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POr Jesús Rondón Nucete

Gran agitación en América Latina por Jesús Rondón Nucete



Gran agitación en América Latina por Jesús Rondón Nucete

En los últimos meses han tenido lugar una serie de acontecimientos que han redefinido el mapa político de América Latina. Desde hace dos décadas inclinados a votar por partidos o caudillos llamados de “izquierda”, con programas de transformaciones radicales, recientemente los electores han preferido a grupos de centro o, en algún caso, ubicados al otro lado del espectro político. Salvo Lula da Silva que volvió al poder en Brasil (2023) en una elección muy reñida frente al titular Jair Bolsonaro (50,9%-49,1%), en los otros procesos se han inclinado por fórmulas contrarias a las viejas y muy obsoletas ideas tenidas por “revolucionarias”.

Hasta hace apenas pocos años en casi todo el subcontinente imperaban gobiernos “revolucionarios”, unos más radicales que otros. Tras el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela (1999), algunos de sus aliados y varios de sus seguidores –con su ayuda política y económica– conquistaron al poder: en Brasil (2003 y 2023), Argentina (2003), Bolivia (2006), Honduras (2006 y 2022), Nicaragua (2007) y Ecuador (2007), luego en El Salvador (2009) y Perú (2011 y 2021), y más recientemente en México (2018) y Colombia (2022). Casi todos, en sus inicios, aseguraron mantener la democracia y las libertades económicas, aunque limitadas por algunos controles estatales. Ya en ejercicio derivaron hacia regímenes autoritarios, con economías intervenidas. Pero, el fracaso de los proyectos, la corrupción y la voluntad democrática de las sociedades, provocó el desplazamiento de casi todos. Persistieron los regímenes de Venezuela, Nicaragua y hasta hace pocos días Bolivia, todos bajo fuerte influencia de Cuba.

La democracia se ha mantenido sin sobresaltos (desde 1948) en Costa Rica, en Uruguay y Chile (donde se suceden en el gobierno fuerzas de orientación diferente) desde que se libraron de brutales dictaduras militares, en Panamá y República Dominicana tras intervenciones norteamericanas (militar aquella en 1989 y política la otra en 1996) y con dificultades en Guatemala (1996) y Paraguay (2012). En El Salvador se ha consolidado un régimen autoritario, mientras Haití ha caído en la anarquía, sin autoridad central acatada.  No ha sido, pues, tranquila la evolución de los países durante lo que va del siglo XXI. La inestabilidad política afecta gravemente a la región: frena el crecimiento, lo que impide el cumplimiento de planes y provoca emigración masiva, especialmente hacia el Norte y estimula actividades ilegales, como el narcotráfico. Según informes de organismos internacionales –Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional– América Latina es la región del globo que menos crece.    

No es este momento favorable para la realización de proyectos ideológicos. El fracaso de los ensayos anteriores (de distinto signo) llevó al escepticismo de los pueblos ante nuevas ofertas. Se exigen resultados concretos para mantener el apoyo a quienes ejercen el poder. Por eso, los dirigentes ponen en marcha programas que responden a exigencias que pueden ser satisfechas prontamente, aunque no representen avances en la solución definitiva de los problemas estructurales. Se trata de medidas populistas. Pocos prometen ahora una sociedad sin clases, solidaria; tampoco garantizar siquiera el funcionamiento regular de los servicios. A mediados del siglo pasado, se trató de crear sistemas democráticos para lograr el desarrollo económico y social. Pero, militares ambiciosos, aliados a grupos dominantes, lo impidieron. En casos, los herederos de los fundadores abandonaron las ideas y esfuerzos originales. En fin, quienes proclamaron el socialismo impusieron por la fuerza terribles dictaduras sobre pueblos condenados a la miseria.    

Además de las agitadas –y por lo general intensas y largas– campañas electorales, América Latina ha sido sacudida en fechas recientes por prolongados períodos de manifestaciones y protestas callejeras, masivas y a veces violentas. Mostraban la impaciencia ante la inacción y los escasos resultados de los planes oficiales. En 2015, millones de brasileños, enojados por la corrupción generalizada, expresaron su malestar en eventos multitudinarios. En octubre de 2019 se inició en Chile un sorpresivo “estallido social” que reveló las fallas de su aparentemente exitoso modelo económico. Casi de improviso, en julio de 2021 miles de cubanos se atrevieron a exhibir públicamente su descontento por la penuria imperante desde hace décadas. Continúan a pesar de la represión. En Guatemala, una fuerte movilización popular durante los meses finales de 2023 obligó al reconocimiento del triunfo de un candidato ajeno a los partidos tradicionales. Son reflejos del estado de ánimo actual de los latinoamericanos.     

Los cambios políticos ocurridos en los últimos días muestran la protesta de los pueblos ante el fracaso de los gobiernos. En 2023 los argentinos manifestaron su rechazo a la administración peronista (de Alberto Fernández y Cristina Kirchner) y dieron el poder a un grupo nuevo, curiosamente ultraliberal (en un país de intensa intervención estatal en la economía y vida social). En Bolivia, de los pilares del “socialismo del siglo XXI”, los electores le confiaron a los partidarios de la democracia liberal. Finalmente, en Perú, se puso en evidencia la inestabilidad que reina desde 2018: 6 mandatarios (uno electo) en 7 años, todos en sucesión legal. La última, Dina Boluarte, sobrevivió casi 3 años. Queda por saber lo que ocurrirá en los próximos meses en Colombia, enfrentada a pruebas máximas: las pretensiones autoritarias de quien debe garantizar la vigencia de las normas y libertades democráticas; y el recrudecimiento de la violencia política.  

Sin embargo, el problema más importante (de graves consecuencias) es el de la usurpación del poder por el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. La sostienen, extrañamente, viejos grupos revolucionarios y jefes militares vinculados al comercio ilegal de drogas y minerales preciosos. El país, que hace 27 años era el de mejores perspectivas económicas y sociales (aquejado por dificultades que podía superar con facilidad), figura hoy entre los más pobres del planeta (BM) y el menos respetuoso de las normas jurídicas y los derechos humanos (World Justice Project). Sin posibilidad de salida, insiste en su propósito continuista, con la tolerancia de Brasil y México, a cuyos gobernantes no les agrada una inclinación hacia la democracia (menos en entendimiento con la potencia del Norte). En la Casa Blanca, curiosamente, no encuentran fórmula para facilitar una transición de indudables consecuencias, pues arrastraría la de sus más cercanos aliados (Cuba y Nicaragua).

Más allá de esos hechos: está en marcha un movimiento inexorable de cambio. Lo animan las aspiraciones populares proclamadas desde la independencia: el ejercicio de las libertades y derechos, naturales e inmanentes (reclamados por las primeras revoluciones modernas); y el establecimiento de regímenes que pretendan satisfacer las necesidades generales. Gobiernos de distinto tipo y orientación ideológica olvidan la razón de su existencia: el logro del bien común. Limitan su acción a la consecución de beneficios particulares (de personas, grupos o sectores). Provocan estancamiento (o retroceso) en el crecimiento y el mejoramiento de la situación social. Ignoran que desde los tiempos coloniales se instruyó a los funcionarios sobre la obligación de atender el bienestar general; que los próceres republicanos mostraron preocupación por elevar el estado de las condiciones de la población (como en educación); en fin, que los más lúcidos de las décadas posteriores pusieron en marcha programas de integración y progreso. 

 La agitación que sacude a América Latina es consecuencia de un despertar de los pueblos, a causa de su insatisfacción. No resulta de la acción de una clase o un grupo impulsado por un destino, en un momento histórico, a participar en un proyecto nacional. Ocurrió en 1810, ante la crisis de la monarquía española: los criollos ilustrados asumieron el poder soberano (aunque luego llamaron su lado a las masas populares, descartadas inicialmente del proceso). También cuando, avanzado el siglo XX, se crearon los partidos modernos, instrumentos de nuevas generaciones, para sustituir a las viejas oligarquías y adelantar programas de desarrollo nacional. Ahora son las masas que se agitan. Conocen –en un mundo abierto e interconectado– las posibilidades que se ofrecen a la sociedad. Y aspiran realizarlas. No responden a caudillos. Algunos audaces lo comprenden y se ponen al frente del reclamo: para conseguir beneficio particular o colaborar en la transformación nacional.                              

Este es tiempo de ensayos, algunos atrevidos. No animan a los pueblos las antiguas consignas ni siguen a caudillos “históricos”. Exigen solución, inmediata, a sus necesidades básicas. Reclaman trabajo y oportunidades para los hijos. Como se cierran, egoístas, los países ricos sus demandas son apremiantes.  Por eso, proliferan los movimientos “contestatarios”: rechazan las viejas prácticas, culpan a los antecesores de los males nacionales, no admiten concesiones.  En ese medio hostil hay quienes se atreven a convocar a la gente de buena voluntad y llaman a la solidaridad y el esfuerzo colectivo que permita el logro del bien común. Deberíamos escucharlos.        

X: @JesusRondonN