Mérida, Octubre Lunes 13, 2025, 02:54 pm
bajarigua@gmail.com
Para los trujillanos es
muy importante conocer su historia y darla a conocer, porque además tiene –como
todo pueblo vivo- una riqueza increíble. Trujillo, al igual que Falcón, se
encuentra entre los estados más olvidados y maltratados; claro que, en este
tiempo, esto se extiende a toda Venezuela. Trujillo es lo que todo andino busca
en su “dios invisible”, así parece decirnos Orlando Araujo cuando se refiere a
Niquitao, a Boconó, Tostós, Betijoque, o Isnotú; Trujillo es lar de sabios,
intelectuales y guerreros. Es la tierra que tuvo al santo José Gregorio
Hernández, al sabio Rafael Rangel, y al doctor y coronel Antonio Nicolás
Briceño, “El Diablo” que odiaba a muerte a los españoles.
Es Trujillo la tierra
que hace estremecer el país con los acontecimientos que se suscitaron aquel 15
de junio de 1813 a las 8 de aquella mañana, entre neblina y café colao: cuando se firma ese día el
decreto de Guerra a Muerte, y tres horas más tarde es fusilado el doctor y coronel
Antonio Nicolás Briceño en las cercanías del camposanto de Barinas.
La vida del sabio trujillano
que mencionaremos hoy parece olvidada en el tiempo, y más cuando aparecen hoy
día enfermedades que habían sido erradicadas, pero que vuelven nuevamente a ser
noticia en un país donde se olvidó la prevención y estudio de esas enfermedades
del trópico.
Precisamente, Rafael
Rangel fue un científico e investigador que se dedicó al estudio de las
enfermedades tropicales. Se le reconoce principalmente por ser el primero en
descubrir en Venezuela al Necator Americanus,
y es considerado como el padre de la parasitología en Venezuela. Hijo de Teresa
Estrada y de Eusebio Rangel, el sabio Rangel, el niño nacional, como lo llamara
el maestro José Vicente Scorza, es el padre de la parasitología en el país.
Nació en Trujillo en un pueblo de agricultores y de pequeños comercios en una
casa de palma y de barro que fue su primer refugio. A los 6 meses queda
huérfano de madre. José Rafael Estrada (Rafael Rangel) fue nombre con el cual
fue presentado; nació un 25 de abril de 1877 a las nueve de la mañana en el
sector El Arenal, en la casa número 9-3 en Betijoque. Vicente Matos, expresidente
del Concejo Municipal de Betijoque, afirmaba en un pequeño homenaje a Rafael
Rangel que su abuela Jerónima Peña de Matos fue la partera o comadrona que
asistió el parto de la madre de Rafael Rangel, ocurrida en la casa.
El sabio Rangel nace el
mismo día de la llegada de los restos a Caracas del dr. José María Vargas al
templo de San Francisco aquel 25 de abril de 1877. Acerca de su madre María
Estrada, soltera y adolescente, se menciona que vivió pobremente en una aldea
afuera del pueblo llamada la piedra del zamuro y la quebrada de Vichu, y falleció
muy joven un 29 de octubre de 1877, a los seis meses de haber nacido su hijo.
Rafael Rangel va a pasar sus primeros meses al cuidado de su tía y madrina
Ramona Estrada. Su padre Eusebio Rangel Moreno -nacido en Sabana Larga, Valera-
era hijo de agricultores y se dedicaba al comercio y fabricación del tabaco.
Su padre presenta al
niño Rafael el 30 de octubre de 1877 en la prefectura de Betijoque, y por dicho
reconocimiento oficial, obtiene el derecho legal de usar el apellido Rangel que
honró y dignifico para su familia y orgullo de su país. Cursó estudios de
primaria en la Escuela Federal de Betijoque. Después pasó a cursar estudios
teológicos en el Seminario Diocesano en Mérida, del cual se retira para ingresar
al Instituto Maracaibo. Se traslada a Caracas para estudiar medicina en la
Universidad Central de Venezuela (UCV): se registra en septiembre de 1896 y
cursa el segundo año. Por causas no conocidas abandona los estudios y se aparta
de la vida universitaria. Se incorpora en 1899 a la cátedra de fisiología con
el cargo de preparador bajo la dirección del Dr. José Gregorio Hernández. Más
fuerte que su deseo inicial de convertirse en un médico famoso, es su interés
por la investigación científica.
A los 22 años parece
decidido a separarse de la tutela paterna, y busca refugiarse en el
laboratorio. Su sueño de progresar y tener reconocimientos se concreta cuando a
comienzos de 1902, bajo el gobierno de Cipriano Castro, se cumple una vieja
aspiración del gremio médico: la creación del laboratorio del hospital Vargas,
y la junta administrativa de los hospitales, apartando viejos prejuicios
sociales y gremiales, decide llamar al “Bachiller” Rafael Rangel, y lo coloca
al frente del proyecto, designándolo como jefe de laboratorio.
Con una pasión por su
interés de dar y transformar una idea en realidad tangible, en muy poco tiempo
convierte una sala destinada a los enfermos en un laboratorio con capacidad
técnica para atender las necesidades básicas del hospital y la demanda
ocasional del gremio médico.
Es importante reseñar
los mitos y verdades sobre el beato José Gregorio Hernández y el sabio Rangel.
Siempre hubo entre ellos una “relación de respeto, amistad y admiración” entre
ambos trujillanos de los cuales denotan testimonios sustentados en informes,
artículos y revistas especializadas. Existen registros del reconocimiento
público de José Gregorio Hernández a la labor de Rafael Rangel, tanto así que
incluso llega a comparar sus aportes científicos con los mejores centros de
investigación de la Francia de entonces. Señalado por Alexander González
(Diario de los Andes 30/04/2021).
El Dr. José Gregorio
Hernández y el sabio Rafael Rangel representaban dos figuras trujillanas de
gran significación en el campo de las Ciencias de la Salud, ya que ambos fueron
pioneros en la medicina experimental en Venezuela. Fundaron laboratorios,
realizaron investigaciones científicas del más alto nivel, dictaron cátedras
universitarias y formaron discípulos sobresalientes que continuaron su obra.
José Gregorio Hernández nació en Isnotú en 1864 y Rafael Rangel en el pueblo
vecino de Betijoque, tres años después en 1877. Ambos mueren trágicamente en
Caracas, en circunstancias vinculadas a sus tareas profesionales y a edades
tempranas: Rafael Rangel de 32 años en 1909 en su laboratorio luego de atender
a estudiantes; José Gregorio Hernández de 55 años, nueve años después, buscando
en la calle una medicina para una paciente necesitada.
También se dice que
Rafael Rangel se retira de la carrera de medicina por haberse enfermado de
tuberculosis pulmonar, posiblemente contagiado en las propias salas del
hospital Vargas; y su amigo Santos Aníbal Dominici lo envía a temperar a la
mesa de Esnujaque. Trujillo ha tenido un santo, un sabio y un diablo. Me
refiero nuevamente a José Gregorio Hernández el Santo, El Sabio Rafael Rangel,
y a Antonio Nicolás Briceño el Diablo.
Tanto José Gregorio
Hernández como Rafael Rangel estuvieron en París. Se ha escrito y hablado de
José Gregorio Hernández y del sabio Rafael Rangel: de una relación entre estos
dos eminentes hombres de las ciencias de la salud y del cual se ha tejido
leyendas; una de ella es de las más corrosivas en un país donde el chisme y el
rumor son elementos de discordia, envidia y el cese de toda armonía y grandeza:
un odioso rumor se deja caer sobre los más nobles personajes de las ciencias de
la salud: los detractores de Hernández lo acusaban de racista, y de tildar a
Rangel de loco. Muy al contrario, José Gregorio Hernández se convirtió en el médico
de los pobres y en un santo de innegables milagros. Otros señalan que el sabio
Rafael Rangel pasó al retiro del olvido. La narradora Carolina Lozada en su
libro “Tejados sin gatos” describe algunos aspectos de estas semblanzas.
En marzo de 1908, el
Dr. Rosendo Gómez Peraza, médico ampliamente conocido y residente de la
localidad, observó un caso que diagnosticó como peste bubónica. El general
Cipriano Castro, para ese entonces era presidente de Venezuela, mantenía una
relación de amistad, quien lo apoya en los proyectos e investigaciones que
realizaba. El general Cipriano Castro le proporcionó equipos (microscopios y
otros insumos) para el laboratorio Pasteur que él dirigía. También, en la
campaña sanitaria que Rangel instauró en el Puerto de la Guaira, el presidente
le da los recursos necesarios y toda la confianza que el investigador necesita
para llevarla a cabo. Además, le prometió aprobar la beca para realizar los
estudios en Europa. Por todo esto, el Dr. Rangel se abocó totalmente a la
ejecución de la campaña. Entre las estrategias que usó, estaba la de cambiar
ranchos por casas. Rangel hablaba con las familias y les indicaba que, para
erradicar la peste, se hacía necesario destruir los ranchos que tenían, con la
promesa de fabricarles viviendas dignas.
Lamentablemente,
durante el desarrollo de esta campaña sanitaria, el General Cipriano Castro
tuvo que viajar a Europa, y esto es aprovechado por el general Juan Vicente
Gómez, quien le dio un golpe de Estado y asumió la presidencia. Se inicia el
calvario para el científico Rangel: el general Gómez lo acusó de haber
malversado los fondos que habían sido destinados para la campaña sanitaria y le
son negados los recursos; y para colmo, los habitantes de los ranchos que habían
sido destruidos les reclamaron por sus casas nuevas y, en vista de no obtener
respuestas favorables por parte del sabio Rangel, deciden trasladarse al
laboratorio y se instalan en éste. Para
completar, la beca que le había sido prometida por el general Castro para
realizar sus estudios de patología tropical en Europa (que ayudaría no sólo a
Rangel, sino a toda la población venezolana), le fue negada por sus rasgos
étnicos, y por las mezquindades políticas que, al final, le hacen tanto daño a la
nación. Todo para este científico fue una tragedia.
Dichos acontecimientos fueron
mermando en la salud mental del sabio Rangel. El sentimiento de culpa lo sumió
en una profunda psicosis depresiva que lo mantuvo trasnochado y distraído en
los últimos días de su vida. Finalmente, el 20 de agosto de 1909, toma la peor
decisión de su vida: se coloca la bata blanca y se dirige a su laboratorio,
donde realiza una mezcla de cianuro potásico con vino y lo bebe, comenzando así
una terrible agonía. En los pasillos del hospital Vargas conversaban Domingo
Luciani, José Rivas y J.M. Salmerón Olivares, a la sazón internos del hospital,
y en medio de la tertulia escucharon un grito agudo, corto, y doloroso que provenía
del laboratorio. Los tres corren hasta acá y consiguen a Rafael Rangel cerca de
la puerta y a punto de desmayarse. Luciano le preguntó qué había bebido y él le
respondió: “cianuro potásico”. Intentaron salvarle la vida, pero, fue
imposible.
En el boletín médico de
postgrado. Vol. XXVIII N. 2, abril-junio año. 2012, se hace un retrato del
sabio Rafael Rangel, pionero de la investigación venezolana. Fue un humilde
hombre que se dedicó al estudio de las enfermedades parasitarias en el país,
por lo cual es llamado el padre de la parasitología y la microbiología en
Venezuela. Se dice que era un joven moreno de ojos grandes, muy bien parecido,
alto e inteligente. En 1904, a la edad de 27 años, unió su vida a la de la Srta.
Ana Luisa Romero. De esta unión nacieron sus dos hijos: Ezequiel, su
primogénito, nacido en 1905; y Consuelo nacida en 1907.
En sus investigaciones,
buscó contribuir con la solución a los problemas sanitarios de la época, siendo
uno de los importantes (y el que le dio a conocer como sabio a nivel nacional)
su texto “Etiología de ciertas anemias graves en Venezuela”. Además de las “Teorías
sobre el sistema nervioso” en 1901, asesorado por su paisano y amigo el Dr. José
Gregorio Hernández.
Se ha escrito que
cuando Cipriano Castro, lo llamó para que le presentara un informe sobre la
peste bubónica que azotaba a la Guaira, el sabio Rangel todavía no tenía los
resultados porque no había encontrado la presencia del bacilo pestoso. La
prensa de ese entonces comenzó a hacer presión, y publicaban que el sabio
Rafael Rangel tenía un diagnóstico reservado. Días después, le informó al presidente
Castro que no se encontraron en los ratones y ratas la peste bubónica y regresó
a su laboratorio. Seguía recibiendo información, y discretamente bajó a la Guaira
para estudiarlos de cerca. Luego de hacer nuevamente dichas investigaciones, le
informó al general Cipriano Castro que en esa oportunidad sí había hallado el
bacilo de la peste.
Una campaña de desprestigio
cayó sobre su persona a consecuencia de la peste que azotó a la Guaira. Fue
severamente cuestionado por no haber diagnosticado a tiempo la enfermedad, y no
haber detectado que las ratas eran los agentes transmisores de la peste. También
se le acusó de malversar los recursos para controlar la peste. Así le pagó la
política al científico e investigador más destacado del país en aquella década.