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“Retos de la sinodalidad” por Padre Edduar Molina

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“Retos de la sinodalidad” por Padre Edduar Molina


La Iglesia Universal inauguró el pasado 2 la segunda sesión del Sínodo de la sinodalidad, la cual se extiende hasta el 27 de este mes de octubre. Este Sínodo cuenta con la participación de 368 miembros, de los cuales casi una tercera parte no son obispos, sino laicos, hombres y mujeres comprometidos con la Iglesia en salida, pero que también tienen voz y voto.

 

Recordemos que la primera fase fue en octubre del año pasado, en ella se expresaron muchas inquietudes, bajo la dinámica de diez grupos de estudio que analizaron asuntos eclesiales con profundidad e hicieron propuestas, entre las que se cuentan la posibilidad de la ordenación diaconal de mujeres, la pastoral con personas de diferente orientación sexual, la mayor participación del Pueblo de Dios en la selección de nuevos obispos, la revisión de la forma como se prepara en los Seminarios a los futuros sacerdotes, entre otros tantos.

 

El objetivo de esta sesión, según el Cardenal mexicano Felipe Arizmendi, es seguir discerniendo y proponiendo cómo avanzar para ser una Iglesia sinodal que realice mejor la misión que el Señor Jesús nos ha encomendado; es decir, cómo vivir la hermandad entre todos los bautizados para que, desde nuestro respectivo carisma y ministerio, seamos un reflejo de la Santísima Trinidad, que es un solo Dios en tres Personas distintas.

 

Iniciamos la aventura de la segunda sesión del Sínodo de los Obispos. Una etapa más en el proceso sinodal de la Iglesia, que nos plantea nuevos horizontes y nos impulsa por nuevos senderos. Monseñor Luis Marín de San Martín, OSA, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, plantea siete retos, el primero es el “reto de la coherencia”. La sinodalidad nos impulsa a procurar una Iglesia “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27). Esto nos lleva a corregir errores, sacudir el polvo del camino, potenciar lo esencial. Debe orientarse a la santidad, como es propio de la vida cristiana.

 

En segundo lugar, el reto de la espiritualidad. El Papa nos ha repetido en reiteradas ocasiones que el proceso sinodal debe ser guiado por el Espíritu Santo. Él es el protagonista. Por eso es necesario revitalizar la dimensión orante, tanto personal como comunitaria.

 

El tercero es el reto de la comunión con Cristo y con los hermanos y hermanas. Esto solo es posible si asumimos el amor (Cáritas) como verdadero eje de la vida cristiana. Todo un desafío en tiempos convulsos de individualidades, eras digitales, inteligencia artificial, intolerancias e injusticas, que los cristianos asumamos la comunión que nos lleva a ocupar la variedad de vocaciones, carismas y ministerios, la diversidad cultural, la integración, la corresponsabilidad.

 

Un cuarto reto es el de la evangelización. El proceso sinodal tiene una profunda dimensión misionera y se consolida en la evangelización. Por eso los trabajos de la segunda sesión del Sínodo se orientan a responder a una cuestión fundamental: Cómo ser Iglesia sinodal misionera. Es decir, cómo testimoniar el Evangelio en el mundo de hoy. Se trata de abandonar las trincheras defensivas, el pesimismo, la resignación. Y de dar razón de nuestra fe testimoniando, como Iglesia, a Cristo vivo.

 

En quinto lugar, el reto de la renovación. El Espíritu despeja todo temor: El miedo a cambiar, a salir de la autorreferencialidad, se trata de creer las palabras de Jesús: “yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5). Volver a formar, rehacer según la forma Ecclesiae que es Cristo. Desde ahí (y solo desde ahí) asumiremos, como consecuencia, la necesaria renovación de estructuras.

 

El sexto reto es el de la vanguardia. La fe cristiana es dinámica, el Espíritu saca de las seguridades e impulsa más allá. Tenemos la tentación de la retaguardia, es decir, de las zonas de mayor confort, de las rutinas (“siempre se ha hecho así”), de la opción de mínimos. El proceso sinodal nos llama a asumir y vivir la radicalidad evangélica, y a hacerlo en las opciones de la vida cotidiana. Desde el servicio.

 

Y, por último, el reto del entusiasmo. La verdadera alegría es fruto del Espíritu Santo. Se trata de la alegría evangélica de los humildes, de los que se dejan entusiasmar por Cristo, de quienes encarnan la Buena Noticia. Asumiendo las dificultades, las asperezas, los sufrimientos y las incomprensiones, pero abriéndolos, siempre, a la esperanza. Mirando la realidad como Dios la mira.

 

Estamos en un momento lleno de belleza, un verdadero kairós. Un tiempo para profundizar en la experiencia de Cristo vivo y, por tanto, en la experiencia de Iglesia. Como enfatizó el Papa Francisco en la homilía de apertura de esta segunda sesión: “Emprendamos este camino eclesial con la mirada puesta en el mundo, porque la comunidad cristiana está siempre al servicio de la humanidad, para anunciar a todos la alegría del Evangelio.

 

Mérida, 13 de octubre de 2024

 





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