Mérida, Febrero Miércoles 12, 2025, 12:13 pm
El fraude siempre ha estado presente en nuestra historia electoral venezolana. No es necesario explicar lo sucedido a lo largo del complicado siglo XIX porque el cuestionado asunto viene de muy lejos. Pero sí resulta bueno poner el acento en lo siguiente: ha sido el totalitarismo quien lo pone en práctica cada vez que se siente derrotado y no los demócratas. Que quede del todo claro.
Venezuela se abrió al siglo XX con la victoria que lideró Cipriano Castro, devenido en general de la Revolución Liberal Restauradora que invadió la nación y se declaró presidente, pero luego equivocó la ruta prefiriendo la tortuosa trocha del despotismo.
Su compadre, Juan Vicente Gómez, que lo traicionó, derrocó y le prohibió regresar al territorio patrio, fue el segundo que dominó a la nación con mano de hierro. El tercero fue Marcos Evangelista Pérez Jiménez Pero siguiendo el consejo de Llovera Páez, por aquello de que “pescuezo no retoña”, huyó hacia Santo Domingo, en la madrugada del 23 de enero de 1958.
Correspondió ser el cuarto al ya ido, el comandante galáctico quien, liderando la llamada revolución bolivariana, comenzó la destrucción de Venezuela tratando de sustituir la democracia que vivíamos por el pernicioso socialismo del siglo XXI. Y el último, su heredero, Nicolás Maduro a quien, sin pérdida de tiempo, el CNE proclamó presidente electo, con un porcentaje de votos (30%) realmente obtenidos ante el caudal extraordinario de sufragios que superó casi el 63%, a favor de Edmundo González Urrutia, a quien la ciudadanía nacional le dio la victoria. Así lo demuestran fehacientemente las 24.394 actas (81,21%) que sumaron 7.119.768 votos a su favor y apenas 3.225.819 para Nicolás Maduro Moros en las elecciones del domingo 28-J.
Estas cifras, ya en conocimiento de los venezolanos e igualmente de todos los gobiernos y organismos mundiales, hechas públicas por el comando central de María Corina Machado, ante el sospechoso “retardo” del ente comicial, son las mismas que tiene en su poder el CNE, es decir el oficialismo, y las mismas que resguarda la oposición.
Esa es la verdad y no existe otra que pueda argumentarse.
Al respecto, el conocido constitucionalista, José Ignacio Hernández, afirma: “Vencido el lapso legal, el CNE no publicó los resultados finales de las elecciones del domingo 28-J. En consecuencia, no puede haber una Resolución Vinculante que proclame a Maduro como presidente. Hay un vacío constitucional”.
Lo sucedido fue un tsunami, porque de acuerdo a las cifras reales, Edmundo González Urrutia ganó en todos los estados de la República. A título de ejemplo, en las mesas donde sufragaron Padrino López, Amoroso y Tarex William, Maduro Moros perdió frente a González Urrutia. Asimismo, salieron derrotados el 90 % de los alcaldes socialistas.
Lo ocurrido tiene infinidad de razones, pero resumiendo puede decirse con absoluta certeza que fue la respuesta del pueblo frente al mal gobierno que una revolución desfasada llevó a cabo durante dos décadas y media, de escasísimos beneficios y mucho sufrimiento para los venezolanos. Todo ello resultado de la toma de conciencia de la ciudadanía de unirse para integrar un gigantesco plan de rescate, destinado a lograr un único objetivo: el cambio tan necesario para la salvación de Venezuela.
Fue una decisión unánime, que la lideró María Corina Machado con el apoyo inmediato de multitudes que la estuvieron siguiendo por todos los caminos de una nación que la distinguió desde el primer día de campaña, iniciada aquí, en La Parroquia, estado Mérida, con la bendición de Doña Melania de Rangel, la honorable matrona de una familia con recia historia democrática.
Fue una campaña tan alegre que superó con creces la exigua inversión económica realizada, contraria al derroche del oficialismo y del alacranato también financiado desde Miraflores. Fue una campaña que se echó a cuestas la ciudadanía que, en compromiso colectivo, colaboró en todas partes para que se llevase a cabo la mayor demostración de fuerza jamás habida como tal en nuestro historial electoral.
Eso quedó probado y no admite discusión alguna. Sobran los argumentos, todos muy bien amurallados.
Fue una campaña positiva, de hondos mensajes, de análisis ciertos de la situación que vive la república, contenidos en “Venezuela, Tierra de Gracia”, el más acertado Programa de Gobierno que mostró el por qué la líder de la oposición entró para quedarse en el corazón de los venezolanos.
Fue una campaña triunfal que desde el comienzo sorteó uno a uno cada obstáculo que el régimen le colocaba. Una campaña que derribó muros, demolió inventados mitos, izó banderas ondeando necesidad de cambio, de verdadera paz y de libertad; que insufló contagiante ánimo a todo un pueblo que venía sufriendo, desde dos décadas y media, una represión que día a día se supera en cada cuerpo policial y militar, mientras la economía se hundía y se desgarraba el siempre frágil tejido social.
Una campaña que dijo verdades, que el régimen le escondía o disfrazaba con mentiras al pueblo todo, sobre el manejo de los asuntos públicos. Que planteó los graves casos del atraco al tesoro nacional cometido por los Aissami, integrando en este sujeto a todos los corruptos que desbancaron la república.
Una campaña que igualmente dejó al descubierto, definitivamente, que el socialismo sólo sirve para destruir lo construido y erigirse, como un castillo de naipes que termina derrumbándose cuando un pueblo como el nuestro decide su derrocamiento por la vía electoral, para que no quede duda alguna de su fragilidad como sistema que aferrada al poder sobre una ideología extraña al sentimiento nacional cometió incontables desafueros. Uno de tantos, el fraude con el cual intenta perpetuarse en el gobierno..
El país, dada la flagrancia del hecho, tiene ante sí un gran reto: averiguar hasta el final cada detalle de la violación a la constitución cometida. Eso fue lo que de inmediato hicieron María Corina Machado y Edmundo González Urrutia junto a un diligente, inteligente y responsable equipo técnico: demostrar la verdad de la verdad, con suficientes pruebas; desarrollar una enorme tarea, que muestra lo sólido, verdadero e indestructible que fue el triunfo de la democracia que el socialismo quiere arrebatarle.
Fue una batalla que dejó totalmente al descubierto la trampa, que no les funcionó esta vez. Porque la oposición, haciendo bueno el refrán de guerra avisada no mata soldado, se fue a la guerra bien pertrechada. El adversario, acostumbrado como hasta el 28-J estuvo a creer que todos los venezolanos éramos sus rodilla en tierra, se equivocó de plano. La oposición, con mucha calma frente a la desesperación del oficialismo, actuó cívica y pacíficamente, pero con estricto apego a la legislación nacional e internacional y lo venció apabullantemente.
La una para probar que el fraude fue gigantesco; la otra, para que se agregue a la larga lista de delitos de lesa humanidad.
Edmundo González Urrutia puede darse por satisfecho. Cumplió su gran papel, el de representar el cambio que anhelaba una nación entera. Y María Corina Machado reafirmó su liderazgo convertida ya en una lideresa de la nueva política latinoamericana.
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