Luque, intratable, confirma su rol de general de la tropa


ÁLVARO RODRÍGUEZ DEL MORAL

Diario de Sevilla

Nada que no sepan. Juan Ortega había alcanzado una indeseada notoriedad a final del pasado año por lo que todo el mundo comentó en su momento. Es agua pasada que sólo interesa a los que lo sufrieron. Después llegó el silencio, la primera salida mediática en el programa de Herrera, los éxitos del albor de la temporada y, finalmente, el inesperado baño de masas en la jornada de puertas abiertas organizada por la empresa Pagés.

Ortega era el más esperado y acudía a esta primera tarde cerrando el que seguramente era, a priori, el cartel más redondo del abono. Los toros de Domingo Hernández -en una tarde de calor infernal y con ese extraño , diverso y espeso público que ha suplido a los cabales para los restos- estaban sentenciando la tarde sin que ocurriera nada relevante. La corrida parecía condenada al sumidero -Morante, de tórtola y oro, se acabó de desilusionar con el esmirriado sobrero de Matilla que hizo cuarto- hasta la salida del informal y manso quinto que puso a prueba el impresionante magisterio de Daniel Luque.

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"Soy paciente y todo llega; ha sido mucho tiempo esperando", declaró el matador a la finalización de la corrida

El orejón era de peso pero el asunto no había terminado. Ortega se iba a estirar de verdad en los lances de recibo al sexto. Era un animal bien hecho, con la fuerza precisa y una bonancible y enclasada embestida que se iba a aliar perfectamente a la tersa muleta de su matador.

No es misión de estas líneas desmenuzar los capítulos de una faena que fue un canto al toreo eterno, a su palo más clásico; al diálogo de un hombre y un toro entendido como como tratado de cadencia, buen gusto, naturalidad y armonía. El trasteo fue creciendo en su interpretación a la vez que se clavaba en la memoria poniendo muy alto el nivel para lo que queda de Feria, que aún es mucho y también bueno.

La banda de Tejera, que este año anda sembrada, se unió a ese coro de buen gusto y oportunidad tocando Manolete, el Amarguras de los pasodobles. No podían haber elegido mejor: la historia taurina y personal de Juan Ortega no habría sido la misma sin pasar por la ciudad de los califas. Allí se graduó como ingeniero y se forjó como torero en unos años indecisos que no lograron quebrar confianzas. Después llegaría una larga travesía del desierto en la que encontró la mano de Pepe Luis Vargas, pigmalión providencial que siempre mantuvo la fe. La faena de aquella corrida televisada en plena pandemia lo acabaría cambiando todo. Llegó el circuito de las ferias y hasta ese lance personal que colocó su cara en un escaparate mezquino e indeseado.

La tarde parecía marcharse directa al sumidero pero los dos últimos toros iban a cambiarlo todo

Pero Ortega, dueño del concepto más puro y clásico del escalafón, le debía este recital definitivo a una plaza que ya le esperaba sin demasiadas condiciones. Era el día, también el toro. Y supo aprovecharlo en esa hora mágica -la marea del río sube ecos antiguos de guajiras y milongas-en la que la plaza de la Maestranza, en su aura más regionalista, es fértil para los milagros.

Ortega, de alguna manera, resumía sus sensaciones al terminar el festejo. “Soy paciente y todo llega; ha sido mucho tiempo esperando y muchas peleas con uno mismo cuando a uno no le salen las cosas o no coges compás;el toreo es así y los toreros tenemos la capacidad de hacer feliz a la gente...” Era la clave de una faena que será recordada más allá de las orejas. Es el secreto de las grandes obras que se evocan por lo que significaron, por lo que hicieron sentir a los que las contemplaron. ¿No merecía esa Puerta del Príncipe que los mediocres quieren reducir a mera aritmética? / R. A. - Diario ABC de Sevilla





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