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Por Abraham Sequeda

Reconocer la tarea de reconstruirnos nosotros para hacerlo con el país por Abraham Sequeda



Reconocer la tarea de reconstruirnos nosotros para hacerlo con el país por Abraham Sequeda

En la vida cotidiana, el apego hacia una persona o un ambiente determinado, es un factor común. Del mismo modo, una pérdida gradual del intercambio frecuente y presencial de experiencias y actividades con familiares, y la falta de cercanía con el entorno, puede resultar en el desconocimiento, la desconfianza y hasta el olvido.

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En realidad, el desplazamiento de masas de personas tanto dentro del territorio de un país como hacia afuera, no es un asunto nuevo. Sus causas son variadas: desde calamidades naturales hasta gobiernos despóticos, un abanico de posibilidades ha generado semejantes movilizaciones.

El problema para los venezolanos es que, desde hace mucho tiempo, ha ocurrido una disgregación paulatina. De modo indetenible se ha ido eliminando la propia esencia de una vida con propósito, sus costumbres, valores y tradiciones. Estos procesos han sido marcados por la selección de un comportamiento que solo añade más problemas en unas ocasiones, y frivolidad en otras.

La necesidad forzada de conseguir “algo” inmediato para subsistir al otro día, ha hecho perder de vista todo lo demás. Esta gran ausencia de sentido solo ha sido mitigada por la tecnología, que permite relacionarse en tiempo real con otra persona a cientos o miles de kilómetros; lo que comúnmente se llama “acortar distancia”.

Con frecuencia, esta situación es aceptada con resignación, siendo esta la otra cara de un impulso que procura cubrir necesidades reales o sentidas, sin importar que ese distanciamiento haya sido la única vía para buscar mejores perspectivas de vida.

Puede ser cierto que lo opuesto cumpla con la misma función, la indiferencia de conformarse con poco o nada, en un sistema social que no ofrece garantías básicas para una vida planificada, ordenada y próspera.

Y bajo estos acontecimientos, por la distancia geográfica y/o el tiempo, junto a las nuevas responsabilidades o lugar de residencia, se van acumulando las consecuencias de la ausencia de una comunicación afectiva y efectiva. Esto ha dado lugar al desconocimiento, la desconfianza, el desinterés por las ideas, metas, objetivos y otras maneras que unen a las personas con puntos en común. Quienes antes compartían largas conversaciones, ahora solo intercambian imágenes, algunos recuerdos y diálogos que se basan en solo elementos prácticos. El vínculo se ha vuelto de pura dependencia.

En cuanto al ambiente natural y cultural, Venezuela sigue siendo la misma en términos geográficos, con una infraestructura sin avances y otras deterioradas por el tiempo de uso y la desidia. Recorrerla parece una experiencia que no corresponde, incluso y más evidente, para quiénes están en el país, pues se ha transformado en algo riesgoso e impredecible.

Para los venezolanos en el exterior, podría parecer un asunto común; no solamente el país resulta ser extraño, sino que lo comienzan a ser sus propios familiares y amigos.

Siempre se habla de lo primero que se debe hacer en Venezuela luego de su amplia liberación, pero nunca se recomienda la tarea más importante: reconocernos de nuevo como venezolanos, como familiares y como personas que alguna vez compartimos amaneceres, anocheceres, problemas, soluciones, tristezas y alegrías.

Del mismo modo que el país merece ser mejor de lo que hasta ahora ha sido, incluyendo a sus pobladores, también debe haber una reconstrucción institucional, de la identidad y de los lazos afectivos.