Mérida, Octubre Sábado 25, 2025, 01:50 am
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A 70 años de aquel asesinato, él era uno de los dirigentes políticos más importantes de aquella época en la que Venezuela vivía: la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Los esbirros del dictador lo asesinaron aquel domingo 11 de Junio de 1953. Fue asesinado por los esbirros de Pedro Estrada. En ese entonces, Venezuela perdía a uno de los hombres más lúcidos de la política venezolana, mártir de la democracia, por el cual históricamente recordamos que nuestra democracia -con sus imperfecciones- sigue siendo el mejor sistema para vivir, porque vivir con libertad es el inicio de una relación entre el hombre y su sociedad; todo lo contrario si se vive en un estado de corrupción que mata de hambre y de mendicidad a un pueblo, mientras es saqueado y engañado con un discurso lleno de falacias que solo satisfacen a una clase política en el poder.
Volviendo a nuestro personaje, el merideño y olvidado hombre
de luchas fue economista de profesión y un poeta de vocación. Ejerció como secretario
general de Acción Democrática en ese tiempo en el que hombres de saber, como
Sáez Mérida, Bernardo Aranguren, Domingo Alberto Rangel, Alberto Carnevalli,
Ediberto Moreno, Simón Alberto Consalvi, Rigoberto Henríquez Vera y Leonardo Ruiz
Pineda -la mayoría de ellos venidos de los Andes- dieron al país su sueño de
lograr una gran Venezuela que hoy debe dolernos cómo ha sido arrasada por una élite
que no tiene sentido de lo nacional, ni se identifica con las luchas que ayer
sus mejores hombres y mujeres de gran estirpe construyeron en la Venezuela
soñada porque nunca se prestaron para organizar estructuras para el engaño de
su pueblo.
Estos héroes nos dejaron grandes enseñanzas. Los ríos sin
agua tampoco son caminos. Vamos a hacer nuestro camino, y construyamos ese
porvenir de aquellos que, en palabras de José Agustín Catalá, vieron que “la furia
blindada del poder cobraba víctimas a la clandestinidad y la resistencia, allí
donde la mecánica de la represión, sin fronteras ni barreras, sin desmayo ni
tregua, silenciaba voces, abarrotaba cárceles, mutilaba vínculos parentales.
Muerte, encarcelación, confinamiento, persecuciones, tortura, destierro, eran
entonces el precio pagado por el título de cualquier oposición o disidencia”. Todo
parecido con la realidad es pura coincidencia.
Antonio Pinto Salinas parece haber quedado para el olvido,
porque quienes hoy asumen la política le han dado una versión de pos verdad a
la lucha con una dirigencia arrogante y sin orientación definida en el campo de
las batallas políticas de nuestro tiempo, donde a sus dirigentes hay que
sacarlos con lupa, porque muchos se corrompen a mitad del camino. En eso parece
estar esa gran mayoría de oposición acomodaticia de doble discurso, hoy no,
mañana sí, sí voy yo, si nos conviene vamos y así parecen tener a un pueblo en
pleno circo viviendo la Dolce Vita,
mientras un pueblo se muere de desesperanza y mengua de esperar que esos tales
opositores se identifiquen con la causa justa del pueblo.
De aquellos robles y dignos hombres. Solo parece quedarnos su
lección, como lo señalaba Rigoberto Henríquez Vera, cuando fue miembro de aquel
comando nacional de AD clandestino, lo cual fue publicado en un artículo en el
diario caraqueño La República aquel 11 de junio de 1964, mientras recordaba a
su compañero y paisano Antonio Pinto Salinas, cuando se conmemoraban los once
años del crimen de Antonio Pinto Salinas: la orden era apresarlo vivo o muerto.
Y en la que señalaba que se encontraban en su último refugio clandestino de los
Palos Grandes, los compañeros Antonio Pinto Salinas, Simón Alberto Consalvi,
Gustavo Mascareño y Henríquez Vera. Él cuenta que se encontraban acorralados y
las conchas eran escasas; era el mes de Junio de 1953, y se hacía muy precarias
las condiciones de los dirigentes de resistencia a la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez.
A Antonio Pinto Salinas se le buscaba vivo o muerto, como el
trofeo de Pedro Estrada. Era el más indicado. Sin embargo, el secretario de AD
en la clandestinidad, Rigoberto Henriquez Vera, señala en sus escritos que la
decisión fue que Antonio Pinto Salinas se refugiara en una embajada y saliera
del país. Éste se negó, y su alegato era que eso produciría una reacción
desmoralizante y negativa en la base de la organización del partido, por lo que
prefería salir al exterior en forma clandestina, por intermedio de aquel
“piloto” que era aquel aparato de radio que operaba Pedro Fonseca desde un
extramuro capitalino.
Antonio Pinto Salinas era hijo de Leónidas Pinto y Mary
Salinas. Nació aquel 6 de Enero de 1915. Realizó sus primeros estudios en su
pueblo natal, Santa Cruz de Mora, estado Mérida. Pasó luego a estudiar en el
Seminario Diocesano de Mérida. Después debía viajar a Roma a continuar sus
estudios de teología en la Universidad Gregoriana. Decidió dejar la carrera
eclesiástica y se fue a Bogotá, y en 1940 es uno de los fundadores del Centro
de Estudiantes Venezolanos de la capital colombiana. Es allí según algunos biógrafos
donde comienza a interesarse por la literatura, y comienza a escribir sus
primeros textos poéticos. Regresó a Venezuela en 1941 y comenzó sus estudios en
la Universidad Central de Venezuela en Economía, y allí se hace militante del
Partido Democrático Nacional (PDN).
Se hizo amigo del escritor y periodista Leoncio Martínez.
Antonio Pinto Salinas comenzó a publicar sus poemas en el semanario Fantoches.
En 1943 es galardonado en el concurso de cuentos que auspicia este semanario.
Como miliciano –en el contexto de la época- participó en la insurrección armada
que derrocó al gobierno de Isaías Medina Angarita aquel 18 de octubre de 1945.
En el Trienio Adeco que se estableció entre 1945 y 1948, se desempeñó en varias
direcciones en el Ministerio de Hacienda, Agricultura y Cría, el Banco Agrícola
y Pecuario. En 1948 se graduó en Economía. Derrocado el gobierno de Rómulo
Gallegos, se incorporó a la lucha clandestina, cayó preso en 1950, luego de
haber pronunciado en el Cementerio General del Sur un discurso en la exequias
del Comandante Mario Ricardo Vargas, y por
ello es expulsado a Ecuador donde permanece un año en la ciudad de Guayaquil.
Regresó en 1951 clandestinamente, y ejerció como dirigente de
AD, iniciando actividades en Valencia, Coro, Maracay y finalmente en Caracas, aún
cuando sabía que la orden del gobierno de matarlo. Le piden que debe salir del País;
aún en contra de su voluntad accede, y decide irse por la vía a oriente para
Salir a Trinidad, y es delatado en la policía política. Es apresado en
Pariaguán estado Anzoátegui, y supuestamente cuando fue conducido a la ciudad
de Caracas, en el denominado lugar “Cueva del Tigre”, cerca de San Juan de los
Morros, es asesinado por los esbirros de la dictadura aquel 11 de Junio de
1953.
Sus textos poéticos, hoy dignos de leer y recordar, son pocos
conocidos.
El bíblico grano que sembró mi mano /
aquel claro día, / ya vibra en la
dermis / de mi sementera. / Ya tiene tu flanco, / blanco amada mía,
/ el gesto fecundo de la primavera.
La tierra fue fértil y buena, / fue el grano mejor; / la siembra fue de gracia plena, / fiel al
sembrador.
Y como en el fruto del árbol
sagrado / hay proximidades de madurecer, / blanca amada mía, / tiene en sus
ojos / de mirada penado / la melancolía del atardecer.
Torbellino de luna entre sus venas /
cisne en el aire estrellas removiendo, / las alas de los pájaros cayendo
/ y cayendo la miel de tus colmenas.
El cuerpo siniestro de la guerra / Lanza sus clarines estertóreas
/ y toca la diana espantosa de los
muertos. / Sobre la corteza morena de la
tierra / y por vientre inflamado del cielo / grita la metralla sus partos
macabros / Y brama el cañón de canto
negro.
El globo es un brasero inmenso / hacia el firmamento en llamas…/ Porque
hay hombres tenebrosos y funestos / -corazón de piedra en el pecho y en la
pupila del fulgor del rayo que horroriza y que mata.