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EQUILLA

A casi 140 años de la primera impresión de El Lápiz por Karelyn Buenaño

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Por Karelyn Buenaño


En este momento inauguramos una sección dedicada a los libros, las curiosidades literarias, y los “apuntamientos de cartera” de cada tiempo, como muy sagazmente subtituló Tulio Febres Cordero en su periódico El Lápiz, editado por el célebre polígrafo el 28 de junio de 1885, cuando él apenas tenía 25 años.

Este espacio se llama Equilla por capricho propio; aunque para algunos ciudadanos de otras latitudes haya sido un apellido o un nombre. Sobre todo, un nombre femenino antiguo y muy poco popular propio de seres acostumbrados a la vida dura. Para otros, es también el latinismo de “Águila”. Sin importar cuál de estas motivaciones ha dado origen a este atrevimiento, hagamos de esta Equilla una oportunidad para ponernos diletantes, para entretenernos, o para practicar el desolvido.

En medio de nuestras efemérides locales, dentro de poco ya se viene recordar a aquel merideño voluntarioso y polifacético que se dedicó a redactar, corregir, armar, doblar, empaquetar y distribuir El Lápiz, que fue el resultado de su arrojo periodístico, histórico, social y cultural.

El hombre de las siete plumas editó entregadamente y sin detenerse como si no hubiese tenido entonces mayor compromiso.

No es fácil hoy día dedicarse a la lectura de esta publicación, o de cualquier otra del siglo XIX. Nos aleja la disposición más que los medios. Sin embargo, si lo hiciésemos, nos toparíamos con un periódico de dos páginas o más que resultaba conciso, bien escrito y ameno de leer, un tanto impredecible desde el punto de vista temático, cuyo autor mostraba con un lenguaje grácil y preciso una gran habilidad para versar sobre historia, bibliografía, geografía, lingüística, poesía, narrativa, crónica, curiosidades, religión, efemérides, etimología, seismología, medicina general, y cualquier otra cosa que a nuestro escritor editor se le hubiese ocurrido.

Lo más encantador que le vi a “El Lápiz” de entrada fue el tono profundamente empático de sus textos. Desde el principio, el autor-editor se propone no solo llamar la atención del lector, sino ponerse en sus mismos zapatos. En la misma medida en que logra conectarse con éste, no tarda en lograr la conmoción, el aprendizaje de algo nuevo, o la risa. Por ejemplo, en los ejemplares propios del volumen I, se lee en la esquina derecha, bajo un recuadro de aparente formalidad, la advertencia siguiente en torno a precio y periodicidad: “CONDICIONES. Saldrá de cuando en cuando, y cada nº vale un cuartillo”.  

Tomemos otro ejemplo, publicado el 24 de enero de 1887, nro. 35. En un apartado titulado “Don Quijote de la Mancha”, se hace referencia a las innúmeras ediciones de esta obra en varias lenguas para 1878. Febres Cordero reflexiona con cierta picardía lo siguiente:

¡Y cuánto no habrá aumentado esta suma en los nueve años que van corridos!

“Y a pesar de todo esto”, decía para entonces la crónica, “¡el inmortal autor murió de hambre! Y no es esto todo, si á nacer tornara, volvería á morir de la misma enfermedad”.

Por el contrario, nosotros creemos que si Cervantes volviera á este pícaro mundo, no sería no, el hambre sino nuestro modo de hablar castellano la causa de su segunda muerte.

 

A partir del nro. 27 del primer volumen, Tulio Febres Cordero agrega secciones como “Recibo”, “Gracias”, y “Canges” (sic) al periódico, por las cuales ya empieza a notarse que El Lápiz, y quien lo edita, comienzan a recibir elogios, colaboraciones, apuntes, libros de obsequio, cartas, ediciones de sus artículos en apartados de otras publicaciones, o saludos de parte de algún otro periódico en el ámbito nacional o internacional. Lo cual significa que El Lápiz gozó rápidamente de una gran receptividad.

 

Cuando Febres Cordero publicó las ediciones que pertenecerían luego al volumen II, el diseño cambió un poco: ahora eran más extensas las secciones, aumentó la paginación del periódico, y en el encabezado se agregó el nombre del redactor. El lema agregado fue: “Fundado en 1885”. Sin perder la amenidad, El Lápiz se concentró en publicar contenido de mayor incidencia histórica. Agregó también breves biografías, publicaciones de otras gacetas, comentarios sobre eventos culturalmente importantes, censos, esbozos de personajes importantes de la época, apuntes sobre el parnaso venezolano, discursos, filología, temas limítrofes, tradiciones (relatos sobre costumbres, propios del siglo XIX) otro poco de política y estadística, y pequeños intentos de reseña bibliográfica. Algunos sucesos de importancia inmediata se comentaban y analizaban sin perder el optimismo o la gracilidad.

 

Tomemos como ejemplo la edición del 11 de septiembre de 1890. En el artículo “Las nieves perpetuas de Mérida”, ya se avistaba la paulatina disminución de la nieve en el pico El Toro. En sus dos últimos párrafos, Tulio Febres había comentado lo siguiente:

 

Lo terrible, lo horrorosamente bello sería que ese monte empinadísimo, que echa á rodar por sus faldas témpanos de hielo y dulces y cristalinas aguas, y que es hoy gala y orgullo de la ciudad de las flores, llegara en lo porvenir á vomitar lenguas de fuego y torrentes de lava, ¡y á convertirse en espanto de toda la comarca!

Pero no hay que abrigar temor alguno por este respecto, porque á juzgar por su configuración, la Sierra no está hecha para tales reventones; y, además, si el fenómeno de la disminución de la nieve no se precipita, estemos seguros de que nuestros ojos jamás sufrirán el desencanto de contemplar esos picachos sin su nívea y espléndida vestidura, pues á pesar de la merma hay todavía allí masas de hielo suficientes para prepararle sorbetes al mundo entero por centenares de años.

 

Veamos otro artículo del mismo día, titulado “El licor y sus efectos” en el que el lector esperaba probablemente una lección moral acerca del alcoholismo como problema social, y termina leyendo una revisión de los vocablos -propios del idioma, y de la creatividad de la gente- que dan nombre “al que sufre de sus efectos”: achispado, aguardientoso, alegre, alegrón, bebido, beodo, chispeado, chungo, chupado, ebrio, embriagado, emparrandado, empiscado, enfiestado, iluminado, impersonal, imposible, ilustrado, jecho, jumo, paloteado… así como el otro montón de vocablos que hacen referencia a la embriaguez: agarrada, alboroto, altercado, barbasco, batahola, bochinche, borrasca, brollo, chamusca, chanfaina, jeringa, joropo, folla, follisca… finalmente, Febres Cordero cierra su chanza filológica de este modo: “Y cabe preguntar ¿será esto particularidad del vicio ó riqueza del idioma? Toca á los eruditos resolver el punto”.  

 

No obstante, el 28 de abril de 1894 ocurrió un hecho inesperado. El terremoto acaecido en Mérida esa noche destruyó las oficinas de la imprenta Centenario donde se redactaba El Lápiz. Esto obligó a don Tulio a finalizar el segundo volumen con la editorial “El Lápiz en ruina”.

 

El sumario de esta publicación, que fue impresa por Lisímaco Carrillo hijo, director de la Imprenta de Ignacio Baralt, anunciaba el desastre: “Hundimiento de la oficina de redacción─Completa dispersión del archivo─Fractura de objetos históricos─ Calamidad sobre calamidad─Despedida.”

 

El texto deviene un valiosísimo documento sobre la magnitud de la tragedia, no solo desde el punto de vista editorial, sino también desde el punto de vista personal. El terremoto fue causa de lamentables pérdidas materiales y humanas para unos cuantos merideños. Febres Cordero describió con pesar cómo se vieron afectados él y su familia. Como editor, historiador, archivista, coleccionista y numismático, también escribió a sus lectores sobre la pérdida de objetos indígenas, archivos, cartas, periódicos, monedas, libros, folletos, bibliotecas, canges, periódicos, libros y curiosidades, y cómo luchó por tratar de rescatar y ordenar lo poco que le fue posible.

 

En medio de la catástrofe, la nobleza de Tulio Febres Cordero es el rasgo más resaltante de su testimonio. Rescatamos de su pesar estos dos párrafos:

 

El Lápiz dedica, pues, estos postreros apuntes á sus inteligentes y bondadosos colegas nacionales y extrangeros para justificar su despedida. Encariñados desde muy jóvenes con esta hermosa fraternidad de la prensa, en que hemos vivido, nos es muy triste tener que decirle adiós, no sabemos por cuanto tiempo, pero conservaremos siempre en lo íntimo del corazón, con la más acendrada gratitud, el recuerdo de los muchos favores con que ha sido honrado El Lápiz, desde su aparecimiento hasta el presente (…)

No podemos levantar la pluma sin consagrar aquí mi testimonio público de profundo agradecimiento al Sr. Gral. Avelino Briceño, a quien pertenece la imprenta donde se editaba El Lápiz, la cual puso gratuitamente á nuestro servicio por espacio de más de diez años.

 

Febres Cordero, poco después, hizo un gran esfuerzo por adquirir su propia imprenta. De este modo, con el encabezado “Mérida─EE.UU de Venezuela”, y la supresión de la palabra “misceláneas” para dedicarse un tanto menos a las crónicas locales, comenzó en mayo de 1894 los números que corresponden al volumen III de El Lápiz, los cuales lograron publicarse hasta mayo de 1897. En esta etapa editorial de Febres Cordero, el autor-editor se dedicó a la historia de Venezuela y América, a una que otra novedad merideña, a escribir sobre la doctrina Monroe, a reproducir un ideograma suyo sobre George Washington, así como a divulgar algunos textos breves contra Inglaterra debido a sus pretensiones limítrofes contra Venezuela. Tulio Febres Cordero dedicó su penúltima edición a la economía doméstica, y al elevado costo de la vida en Mérida. De vez en cuando, si el espacio de la página se lo permitía, nombraba los canges, o las menciones recibidas de colaboradores o amigos.

 

Es en el volumen III, nº 2, del 10 de julio de 1895, que Tulio Febres Cordero publicó por primera vez su mito “Las Cinco Águilas Blancas”, que tanto se ha representado en las escuelas de nuestra ciudad, y que ha dado nombre a numerosos espacios y proyectos. De tal manera que nuestro relato emblemático está a punto de cumplir 130 años de haberse publicado.

 

Los problemas de la vista, descritos en la última publicación por el mismo Febres Cordero, son la causa final de que él se viese obligado a dar por terminados sus doce años como editor de El Lápiz, tal como afirmó en su última publicación, correspondiente al 7 de mayo de 1897. A pesar de su segunda y última despedida cuando tan sólo contaba con 37 años, don Tulio no dejó de apreciar “los bellos lazos de simpatía que en el espacio de doce años nos han unido á casi todos los periodistas nacionales y muchos de fuera de la República”. Haber logrado semejante fraternidad y comunicación en tiempos tan empobrecidos y adversos fue, en definitiva, una labor extraordinaria.

 

Pese a esas circunstancias poco alentadoras, todavía hubo mucha vida, reconocimientos y camino literario para quien consiguió ser, hasta hoy, el editor, investigador y escritor más prolífico de los Andes venezolanos. Gran parte de los textos de El Lápiz se han publicado de manera independiente en libros póstumos, tales como Páginas sueltas y otros tantos.

 

Ojalá las páginas de El Lápiz regresen a nosotros cada vez que sea posible. En ellas no hay anacronismos ni desperdicio.

 

Disfrutemos de los sabores del tiempo que nos dejaron sus palabras.

 

karelynentrelibros@gmail.com

 

 

 

 

 





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